El señor Adams y su grupo llegaron aquí ayer de las minas de Aroa, a donde había ido a tomar posesión de esta propiedad (en forma) según las leyes y costumbres de esta tierra. Me informó que el asunto se había llevado a cabo completa y satisfactoriamente. Ahora la propiedad pertenece a un tal señor Robert Dent, comerciante de Londres, a cuyo nombre se hizo la escritura de venta. El señor Adams no tiene sino elogios para la propiedad, no solo por su riqueza en mineral, sino también por las haciendas de cacao y café, etc., etc., que hay en ella. El señor William Ackers, agente de la compañía y comerciante de Caracas, le acompañó con otras personas oficiales. Los dos caballeros en cuestión, selon le dernier, eran como aceite y vinagre. El acaudalado comerciante no se resignaba a no ser la estrella de la expedición, y parece haberse iniciado un malentendido bastante grave. El señor A., cuya versión es la única que conozco, dice que al descubrir su compañero de viaje que no servía la fanfarronería, se calmó y sacó la bandera de la paz (ya se habían elegido armas), escabulléndose así de la manera más ruin, como lo ha hecho otras veces cuando ha encontrado la horma de su zapato, o se le ha sometido con firmeza y pruebas irrefutables. Ha llovido durante 5 horas.