Pasamos toda la noche en calma, acercándonos gradualmente a la escarpada costa arrastrados por el oleaje y la corriente. Para las 6 de la mañana nos encontrábamos a escasas tres millas de tierra, y nos aproximábamos rápidamente. Es muy común que hacia las 9 o las 10 se levante una brisa del este, de modo que estuvimos esperando ansiosamente su llegada, pero en vano; y luego de infructuosos esfuerzos para alejar a remolque al Primrose de tierra, en previsión de no ser arrojados contra ella echamos anclas en 25 brazas de agua. A las 12 surgió la brisa y nos pusimos rápidamente en marcha, feliz circunstancia esta, pues son grandes los peligros corridos por los buques que se acercan demasiado a la costa en este país. Mientras estábamos fondeados, el termómetro alcanzó los 28 grados; a las 3 anclamos de nuevo, poco más o menos a una milla de la población de La Guaira. Hoy comí con los oficiales en la sala de suboficiales: el teniente Macdougal, segundo de a bordo, quien presidía, es persona muy caballerosa. Durante la comida llegó [de tierra] una nota del señor D.H.B. Hurry, vicecónsul de su majestad, excusándose por no subir a bordo, pero invitándonos, al capitán Vernon y a mí, a cenar. Nos excusamos también y a nuestra vez le invitamos a desayunar al día siguiente. El Primrose saludó al puerto con una salva de 13 cañonazos, mas, a mi entender, la cercanía del ocaso fue la causa de que no fuera devuelto el saludo ese mismo día, aunque, seguramente, lo sería por la mañana.
La Guaira. Como lo había supuesto, el saludo fue devuelto a la salida del sol.