Ha ocurrido un excelente acontecimiento que viene muy a punto, y es que el general Arismendi ha substituido al gobernador de la provincia señor don Juan de la Madriz, en este momento en que todos los ciudadanos parecen tener el ardiente deseo de constituirse en una milicia para la defensa de la ciudad. Arismendi es la mejor persona que pudo haberse puesto en el cargo, y procede admirablemente bien y con energía. Creo que hoy, independientemente de los ciudadanos caballeros comerciantes, que son unos 340, habrá unos buenos 1.000 hombres de la clase baja, pero esta no es la única cualidad que posee el general: todos le temen y es extremadamente severo con sus subalternos. De hecho, cuando mandaba la policía, en época de Bolívar, era el ojo del diablo e igualmente sus garras. El pueblo sigue esperando todos los días al doctor Vargas y a su vicepresidente. El general Páez está muy impaciente porque quiere irse a acelerar la organización de los 10.000 hombres, pues hay serias intenciones en el tapete de someter por la fuerza de las armas al partido que crece en el oriente. A continuación la proclama del general José Tadeo Monagas, «jefe superior del oriente», a los orientales:
Compatriotas:
La ilimitada confianza con que me habéis honrado, al elegirme como instrumento para dirigir la gran obra de regeneración del país, y así aseguraros el disfrute de un gobierno honorable, justo y liberal, me ha obligado a abandonar los placeres del retiro de que estaba disfrutando. Vedme aquí unido a vosotros; dedicado enteramente a vosotros, esperando únicamente el conocimiento de vuestra voluntad soberana a fin de someterme a ella y hacerla cumplir.
Orientales,
Cuando pronunciasteis la solemne decisión de constituiros en un estado federal había razón para congratularos de que toda la República podría declarar uniformemente los mismos sentimientos patrióticos. Muchas de las provincias ya habían empezado a hacerlo, cuando repentinamente el genio del mal se apoderó del partido que, bajo el engañoso nombre de las leyes, había oprimido al pueblo, y ahora concebía un plan para erigir un trono de sangre sobre las ruinas del país y de sus patriotas.
Nuestros hermanos de Caracas y Carabobo, que nos habían abierto la gloriosa senda por la que ahora marchamos, han sido calumniados y perseguidos. Se ha recurrido a la fuerza a fin de silenciar al pueblo, y se le ha llevado a degradantes actos de sumisión. Los veteranos de la libertad, deseando defendernos de la guerra civil que nos amenazaba, han venido a nosotros con intención de unírsenos, para que juntos podamos oponernos al plan de perversa injusticia que maquinaban, y que los irreconciliables enemigos de Venezuela, los españoles y los aristócratas, estaban a punto de abrazar. Se ha recurrido a las más infames medidas, del más pérfido, negro y criminal género, para privar al pueblo del imprescriptible derecho de hablar y de proveer a sus necesidades.
¡Compatriotas!
Habéis solicitado una convención para investigar la constitución existente y corregir sus imperfecciones radicales; así, pues, para salvarnos de la ruina cierta a la que nos llevan os habéis reunido para preservarnos de la anarquía a la que está expuesta la República sin una autoridad central, y el uso de este derecho tan sagrado ha sido calificado de traición, porque todo lo que no es el capricho voluntario de este partido oligárquico sobre el que se enseñorea el Gobierno, es un atrevido crimen a sus ojos. No tiene otro deseo que el de derramar sangre venezolana. Pero más particularmente la sangre de los más firmes defensores de la independencia y la libertad; y esto con el único motivo de allanar el camino a la dominación y tiranía de España. En esta crítica situación, el Oriente debe unirse en masse, y tras el escudo de su antiguo patriotismo ponerle fin a todo defendiendo los preciosos derechos que sabe cómo conquistar para sí, y para sus hermanos del Oeste. Siempre me veréis primero, adelante, a vuestra cabeza; y para triunfar o morir. Que sea vuestro lema el Triunfo del patriotismo o muerte; reformas en una convención nacional o guerra eterna a los opresores del pueblo. Barcelona, 8 de agosto de 1835. (firmado) José Tadeo Monagas.