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Capítulo II Venezuela tierra turbulenta
1825 noviembre 27 - 1827 enero 07
Venezuela tierra turbulenta
1825 noviembre 27 - 1827 enero 07
Subcapítulos
Caracas.

Así empieza 1826, mi primer año de ostensible empleo diplomático. Y quiera Dios dirigir estos talentos con los que me ha dotado hacia un uso recto y honorable en el desempeño tanto de mis deberes hacia él como de mis deberes hacia el hombre y mi país. Asistí a las plegarias, a las 12, en casa del coronel Stopford, quien las dice a esa hora todos los domingos. Después del servicio fuimos juntos a ver al intendente en una visita ceremonial de Año Nuevo. Es un anciano de gran corazón y se esfuerza, hasta donde los límites de su poder se lo permiten, en cumplir con sus deberes públicos. Creo haber dicho que el juego, de varias clases, se practica en muy alto grado en esta capital, desde los de más arriba hasta los de más abajo, pero sobre todo cuando el general Páez está en Caracas. Su amor por este vicio es tan grande que llega al punto de rebajarse a jugar y apostar con el peor vagabundo del lugar. Noche tras noche pasa el tiempo, igual que lo hace el general Mariño, jugando a las cartas, y día tras día en las peleas de gallos. El intendente ha hecho todo lo que está en su poder para suprimir estas horribles y lamentables escenas, donde se pierden y ganan miles de dólares y doblones por parte de quienes no pueden permitírselo: los descarriados nativos que frecuentan las diversas casas de juego patrocinadas por el comandante de distrito. Hace unas mañanas, el bueno del general Escalona envió a buscar a uno de los habitantes en cuya casa muchos habían ganado grandes sumas y muchos más lo habían perdido todo. Su excelencia le amonestó y le dijo que si no desistía de mantener una casa de juego tomaría medidas decisivas para ponerle fin. Esta persona le contestó que la gente más importante de la ciudad la frecuentaba y que tanto el general Páez como el general Mariño estaban allí todas las noches. El intendente le dijo que no quería saber quiénes iban, pero que emplearía toda su autoridad para acabar con semejante antro de vicio. Pocas semanas después, uno de los edecanes del general Páez visitó al gobernador y le espetó que su jefe le había mandado decir que «estaba sumido en el juego en la casa de juego que su excelencia quería suprimir y que, si S. E. se atrevía a poner coto a lo que allí sucedía, que fuera él mismo a hacerlo».

Igual ocurre con los otros canales de la Justicia: poco respaldo se dan entre sí aquellos cuyo deber es el de ayudarse para hacer cumplir las leyes. Los celos, el egoísmo y la rapacidad pecuniaria (según me dicen todos) son los motivos principales de la conducta de casi todos los empleados al servicio del ejecutivo de este país. Si esta conducta es general, y verdadero el ejemplo antedicho de falta de respaldo mutuo por parte de los funcionarios públicos, creo que las palabras del propio Bolívar serán ciertas:

Un pueblo pervertido, si alcanza su libertad, muy pronto volverá a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud; que el imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos, porque son más inflexibles y todo debe someterse a su benéfico rigor: que las buenas costumbres y no la fuerza, son las columnas de las leyes: que el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad.

A las tres fui a dar un paseo por el este de la ciudad hasta unas ruinas que temporalmente (pero no originalmente) sirven de hospital para leprosos y desde donde hay una hermosa vista de Caracas y del muy frondoso fondo montañoso, cuyas alturas nos separan del mar. Estas ruinas distan unas dos millas de la ciudad y poseen los restos de un edificio de gran esplendor así como de extensos jardines en terrazas. Cené con el señor Mocatta. Conocí un numeroso grupo de personas en honor de este día. Creo sinceramente que mi anfitrión y su esposa son de religión judía, ambos son israelitas de pura cepa.

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