A las seis de la mañana volví a visitar el mismo punto de ayer, y terminé tres bocetos. El doctor [Coxe] herborizaba. Cada día me percato más de lo muy equivocada que está la gente de Inglaterra respecto del verdadero estado de este país, tanto político como en cuanto a las distintas clases de gente. Las casas comerciales de mi país que se han involucrado tan profundamente por préstamos u otras cosas con este país, se encontraron con la necesidad absoluta (para evitar hundirse) de emplear todos los medios a su alcance, con la ayuda de folletos, libros y periódicos para mostrarlo todo bajo un aspecto muy diferente de la realidad. Con ellos está muy en deuda la independencia del país, tan firmemente asentada ya, por la debilidad de la vieja España, que no puede volver a caer bajo su yugo. Pero a menos que se envíen millares de colonos extranjeros para hacer el trabajo de los nativos y abrir camino hacia la prosperidad futura mediante cultivos de todas clases, construyendo carreteras, puentes y otras obras públicas —incluso la educación del país—; a menos que algún medio más fácil de comunicación terrestre y acuática interna se adapte al transporte de los productos, los nativos, o quien sea, pueden seguir en su indolencia y egoísmo por una parte y el especulador en su casa, por la otra. Un tal señor Williamson, de la colonia del Topo, cenó con nosotros. Las cosas distan mucho de estar listas, y los recién llegados escoceses empiezan a mostrar su descontento. La distribución de tierras no se llevará a cabo durante los tres próximos meses y en lugar de cultivar granos y vegetales y criar ganado como esperaban hacerlo, o como se les había dicho que la tierra les permitiría hacer, estos honestos hombres bronceados, tienen que cultivar café, añil y algodón, limpiando primero de tunas una buena porción de los acres que cada uno reciba o se le haya ofrecido. Pasé la velada en casa de la señora de O’Callaghan.