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Capítulo I Adieu Inglaterra
1825 octubre 18 - noviembre 26
Adieu Inglaterra
1825 octubre 18 - noviembre 26
Océano Atlántico.

Continúan favoreciendo nuestro viaje el buen viento y el buen tiempo, y espero que el cielo nos siga bendiciendo con estos hasta el final del viaje. El termómetro en 22 grados. Hicimos 150 millas desde ayer a las 12. Viento del este, buena y constante brisa que corre a unos 9 nudos por hora. Al partir de Madeira nos quedaban por recorrer unas 2.750 millas hasta llegar a Barbados. Hace hoy una quincena que salimos de Spithead y se me ocurre, por lo constante de la brisa, que debemos haber encontrado los alisios. A las 12 de hoy estábamos a 400 millas de la isla que habíamos dejado recientemente. Tuvimos el triste accidente de perder a un hombre cuando terminaba el día. Con el horrible cabeceo de la fragata el hombre cayó desde las cadenas de proa. Se dio la alarma de «hombre al mar». Cuando todo el mundo estaba en cubierta se lanzó la boya salvavidas y en menos de cinco minutos todas las velas estaban cargadas y la nave deteniéndose. Infortunadamente íbamos a 10 nudos por hora y cuando se terminaron de hacer todos estos arreglos el infeliz debe de haber estado a una milla del buque. Al mismo tiempo que se cumplían las órdenes para detenerse, se bajó el bote y este se puso en camino con toda la celeridad que permitía un mar agitado. Como a estas latitudes parece habérseles concedido apenas un muy corto crepúsculo, se hizo de noche rápidamente, cosa que no se pensó en el momento de soltar el salvavidas, pues es de rigor que al ocurrir un acontecimiento de esta índole, de noche, se tira de una cuerdecita antes de que la máquina abandone el barco e instantáneamente se enciende una mecha inextinguible en el agua, que sirve de guía tanto al infortunado como a quienes van en su busca. Nunca vi tanto interés como el que invadía el rostro de todo el personal por la suerte de su desgraciado compañero, ni por disminuir la velocidad del Pyramus. Todo fue en vano. Después de transcurrido un tiempo considerable, se izó un farol en el palo de mesana y se disparó un cañonazo como señal para que el bote regresase. Y volvió con las manos vacías. Qué habrá sentido el desesperado marinero (si es que aún seguía nadando sobre las furiosas olas) cuando oyó el rugir del cañón que cortaba todas sus esperanzas de vida. Se había hecho todo lo posible para rescatarle de la muerte y los sentimientos y humanitarismo del capitán Gambier en esta ocasión le honran, como hombre y como cristiano. El infeliz marinero tiene un hermano a bordo, un jovencito, que lloró amargamente al reconocer la gorra de su pariente, que se había enredado en las cadenas. Con la noche aumentó la violencia del viento, y el Pyramus se balanceó tanto que se inundaron todas nuestras cabinas por las portillas. La mía se volvió un pequeño mar, pero yo me mezo por encima de todo ello en mi hamaca, sobre un cañón de 18. El termómetro señala 22 grados.

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