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Capítulo V El regreso a mi querida Inglaterra
1830 enero 01 - junio 07
El regreso a mi querida Inglaterra
1830 enero 01 - junio 07
Redenham - Andover

Ayer debí de haber asistido al entierro de sir Thomas Lawrence, pero el destino no lo quiso así, y tal vez para bien. Los entierros (particularmente en [la catedral de] San Pablo) son ceremonias serias para los asistentes. La muerte en esos momentos les importa tanto como la contaminación en Constantinopla o cualquier otro sitio: es la curiosidad, el deber o la moda lo que atrae al inconsciente mortal al borde de este horrible precipicio al que todos deben saltar tarde o temprano y, sin embargo, extraño es decirlo, algunos parecerían querer dar el salto con los ojos abiertos. Cuando llegó el correo diario junto con el informe sobre las carreteras y la noticia de que no habían llegado a Londres ni salido los coches de posta, yo no había decidido si debía de acompañar a los Pollens a casa del señor Doyley St. John o seguir a Andover a ver si lograba alguna forma de transporte a la metrópoli, pues le había prometido a mi madre que me quedaría un día en Esher antes de ir a casa de lord Orford. De modo que pedí un coche para Andover, que llegó a la 1. En el ínterin llegaron el almuerzo y un coche de cuatro caballos: aquel, siempre bien recibido en el campo y este portador de Sir John y la señorita Ashley, que venían a excusarse por no haber podido llegar a la comida de ayer por culpa de los caminos bloqueados, que los habían detenido dos días en Salisbury.

Poco después entré en mi vehículo y a las 2 estaba en Andover, pero como el patrón del «Star» no me dio muchas esperanzas, decidí quedarme allí hasta la mañana siguiente, aunque un poco disgustado. Durante mi solitaria parada llegaron las valijas del correo en un coche de cuatro caballos solo con el guarda. Venía de los pueblos de los alrededores y hasta de Salisbury, y me dije que si una silla de cuatro caballos podía cubrir semejantes distancias y marchar a Londres en este preciso instante, igual podía hacerlo el coche con el mismo número de caballos. A las 3 y media pasó por la ciudad el «Light Salisbury», y alquilé inmediatamente un puesto interior en el «White Hart» para la mañana siguiente a las 10, que me costó una libra y diez chelines. Ya todo en orden, ingerí un beefsteak duro para cenar en un cuarto lleno de humo del «Star», perdiendo obligatoriamente un sinnúmero de horas de buena compañía, con el solo consuelo de que cada coche que llegaba tenía que quedarse a pasar la noche.

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