Fui a la ciudad y vi a lord Clarendon, que me abrazó de la manera más calurosa, como antiguamente, como cuando era Villiers. Me aconsejó que me quedase tranquilo y no le dijera nada todavía a lord P. ni de mi ascenso ni de mi deseo de no regresar a Venezuela, sino al contrario, insinuar, cuando viera a su señoría, que estaba pronto, hasta donde podía juzgar por las causas de mi regreso a Europa, a regresar a Venezuela en un momento determinado, pues agregó que lord. P. estaba bien dispuesto hacia mí, y podía yo tener la seguridad de que, a la postre, algo se haría a mi favor. Hablé de ir a la Corte, pero le pregunté a Villiers si lord P. me presentaría en mi atuendo militar, y me dijo que no, que era absolutamente necesario que me hiciera un traje de ministro, pero no de etiqueta, porque apenas se usaba. Hablamos de otros asuntos: lady Clarendon estaba enferma, a punto de tener que guardar cama. Regresé al Priory, y después de almorzar fui a Boston House, donde cené con mis queridos amigos, que lo son desde hace casi 40 años, y pasé la noche allí.