Ha llovido mucho durante la noche. El general Páez ha publicado el discurso a sus conciudadanos, que hace honor a su fama como el más intachable patriota y el menos ambicioso de los hombres; y digo sin ambición porque tenía los medios y el respaldo de la gente más importante para seguir en el poder, pero ha demostrado ser lo que siempre pensé, un hijo honrado y puro de la libertad y la verdadera independencia. A continuación, el hermoso discurso a sus conciudadanos:
Ha llegado el momento en que el ciudadano de vuestra elección debe encargarse de la Presidencia de Venezuela, y mis funciones han terminado. En tan solemne ocasión, me es muy satisfactorio hacer la más clara confesión de la gratitud que debo a mi país, por los distinguidos honores que me ha dispensado y por la benevolencia con que me llamó, y me ha sostenido en este importante puesto, durante el período constitucional. Al recibir tan delicado encargo y al prestar el juramento que exige la ley, conocí que contraía un empeño superior a mis fuerzas;y hoy al exonerarme de él, puedo, sin embargo, decir que he cooperado con la organización y a la administración del Gobierno con buena intención y que dejo a Venezuela unida y tranquila; pero también debo añadir, que si mis servicios han producido algunos bienes, ellos son el fruto de vuestra confianza en mi fidelidad y amor a la patria, porque sin este apoyo nada habría podido hacer. Me consideraría el más feliz de los mortales, si en este día me hubiera sido concedido presentar a Venezuela reconocida por todo el mundo y en paz; pero un incidente desgraciado detuvo el curso de las negociaciones que con la antigua Metrópoli se habían iniciado con los más favorables auspicios. Sin embargo, el Gobierno acudió sin retardo a facilitar la continuación de tan importante negocio, por las probabilidades que hay de un pronto y eficaz resultado.
Para la conservación de la República, para el progreso de nuestro favorable estado presente, es necesario no solo que os resistáis a toda desordenada y tumultuaria oposición a las autoridades reconocidas, sino que os neguéis a todo espíritu de violenta innovación en sus principios, por más plausible que en apariencia sea el pretexto que se alegue para violar el orden constitucional. Tened presente que la Constitución del año de treinta, os ha dado durante cinco años paz, orden, libertad y seguridad, que ha favorecido el progreso de nuestras rentas e industria, y nos ha granjeado la amistad de los Estados vecinos, y el reconocimiento de los gobiernos de Francia y la Gran Bretaña; que el tiempo y la costumbre son a lo menos tan necesarios para fijar el verdadero carácter de los gobiernos, como el de las demás instituciones humanas. Acordaos asimismo que el Congreso, augusta asamblea de vuestros legisladores, es a quien la Constitución atribuye la potestad de efectuar las reformas que, para el bien y felicidad general, exigen el tiempo, la opinión y los progresos del orden social; y que para el manejo eficaz de nuestros intereses comunes, es indispensable que el Gobierno conserve el vigor compatible con la perfecta seguridad de la libertad. Rodeemos al nuevo jefe que va a presidirnos con nuestro amor y nuestra confianza, y tributémosle el debido respeto para que su acción sea saludable y protectora, y para que la Constitución, que es la obra de vuestras manos, sea religiosamente sostenida.
Mirad estos sentimientos como la expresión sincera de vuestro más fiel amigo, acogedlos con benevolencia, y nuestra patria será libre y dichosa.
Me es muy grato en esta ocasión manifestar al ejército permanente mi aprecio y aprobación por su buena conducta. Su fidelidad y su obediencia le han hecho digno de la confianza de sus conciudadanos, y yo espero que nunca se desvíe de la senda del honor y del deber.
En 1810 tomé las armas para sostener nuestra independencia: hoy obtengo el retiro por la primera vez. Veinticuatro años he estado consagrado al servicio público, como soldado y últimamente como magistrado. En la vida privada disfrutaré de la dicha común; me desvelaré por conservar la buena opinión que me dispensáis; seré un apóstol de la paz y del orden público, convencido de que con paz y orden se asegura la libertad y prosperidad de la República; y estaré pronto en todo tiempo a servirla y defenderla, haciéndola el sacrificio de mis bienes y de mi vida, si fuere necesario.
Caracas, 20 de enero de 1835, 6° de la Ley y 25 de la Independencia, (firmado) José Antonio Páez.
El capitán Hay, el señor Thomas y el señor Mocatta cenaron conmigo.