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Capítulo II Venezuela tierra turbulenta
1825 noviembre 27 - 1827 enero 07
Venezuela tierra turbulenta
1825 noviembre 27 - 1827 enero 07
Subcapítulos
Caracas

Visité al intendente encargado, señor Landa, y le entregué mi nombramiento y exequatur, para los cuales debo ir a verle mañana a las 11. Escribí al señor Hurry hoy, avisándole que estaría en La Guaira en el curso de la semana para recibir de él todos los documentos y pertenencias del consulado. Visité luego al general Mariño (de quien se dice que va a ser el intendente militar). Estaba ausente. Su esposa e hija se encontraban en casa, pero con ropa tan escasa que frisaba en lo desvergonzado: sin corsé; solo una dormilona y una bata, esta última apenas atada a la cintura, constituían toda su vestimenta. Ninguna de las dos es delgada; más bien poseen partes bien ondulantes y redondas, de modo que esta falta de corsé y otros medios necesarios para darles pulcritud, se vuelve todavía más visible. La señora es de cara hermosísima, pero poco inteligente, ya que carece de educación. Llamó a su hijito, un torpe muchachito de 12 o 14 meses. Lo trajo una niñera india, e iba desnudo, lo que parece ser el traje típico de los infantes de este país. La señora Stopford me dijo que las mujeres están muy poco acostumbradas a tener las delicadezas comunes de las europeas. La señora S. estuvo una vez con la señora Mariño cuando esta se estaba vistiendo para salir, y en este caso, si va a llevar corsé, la persona se lo pone avant de mettre la chemise. Estando en este estado ante mi recta compatriota, su amiga colombiana insistió en que su esposo entrase en el cuarto. La señora S. naturalmente, salió corriendo de la habitación. La forma en que se lleva a los niños, varones o hembras por igual, es en la cintura, con sus piernecitas abiertas descansando sobre la cadera de la persona (del mismo modo que un hombre monta a caballo), con la carita mirando hacia dentro y el bracito, derecho o izquierdo según el lado, abrazando la espalda. El conjunto no tiene nada de bonito, y si hubiera sido esta la costumbre en Italia cuando las madonas y los niños eran tema favorito del lápiz del artista, los cuadros no hubieran resultado nada fascinantes. Los niños y niñas, como he dicho, van como vinieron al mundo hasta los tres o cuatro años de edad y la costumbre quiere que ello no se considere indecente, pero para un ojo europeo, parece exactamente lo contrario, y habrá de pasar algún tiempo antes de que me habitúe a esto, así como a otras varias costumbres desagradables e igualmente repugnantes. Velada en casa del señor O’Callaghan: toda la élite reunida en honor de una tal señorita Little comprometida con un tal señor Lemon, un americano anabaptista. Temperatura 22 grados.

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