111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
Capítulo III La última estancia de Bolívar en Caracas
1827 enero 08 - julio 05
La última estancia de Bolívar en Caracas
1827 enero 08 - julio 05
Caracas - La Guaira

Al romper el alba, el Libertador salió de Caracas y desayunó en La Venta (a medio camino) llegando a La Guaira a las 10 y media. El coronel Wilson y yo salimos a recibirle y regresamos con S. E. a la casa del gobernador. La nave estaba empavesada y enarbolaba el pabellón colombiano en el trinquete. Tan pronto como el fuerte hubo terminado su saludo, el buque disparó el suyo, de 19 cañonazos. El día era hermoso, pero el viento del este, fuerte. Tan pronto como el general Bolívar hubo recibido la bienvenida de las autoridades y amigos personales, me retiré a una de las galerías cuyas ventanas daban al mar, a fin de recibir sus órdenes finales relativas al embarque, y de felicitarle por la victoria que había obtenido, que demostraba cuán profundamente era estimado por el corazón de los verdaderos amantes del país. Después de haberle dicho unas palabras en este sentido, añadí:

Pero, Señor, el Vicepresidente ha sido reelegido, y su renuncia ha sido igualmente rechazada. No pensará usted obrar con un colega como Santander.

No, contestó enérgicamente, y ya se verá cuando llegue a Bogotá. No puede usted imaginarse —agregó— las sucias mentiras, calumnias, y viles intrigas que ha usado para inducir a los miembros del Congreso (no de su partido) a cerrar filas con él, así como para extirparme del afecto de la gente y exponerme como traidor a la patria. Tuvo la vileza de decir que yo le había escrito al señor Canning ofreciendo a Gran Bretaña el vasallaje de esta República; colocándola bajo mandato y protección británicos. Así —dijo, y lo dijo su partido— ha querido vuestro Libertador vender las Libertades que con tanto esfuerzo habéis conseguido: desea acabar con vuestra religión establecida poniéndonos bajo el yugo de una potencia protestante y, lo que es peor, gobernada por un Príncipe. Así serían sacrificados vuestros 17 años de libertad, vuestra Constitución, y las Leyes que ha jurado hacer cumplir. Si tuviera tiempo —dijo S.E.— podría darle otras pruebas no menos negras y falsas: pero usted ha seguido la cadena de su perfidia durante los últimos catorce meses, y puede juzgar por sí mismo. A las 4 me embarco, y le agradeceré que le diga al capitán de la fragata que estaré a sus órdenes si me manda a buscar a esa hora.

Antes de terminar nuestra entrevista reiteró una vez más sus seguridades de afecto, y el gran interés y amistad que los pocos meses de contacto, público tanto como privado, habían generado en su corazón: ¡Por ahora, adiós! Pero lo repetiremos a bordo de la fragata.

Le dejé entonces y mandé una nota al señor Cockburne pidiéndole que el capitán Chambers enviase un bote a las 4. Durante este intervalo el Libertador asistió al bautizo de la criatura de su sobrina, y el gobernador, coronel Ayala, le preparó una cena. A las cuatro se presentó puntualmente la barca, con el propio capitán Chambers, pero las olas eran tan altas como resultado del viento, que difícilmente pudo pasar del bote al muelle, y al hacerlo la barca casi se hunde y se llenó de agua a medias. Este inconveniente pronto se subsanó, y antes de que su capitán o yo pudiéramos llegar a la puerta que conducía al desembarcadero, el Libertador pasó, acompañado por su estado mayor, autoridades, amigos privados y una vasta multitud. Dio las gracias a Chambers por sus atenciones; y como ya me había dicho el capitán C. que siendo tan difícil el desembarco y estando tan ansioso el amable señor Cockburne de hacerse a la vela tan pronto como el Libertador estuviera a bordo, era mejor, todo considerado, llevarle al bote y decirle adiós allí. Acepté que así fuera, pero no sin el más sincero pesar. La verdad era que con respecto al estado de la marea y el peligro de embarcar y desembarcar (en cuanto al bote) había razón, de modo que no encontré nada más que decir sino mis adioses a este grande, glorioso y puro patriota quien, con dificultad, saltó a la briosa barca cuando esta se erguía sobre la espuma para recibir su preciosa carga. Los de su séquito que le acompañaban en la misma eran el general Briceño Méndez, el señor Revenga (detestado generalmente) y el edecán de turno, coronel Ferguson. En otro bote iban otros miembros de su personal, el coronel Wilson, el coronel Santana y el doctor Moore. El resto de sus acompañantes, etc., se embarcaron en los dos bergantines.

La barca de la fragata enarbolaba el pabellón británico y un gallardete; el fuerte saludó al Libertador entre los hurras del pueblo reunido en la playa; la fragata estaba armada y al subir a cubierta disparó otro saludo de 19 cañonazos y, en menos de media hora, bogaba ya hacia su destino, Cartagena. Así, pues, nos volvemos a encontrar sin nuestro protector y padre de la Patria, y tengo una extraña sensación de que antes de que pasen tres meses lo veremos y lo sentiremos. Cené con el señor Ward y el señor Hurry. Termómetro, a las 4, 31 grados.

1
111
111
111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
U