Hojeando la narrativa de un Viaje a través de los Andes, etc., escrita por un tal señor Robert Proctor, este caballero describe el aspecto del general Bolívar cuando llegó a Lima por primera vez: cuando los peruanos le llamaron en ayuda de su independencia. Llegó al Callao el 1° de septiembre de 1823, y se le recibió en la capital del Perú con el regocijo más entusiasta:
Es un hombre bajito y delgado, con apariencia de gran actividad personal; tiene la cara bien formada, pero con arrugas de fatiga y ansiedad. El fuego de sus ojos rápidos y negros es notable. Lleva grandes mostachos y tiene el pelo oscuro y rizado. Después de verle en muchas oportunidades, puedo decir que nunca encontré una cara que diera una más exacta idea de un Hombre. El arrojo, la iniciativa, la actividad, la intriga, la orgullosa impaciencia y un espíritu perseverante y decidido quedan claramente señalados por su semblante y expresados por cada movimiento de su cuerpo. Su vestido es simple aunque militar. Llevaba como de costumbre una guerrera azul y calzón con botas que le llegaban más arriba de las rodillas.
Bolívar se cortó los bigotes al regresar a Colombia el año pasado y se afeitó las patillas casi completamente. Le pregunté por qué lo había hecho y me contestó porque estaban encaneciendo rápidamente. Solo tiene 43 años, pero, como observa el señor Proctor, es cierto que tiene la cara bien arrugada por el cansancio y la ansiedad, que también han empezado a blanquear prematuramente sus rizos así como a desnudarle la frente. El retrato que de él se hace en la otra página es correcto, más cuando todos y cada uno de estos diferentes dones de la naturaleza entran individualmente en acción, una dulzura muy predominante impregna su semblante y le he visto, más de una vez, cuando la «orgullosa impaciencia» dominaba los demás sentimientos, frenarla con una sonrisa que hablaba más por la bondad verdadera que poseía, que un volumen entero de excusas.
Llegó a La Guaira hace un día o dos un bergantín francés, y traía noticias en un periódico de Burdeos, fechadas en Madrid el 1° de octubre, de que se había concluido un tratado en Londres el 23 de agosto, por medio del cual España reconocía la Independencia de toda Sudamérica, y las repúblicas que constituían sus recientes posesiones habrían de pagar durante un período de 12 años la suma de 60 millones de francos anualmente, y luego, a perpetuidad, unos tres millones anuales. El primero de los tributos habría de pagarse en Cádiz a tres comisionados, uno inglés otro francés y un tercero español, y luego se dividiría en dos porciones iguales, una de las cuales sería para las dos primeras potencias como liquidación de lo que España les adeuda. La mitad restante se entregaría al comisionado español para uso de su gobierno. Los gobiernos francés e inglés garantizan el pago de estas sumas por parte de los estados republicanos del nuevo mundo, los cuales, por su parte, conceden al comercio de España y sus navios ventajas más considerables que las que disfruta ninguna otra nación. No es improbable que haya sucedido esto, puesto que escribí un despacho en marzo pasado, acompañado por una carta del Libertador, exhortando (para salvar a Colombia de la ruina total) a Inglaterra a hacer esfuerzos ante la Corte de España para que reconociera a este país. Si el asunto se ha cerrado según lo descrito antes, le corresponde a Sudamérica decir si las condiciones son demasiado severas. Con seguridad no se aceptará el pago de los 3 millones anuales, pues convierte a estas naciones libres en tributarias, y no lo van a consentir. No obstante, puede que acepten el pago de 60 millones de francos


por tres años consecutivos, pero si la república se limita a la declaración hecha y firmada por Bolívar en Angostura el 20 de noviembre de 1818, el Tratado, tal como está redactado, no será aceptado, pues el artículo 5° [y 6° de la declaración] dice:
Que no tratará jamás con la España sino de igual a igual y en paz y en guerra, como lo hacen recíprocamente todas las naciones: que únicamente desea la mediación de las potencias extranjeras para que interpongan sus buenos oficios en favor de la humanidad, invitando a la España a ajustar y concluir un tratado de paz y amistad con la nación venezolana, reconociéndola y tratándola como una nación libre, independiente y soberana.
No ha llovido. Termómetro, 22° a las 7, 24 a las 12 y 23, a las 4. Velada con el señor Lewis, quien nos entretuvo al señor Lievesly y a mí interpretando muchas dulces tonadas que me trajeron a la memoria mi país y los seres queridos, así como otros que ya se fueron para siempre.