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Capítulo VIII En los Llanos de Apure
1832 octubre 27 - noviembre 30
En los Llanos de Apure
1832 octubre 27 - noviembre 30

El general aún se siente mal, y no parece que vaya a poder salir hasta dentro de varios días, de modo que ya que lo tengo todo listo, me voy a Calabozo sin tardar y me uniré con Páez en San Pablo cuando regrese hacia Caracas. A las 12 del día, acompañado por Manuel, que es el hombre que cuidará de las mulas en chemin, bajo un sol de mediodía abrasador, inicié mi expedición, con el propósito inquebrantable de estar de vuelta en la capital el 17 del mes que viene, día en que debe llegar el buque correo. Las carreteras, a pesar de las abundantes lluvias recientes (por lo menos en el día de hoy), han resultado buenas. A las dos de la tarde estábamos en Las Adjuntas, donde empieza el ascenso por un empinado y zigzagueante camino rocoso, que trepa por la ladera de la montaña, cuyas incontables cumbres forman la alta barrera que divide el valle de Caracas de los de Aragua. Después de subir durante una hora por este camino escabroso, se abre un panorama muy interesante y extenso; y al volver la vista hacia La Silla y su verde valle se obtiene el último vistazo, mejor dicho la última vista de Caracas. Este punto en particular se llama el de ¡Buena Vista! Desde aquí el camino corre, ondulante y muy agradable, entre altísimos árboles, cuyo carácter gigantesco así como follaje recuerdan al viajero europeo que está viajando por un mundo tropical. Una hora más de viaje por estos bosques nos llevó al inicio del descenso empinado, que se retuerce por dentro del vallecito donde está situado el hermoso pueblo de San Pedro, al que llegamos a las 5. Un arroyo límpido corre al lado de la pulpería, y después de cruzar serpenteando el ricamente cultivado valle de Los Teques, va a desembocar en el río Guaire en Las Adjuntas. El pueblo de San Pedro está a siete leguas de Caracas, y a unos 3.200 pies (915 m) sobre el nivel del mar. Ya que las hamacas son las camas portátiles de este mundo, yo tenía la mía, que fue debidamente colgada; y bien fría resultó la cama esta; de hecho, se sabe que las noches de San Pedro son intensamente frías.

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