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Capítulo I Adieu Inglaterra
1825 octubre 18 - noviembre 26
Adieu Inglaterra
1825 octubre 18 - noviembre 26
Isla de Madeira.

Me levanté temprano esta mañana para atender una invitación del señor Veitch a su residencia campestre, llamada El Jardine del Serra. El viaje no tuvo nada de mayor interés. El lugar se sitúa bastante arriba en las montañas, está hermosamente distribuido y sus huertos producen varias clases de frutos europeos excelentes, debido a la altitud de su ubicación. Después del desayuno, volvimos a montar nuestros caballos y fuimos hasta la cúspide de la montaña, una milla por encima de su mansión, cuando de repente y de la manera más inesperada, me encontré al borde de un precipicio de casi 2.000 pies y, bastante mareado, me vi mirando a un valle circular, como el cráter de un enorme volcán. Nada podría describir lo sublime y lo singular de esta vista; se le conoce como el lugar más pintoresco y terrible de la isla y probablemente de cualquier otro sitio y lleva el nombre de El Coral. Habiendo satisfecho nuestra curiosidad sin haber tenido la posibilidad de dibujarlo —lo que, por cierto, hubiera sido presuntuoso hasta el último grado—, seguimos viaje por caminos atrozmente peligrosos y horrorosos, más que ningún otro por donde haya pasado; y esto es mucho decir, pues he escalado el Cáucaso y cruzado las temibles Montañas del Tauro y los Kourds 1(Sic. Muy probablemente por Montes del Curdistán, como corroboraría el apunte de sábado, 26 de noviembre de 1825, poco más adelante) Así, con peligro, fatiga y trabajo, siguiendo un camino que parecía de cabras, bajamos zigzagueando hasta el fondo de esta cuenca lujuriante al mismo tiempo que horrible. A cada paso aparecían nuevos y pintorescos puntos, y pude haber llenado muchas hojas de valiosos recuerdos de este extraordinario lugar si hubiera podido dedicar aunque solo hubiera sido tres días a mi excursión. Apenas pude hacer dos dibujos y regresamos ya casi de noche arriesgando el pellejo, pisando los salientes de los amenazadores peñascos, llegando a menudo a tener que aferrarme de las protuberantes masas de basalto, para no ir a rodar al horrible abismo de 1.500 o 1.600 pies. Hay varias cascadas interesantes, pero no estaban en plena fuerza debido a la carencia de lluvia, a pesar de lo cual nos empapamos dos veces, con lo que se nos complicó el desplazamiento y se hizo más resbaladizo el camino para los cascos de nuestros caballitos de Funchal que, para gran sorpresa nuestra, subían y bajaban gateando por estos senderos sembrados de piedras. La exploración de este lugar curiosamente pintoresco se ha hecho más fácil mediante el camino actual, que ordenó construir hace unos años un gobernador con espíritu público, para abrir el camino hacia el norte de la isla. Llegamos a la población alrededor de las 6, conocimos un grupo importante de comerciantes en casa del cónsul, y subimos a bordo para dormir. Luego de despedirnos de nuestros hospitalarios amigos de Madeira, zarpamos a las 11 con una buena brisa del nordeste.

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