Un tal señor Wallace, carpintero americano amigo de la viuda, vino a verme con el certificado de matrimonio de ella, a ver si era bueno ante las leyes de esta tierra, en caso de que intervinieran los abogados si ella quería vender las casas que eran propiedad de su difunto esposo para pagar deudas en caso de que su negocio no respondiera. A pesar de que ahora ya estaba consciente del engaño en cuanto a religión, fui a ver al ministro de Relaciones Exteriores y se lo mostré; y me dijo que el documento era perfectamente legal y que si surgía alguna dificultad, al solicitarla, el ejecutivo, por su intermedio, daría sanción total al sentido contenido en el tratado existente entre la Gran Bretaña y Colombia. Cabalgué hasta Chacao para pasar un par de horas con los Aldersons, como consuelo a estas horas más duras de mi exilio. Regresé sin lluvia.