Salí de Caracas con el señor Retemeyer a visitar la población de Petare, que se halla a unas 3 millas al noroeste de la ciudad. Está situada en todo el extremo del valle de Caracas y la carretera que conduce a ella es plana y, en verdad, muy buena en cuanto a naturaleza y, con un poco de cuidado, podría hacerse excelente para los coches de ruedas. La riqueza del campo a ambos lados y los extensos cultivos que lo rodean, dan a la escena gran belleza y exuberancia. Numerosos pueblos y residencias campestres de los distintos propietarios de las haciendas se ven tanto en la llanura como en las tierras más altas, resaltando románticamente en bosquecillos de diversos árboles, o en las elevadas laderas de las colinas menores al pie de la cadena de montañas de la Silla, o en las que se hallan en el lado opuesto de la llanura que las separa de El Valle, cuya entrada se abre al viajero unas pocas millas al sudoeste de Petare. No creo haber visitado nunca un lugar tan aparentemente inagotable en situaciones pintorescas. Hay un hermoso río que se desliza por los campos al pie de la altura donde está situada la población y es casi imposible mover un pie sin exclamaciones de deleite ante los hermosos puntos de vista que aparecen. Hicimos un alto en casa del padre Hedlayer, que nos trató de la manera más acogedora y tenía una buena idea de lo pintoresco porque nos llevó a muchos sitios señalándonos sus bellezas e interés con un entusiasmo que poco hubiera imaginado. Visitamos la iglesia, un excelente edificio ricamente decorado en su interior. Tanto este como las casas del lugar sufrieron poco en el terremoto de 1812. Regresamos a las 4 después de un paseo muy placentero. Cené en casa del señor Mocatta, y pasé la velada en casa de las señoras Rojas.