Todavía completamente inactivo por el dolor de cabeza. Recibí cartas de Bogotá fechadas el 10 de julio. Por fin tenemos noticias de Bolívar: «Pues en el momento en que supo que las acusaciones contra Páez habían sido hechas por el Senado, exclamó que no las obedecería», y despachó a su primer edecán, coronel O’Leary, al cuartel general de ese general, llevando una carta del presidente. El coronel O’Leary salió de Lima el 3 de junio y llegó a Bogotá alrededor del 8 de julio. Después de pasar unos días en esa capital partió rumbo a Valencia, adonde llegó el 4 de este mes. Hemos sabido que llegó allí, pero como no ha trascendido nada en detalle es seguro que se ha ido a buscar a Páez al Apure. Este oficial es de confianza de Bolívar, y espero que sea la paloma de la reconciliación. La buena información que llegó al presidente sobre las acciones a punto de iniciarse contra el general Páez, provino directamente de Santander, quien no perdió tiempo, o más bien simultáneamente con el despacho del mensajero a Bolívar, enviaba otro a Páez. A aquel le dijo que era mucho lo que había que aprender del resultado de la decisión sobre la conducta de Páez, tanto era lo que lo amaban pueblo y soldados. Este mismo acto y comentario demuestran lo tonto y poco político del paso que el vicepresidente dio impulsado por su resentimiento privado, con la esperanza de llevar a uno de los héroes de la república a una alternativa que mancharía su vida al violar la Constitución del país. Ha hecho de él un rebelde —conocía su carácter— pero sabía aún mejor en qué nido de desgraciados y viles consejeros iba a caer instantáneamente, ya que tantos republicanos poco honrados e inquietos habían hecho de Valencia su residencia. La cosa resultó cierta, y el mandato a Páez, como él mismo dice, «traía revolución en el rollo de papel que contenía», y su orgullo herido —su idea de ingratitud por sus servicios—, sus esperanzas de vengarse de sus enemigos, todas se le subieron a la cabeza juntas. Nada más esperaban Peña y sus colegas, y sus viles mentes pronto empezaron a trabajar el corazón herido del general y, respaldados por sus intrigas con los oficiales y tropa y los funcionarios civiles de la ciudad, convencieron al irritado Páez de convertirse en rebelde... y arruinar su buena fama. No sé cuál sea el objetivo de Bolívar. Ha puesto en manos del coronel O’Leary un par de espléndidas charreteras, una espada, etc., para el general Páez, lo que no parece indicar que lo vaya a suspender de su mando militar o que lo considere indigno de desempeñarlo. Diversas causas se asignan a estos obsequios —cordiales y estratégicas— (yo creo que de amistad), pero confío en que si O’Leary encuentra a Páez lejos de sus malignos consejeros, no está perdido, y las cosas pueden terminar sin llegar a los extremos. Si no el resultado será un poco de sangre y mucha ruina. Termómetro a las 7, 22 y a las 4, 24. Un poco de lluvia.