Escribí al intendente como resultado de una carta que he recibido del coronel Flinter, en la que cuenta que iba hacia su hacienda ayer, acompañado por un inglés de nombre Donahue, cuando este se detuvo en una pulpería para encender su cigarro. Su caballo apenas se había adelantado unos pasos cuando el coronel oyó las más terribles imprecaciones de judío, infiel, hereje, mátenlo. Volvió al instante y encontró al pobre tipo rodeado por varias personas, una de las cuales le empujaba con una lanza. El coronel F[linter] intervino sacando su pistola y pidiendo al dueño de la venta que le ayudase a sujetar al hombre que estaba armado, y parecía querer más sangre que ninguno de los otros. Pero este mesonero se puso de parte de sus clientes (todos de color negro o cobrizo), cerró las puertas para protegerse, insultando a los dos europeos de la forma más infame y diciéndoles que deberían ser exterminados todos por judíos y herejes. El coronel ha tomado medidas regulares y legales, pero se dirigió a mí como representante de su majestad, y al instante escribí en términos fuertes al intendente, insistiendo en que los individuos, particularmente el mesonero, deberían ser castigados. He aquí, pues, una prueba del veneno que La serpiente ha instilado, y ojalá que la sangre y la anarquía no sean el resultado durante algún tiempo, si no se toman medidas firmes y decididas para poner coto a este odio fanático e indiscriminado. Hoy subí a la planta alta. Todavía no llega el buque, no hay correo. Termómetro, 24 grados a las 12.