Otra vez lluvia y truenos. A la una fui a visitar al general Páez. Estuvo sumamente contento de volver a verme. Está muy gordo y se ve bien, pero sus hermosos rizos negros se están entremezclando con gris. Parece, por lo que se desprende de su reciente línea de conducta muy ostensible y responsable, haber adquirido más seguridad en sí mismo. Su salón estaba lleno de gente, de modo que no pude hablar con él sobre el estado político de la República, o sus deseadas relaciones con Europa, pero lo haré dentro de poco. Los coroneles Rola y Chicherin y el señor Adams cenaron conmigo, siendo esta una comida de despedida, antes de que estos militares errantes se dirijan al otro mundo, por la causa de Polonia.