Cerré mis paquetes a las 11 y envié al propio a La Guaira. Escribí las cartas siguientes: señor don M. Kirk, I. de Granada—señor don A. Johnston, R. Genr. Society—señor don J. K. Picard, Hull—Wright and Co. (factura)—W. J. Austey. P. M. General, Jamaica—señor Essell, Rochester—señor T. A. Curtis, asistente en la mina de Bolívar—señor Smirnoff y Mashinka (adjunta a la de él)—príncipe Lieven, Londres—emperadora viuda, San Pet.—Jane, negocios—María y mi madre—Id. asuntos domésticos—señor Canning con el despacho Nro. 8—señor Bidwell, cartas 6 y 7—señor Rolleston.
El buque debía zarpar hoy a las 4. (Llegó a Saint Thomas el 10 de marzo y alcanzó el paquebote que zarpó el mismo día.) Mi despacho contenía la copia del discurso de Bolívar al presidente del Senado, que era como sigue, pero en cuanto a la sinceridad de sus intenciones tengo mis dudas. Es un ardid entrar en profundidades, para consolar esta agitada república
Excmo. señor:
En ninguna circunstancia era tan necesaria a la República la augusta autoridad del Congreso, como en esta época en que los disturbios internos habían dividido los ánimos y aun conmovido toda la nación. Llamado por V. E. a prestar el juramento de estilo como Presidente de la República, vine a la capital, de donde me fue preciso salir prontamente para estos departamentos de la antigua Venezuela.
Desde Bogotá hasta esta ciudad he dado decretos tan importantes, que me atreveré a llamar de inmediata urgencia.
V. E. se servirá reclamar la atención del Congreso sobre ellos y de encarecerle de mi parte que los considere en su sabiduría. Si me he excedido de mis atribuciones es mía la culpa; pero yo consagro gustoso hasta mi inocencia a la salvación de la patria. Este sacrificio me faltaba; y me glorio de no haberlo ahorrado.
Cuando supe en el Perú, por aviso oficial, el nombramiento de presidente de la República que el pueblo había hecho en mí, respondí al Poder Ejecutivo denegándome a aceptar la Primera Magistratura de la Nación. Catorce años ha que soy Jefe Supremo y Presidente de la República; los peligros me forzaban a llenar este deber; no existen ya y puedo retirarme a gozar de la vida privada. Yo ruego al Congreso que recorra la situación de Colombia, de la América y del mundo entero: todo nos lisonjea. No hay un español en el continente americano. La paz doméstica reina en Colombia desde el primer día de este año. Muchas naciones poderosas reconocen nuestra existencia política, y algunas son nuestras amigas. Una gran porción de los Estados Americanos están confederados con Colombia, y la Gran Bretaña amenaza a la España. ¿Qué más esperanzas? Solo el arcano del tiempo puede contener la inmensidad de los bienes que la Providencia nos ha preparado: ella sola es nuestra custodia. En cuanto a mí, las sospechas de una usurpación tiránica rodean mi cabeza y turban los corazones colombianos. Los republicanos celosos no saben considerarme sin un secreto espanto, porque la historia les dice que todos mis semejantes han sido ambiciosos. En vano el ejemplo de Washington quiere defenderme, y en verdad, una o muchas excepciones no pueden nada contra toda la vida del mundo oprimido siempre por los poderosos.
Yo gimo entre las agonías de mis conciudadanos y los fallos que me esperan en la posteridad. Yo mismo no me siento inocente de ambición y por lo mismo me quiero arrancar de las garras de esta furia para librar a mis conciudadanos de inquietudes, y para asegurar después de mi muerte que la memoria de mi nombre esté ligada a la libertad. Con tales sentimientos, renuncio una, mil y millones de veces a la Presidencia de la República. El Congreso y el pueblo deben ver esta renuncia como irrevocable. Nada será capaz de obligarme a continuar en el servicio público después de haber empleado en él una vida entera. Ya que el triunfo de la libertad ha puesto a todos en uso de tan sublime derecho ¿solo yo estaré privado de esta prerrogativa?
No: El Congreso, y el pueblo colombiano son justos; no querrán inmolarme a la ignominia de la deserción. Pocos días me restan ya: más de dos tercios de mi vida han pasado: que se me permita, pues, esperar una muerte oscura en el silencio del hogar paterno. Mi espada y mi corazón siempre serán sin embargo de Colombia; y mis últimos suspiros pedirán al cielo su felicidad. Yo imploro del Congreso y del pueblo la gracia de simple ciudadano. Caracas, Febrero 6 de 1827 (firmado) Simón Bolívar.
Como esta es la desagradable época en que esta gente tira huevos llenos de fluidos de todas clases, sans respect, además de harina, almidón y otras molestias polvorientas, me quedaré en casa hasta que cese esta locura. No ha llovido. Termómetro, 20 a las 7 y 24 a las 4.