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Capítulo II Venezuela tierra turbulenta
1825 noviembre 27 - 1827 enero 07
Venezuela tierra turbulenta
1825 noviembre 27 - 1827 enero 07
Subcapítulos
La Guaira.

A las 8 el capitán Vernon envió la canoa a buscar al señor Hurry, quien parece ser un joven muy inteligente. Le entregué el paquete de cartas comerciales de los señores Powles & Co., así como la dirigida al señor Oppenheimer por su padre. A las 11 bajamos a tierra saludados por la corbeta con siete cañonazos. El desembarco fue desagradable porque el oleaje rompía por encima del destartalado muelle de madera ya podrida que conduce a la orilla de la población. Este sitio está bien protegido por murallas y baluartes hacia el mar; y las empinadas colinas que se alzan detrás del lugar están además coronadas por baterías de varias clases, aparte de unas defensas casi impenetrables formadas de tunas y otras plantas espinosas y tupidas que crecen por doquier y a las que tan cuidadosamente hay que acercarse en todos los países tropicales.

La Guaira, desde su acceso, se parece mucho a Derbent, en el Caspio. Sus calles son estrechas, reconstruidas solo parcialmente desde el terremoto de 1812, de cuyos estragos guardan dolorosos restos. Hay una gran iglesia en lo alto de la ciudad, de aspecto imponente, pero los ardientes reflejos de las montañas y de las paredes, los hedores, etc., en modo alguno invitaban a un conocimiento más íntimo. Visitamos al gobernador, que estaba enfermo, y fuimos un rato a la oficina del señor Hurry (donde el termómetro marcaba 30 grados), al salir de la cual dirigimos nuestros pasos, siguiendo la orilla del mar (hacia el oeste), al pueblo de Maiquetía, a una milla de distancia, ventilado y hermosamente situado en la falda de las montañas, en medio de un bosque de árboles de cacao poco denso. El vicecónsul tiene aquí una linda cabaña, que encontramos fresca y agradable en comparación con el lugar de donde acabábamos de llegar. Buitres y pelícanos volaban por encima de la playa, zambulléndose estos últimos con la mayor destreza, en busca de pescado, desde una altura considerable. Por cierto que, momentos antes de anclar ayer por la mañana, pescamos un tiburón de unos 10 pies de largo, que los marineros despedazaron sin tardar y del que dieron buena cuenta en el desayuno y el almuerzo. Hoy comí con el señor Hurry. Conocí al señor Gibson y al señor Oppenheimer, ambos comerciantes británicos establecidos en La Guaira. Escribí al señor Henderson, cónsul general en Bogotá, enviando mi carta de presentación (o, mejor dicho, anunciando con ella mi llegada), junto con mi nombramiento (según instrucciones) para que él los presente a las autoridades con objeto de obtener mi exequatur. Despaché también una carta del Sr. Canning [ministro británico de Relaciones Exteriores] al coronel Campbell, encargado de negocios de su majestad británica: ambas deberán ir por correo el 7 de diciembre.

N.B.: según me dicen, el correo tarda cuarenta días en llegar.

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