Todo el camino desde el viceconsulado hasta el extremo del pueblo de Maiquetía no era sino una avenida bordeada por los largos, continuos y floridos troncos —como árboles— del áloe, intercalados por las flexibles hojas de palma y de cacao. De vez en cuando, arcos, banderas, festones y frases patrióticas, y cientos de personas totalmente dedicadas a terminar estas pruebas de afecto y veneración por el Libertador. Camino de la ciudad me encontré con tropeles de caraqueños, a pie, a mula, a caballo. Muchas de nuestras alegres mujeres habían caminado toda la noche para asistir a la fiesta de La Guaira, seguidas por sus criadas negras con la cabeza cargada de cestos y bultos de todas clases en los que llevaban los vestidos de gala, etc., de sus amas. Hacia las 8 y media llegué a la gran Venta, donde me encontré con los generales Bolívar, Páez y Bermúdez, este último acompañado por su esposa. Sus respectivos estados mayores daban proporciones enormes al grupo. Desayuné opíparamente con su excelencia. Conversamos una buena media hora sobre las perspectivas de las cosas, etc., y siguió camino con su séquito entre el humo de regueros de pólvora, petardos, cohetes, etc., etc. Llegué a Caracas a las 11 y media. Por la noche visité a Mocatta. Termómetro, a las 4, 23 grados. No ha llovido.