Fui con mi madre y Jane a devolver la visita a los Buxton en Wruxly, a unas dos millas de distancia. La señora B. es muy linda y dibuja admirablemente bien. El capitán Gill, su cuñada y la señora Dillon bajaron de la ciudad para comer con mi madre. Regresaron de noche. El tiempo bueno, pero frío y húmedo. A las 7 fui a cenar en Claremont. Éramos un grupo bien numeroso, muchos de nuestra inmediata vecindad, entre ellos el almirante Lambert y Harben. Otros de los convidados eran lord Darnley, el conde Ludolph (ministro de N.), el señor Huskison, el señor Charles Grant, el señor Denison (hermano de lady Cunningham), Berkeley Paget, etc., etc. Yo estaba sentado al lado del señor Huskison, y hablamos varias veces de la capacidad interna de Rusia. Con el Príncipe Leopoldo y el Conde Ludoph, sentados frente a nosotros, hablamos de Sudamérica, y cuando le dije a S. A. real que los países de ese mundo nunca valdrían nada en su estado actual, hasta que España reconociese su independencia, el príncipe' class='cs6-c entry-index'>príncipe dijo: «Entonces, créame Ud., esperarán en vano, porque eso nunca ocurrirá». Afirmación rotunda esta, y sin la debida cautela de un soberano en cierne. Después de cenar hablé largamente con Ludoph sobre la política y otros aspectos de mi querida Rusia. Renovamos nuestra vieja amistad, y me invitó muy gentilmente a ir a verle cuando estuviera en Londres. Regresé a casa a las 11.