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Capítulo IX Cónsul tres años más
1832 diciembre 01 - 1835 septiembre 30
Cónsul tres años más
1832 diciembre 01 - 1835 septiembre 30
Subcapítulos

He recibido un despacho del cónsul británico de Maracaibo, referente a la reciente conspiración de Bogotá:

el 23 de julio se participó al general Santander que se iba a atentar contra su vida, y que había oficiales de alto rango implicados en la conspiración. Acompañado por el general Antonio Obando y el coronel Manuel Montoya se dirigió inmediatamente a la Guardia principal con el propósito de arrestar a los oficiales que, según sus informaciones, estaban involucrados.

Al llegar allí, el general Santander ordenó al coronel Montoya que llevara al oficial Arjona, que estaba de guardia, a la cárcel, escoltado por cuatro hombres, pero Montoya, no considerando necesaria la escolta, llevaba a Arjona a la cárcel cuando este intentó huir. Montoya sacó la espada y se lanzó sobre él para impedírselo, pero Arjona le disparó una pistola y lo dejó muerto en el sitio.

Tan pronto como las noticias de la muerte de Montoya se esparcieron por la ciudad los conspiradores, que eran sesenta, al verse descubiertos huyeron hacia Tunja, que está a dos leguas de la ciudad. En un lugar llamado Soraca los alcanzó un grupo de tropas del Gobierno que habían sido enviadas a prenderlos. El general Sarda [José Sardá] (español) poniéndose a la cabeza de los conspiradores se enfrentó al grupo gubernamental, luchó, y los batió, pero al ver que avanzaban refuerzos hacia él se vio obligado a huir, dejando varios muertos en el campo. La alarma que ha creado este acontecimiento ha sido grande y general por toda Nueva Granada, y se dice que sus ramificaciones son aun más extensas que las del diabólico intento de la noche del 23 de septiembre, al cual se parecía en muchas de sus circunstancias. Se han tomado medidas activas para descubrir los individuos involucrados en este asunto e impedir que semejante intento se repita. Las Milicias se han movilizado, y el Gobierno ha adoptado todas las demás precauciones que hacía necesarias la ocasión.

El número de los detenidos y encarcelados es considerable, y entre ellos está el general Vélez, y una serie de personas privadas altamente respetables. Las cartas de Bogotá están escritas en tono muy pesimista, como si se temiese una repetición de la intentona por la creciente impopularidad del general Santander.

El 21 del corriente (agosto) llegó aquí un buque de Cartagena trayendo noticias de un acontecimiento que se registró en ese lugar y que es de naturaleza bastante desagradable.

Parecería que un tal coronel Woodbine, su esposa y niño, fueron asesinados por su servidumbre (negros condenados de Jamaica) y sus cadáveres fueron llevados a Cartagena con el propósito de que fueran examinados por gente profesional. Al bajarlos a tierra en el muelle, como es costumbre se reunió una cantidad de personas, y al tratar de dispersarlas el alcalde recurrió a medidas que se consideraron más rigurosas de lo que requería la ocasión. El cónsul francés, que estaba cerca, al no cumplir en el acto una orden del alcalde expresada en un lenguaje más bien grosero, por orden de este fue amarrado y llevado a la cárcel por un centinela. El cónsul naturalmente irritado por el insulto que se le hacía llamó canalla al alcalde, ante lo cual este se ofendió y excitó a la gente contra el cónsul hasta un punto tal que su vida estuvo en peligro. El clamor de la gente, que lo atacó con los más oprobiosos epítetos y amenazas de tipo alarmante, obligó al cónsul a buscar refugio en su casa adonde lo siguió la multitud, la cual, entre gritos de «Sangre y muerte a los extranjeros», le rodeó la casa. Apenas había el cónsul llegado a la casa cuando entró el alcalde y le instó a que le acompañase a la cárcel, a lo cual el cónsul, mostrándole un par de pistolas, le dijo que si insistía en su petición le dispararía. El alcalde consideró prudente retirarse, pero la gente se enfureció.

Como se encontraba en puerto un buque de guerra francés, el cónsul solicitó pasaporte al gobernador con el propósito de embarcarse para la Martinica, pero el gobernador se lo negó, y al intentar subir a bordo sin el documento, la gente se lo impidió y le insultó de la manera más grosera así como a los oficiales franceses que le acompañaban. Viendo que no podía escapar y que su vida peligraba por las amenazas continuadas de la turba, que las autoridades no hacían nada para dispersar, el cónsul con la intención de calmar el clamor que se había creado, consideró mejor dejarse llevar a la cárcel, donde le visitaron los más respetables habitantes, y donde permanecía cuando zarpó de Cartagena el buque que nos trajo esta noticia.

Este asunto ha creado un sentimiento de gran enemistad hacia los extranjeros en Cartagena, cosa que, por cierto, no es nada difícil de lograr en cualquier momento.

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