Escribiendo todo el día. Triste, muy triste, y aunque sea pesada no tengo ni siquiera la compañía de mi secretario para ayudarme a disipar la tristeza. Los Mocatta están llenos de buenas intenciones y buenos sentimientos de todas clases. Muy amables, pero, como israelitas que son, no pueden poseer ni poseen toda la delicada y dulce simpatía que los sentimientos cristianos no pueden dejar de administrar a una «mente enferma». No se les ocurre sino llevarme al teatro esta noche. La intención es buena, pero es algo ofensiva para un espíritu herido. Ellos creen que me divertiría y me haría pensar en otra cosa. Muchísimos fueron los visitantes nativos que vinieron a condolerse conmigo de esta triste noticia de Inglaterra.