Hoy, durante tres horas, llovió de la manera más torrencial que jamás haya visto: las calles eran ríos profundos que arrastraban toda clase de desperdicios. La tormenta iba acompañada de rayos y truenos directamente encima de la ciudad, cuyos zambombazos y destellos eran como el resplandor y la descarga de mil piezas de artillería, multiplicada otras tantas veces por el eco de las montañas vecinas. En medio de esta guerra de agua y electricidad. El señor Hurry llegó de los valles del Tuy y no venía en condiciones envidiables, pues cuando cruzó el paso de la pequeña cordillera de los cerros de Gallegos lo hizo abofeteado por el viento y la lluvia y cegado por los fogonazos. Dice que los alrededores del Etna en erupción feroz apenas podrían ser más terroríficos. Como llegó a las 5, una buena comida y una botella de excelente clarete hicieron desvanecerse el ruido, los destellos y el torrente. Nada nuevo. Por la noche fui a casa del señor Mocatta, que se queja del nunca peor estado del comercio y las ganancias.