Nada nuevo de Caracas. Ocupado en la traducción de documentos para el próximo barco. A continuación los detalles que he recogido sobre los primeros pasos que han dado los jefes y el pueblo a fin de mantener el estado de cosas actual o, más bien, la tantas veces intentada y tan anhelada separación del Gobierno de Bogotá. El general Páez dice que, en varias comunicaciones recibidas de Bolívar, le da a entender que todos sus amigos, con los sentimientos unidos de la mayoría del pueblo del reino 1(Obsérvese que el término de Reino (nombre colonial que Colombia tenía antes), se seguía aplicando al territorio mucho después de haberse independizado de España.) y del Sur, le exhortaban a asumir la corona y que él (Bolívar) tenía bien fundadas seguridades de que Inglaterra (país en cuya aprobación y apoyo más confiaba) también tenía deseos de que se estableciera una forma monárquica de gobierno; que, dadas las circunstancias, rogaba al general Páez que sondease al pueblo de Venezuela sobre este tema porque, por lo que a él respectaba, a pesar de cualquier repugnancia y sentimiento profundo que pudiera tener en contra, estaba dispuesto a hacer este sacrificio adicional para el bienestar general del país, en caso de que este resultase ser el deseo general de toda la nación. En cuanto a la seguridad a la que aquí se alude, en relación con los deseos europeos, se decía que existía la aquiescencia oficial tanto del encargado de negocios de la G. Bretaña como del agente político francés. No obstante, si la voz del pueblo se declaraba opuesta al proyecto, Bolívar sugería que Colombia se divida en tres secciones, cada una de ellas con un presidente propio así como una legislatura distinta, pero que él sea investido del mando permanente de sus ejércitos consolidados, con el título y atributos de generalísimo. A todo esto el general Páez respondió a S. E. con su acostumbrada firmeza y franqueza, junto con sentimientos amistosos, desaprobando in toto el plan de monarquía y el del generalato absoluto. Durante un período de dos meses todo quedó en suspenso y en profundo secreto (por lo menos, lo que se planeaba era solo del conocimiento de unos pocos). Al ir madurando las cosas en el cuartel general se empezaron a filtrar rumores del plan monárquico por cartas privadas procedentes de Bogotá, mientras Bolívar seguía, de vez en cuando (dice Páez) exhortándole a exponer el tema al pueblo. El general Páez por fin, para cumplir hasta cierto punto los deseos del magistrado jefe de la república, en primer lugar reunió algunos de los funcionarios principales del gobierno así como generales en Caracas, con la añadidura de algunos de los ciudadanos partidarios. La reunión se llevó a cabo en su propia casa y no incluyó más de 30 personas: la fecha fue el 18 de octubre de 1829. Cuando S. E. dio a conocer a los reunidos el contenido de las cartas que había recibido de Bolívar, solicitando al mismo tiempo su opinión sincera y sentimientos al respecto, agregó que quería que quedase bien claro que aunque él no era amigo del plan de monarquía, si alguno de los presentes estaba a favor del plan tendría su completo respaldo en cuanto a hacer la proposición al pueblo pero que, por su parte, se lavaría las manos de todo el asunto. Nadie dio respuesta a esto. Entonces Páez se dirigió al general Arismendi y le pidió si quería encargarse del trabajo, a lo que este contestó negativamente. Luego hizo la misma pregunta al general Soublette (conocido amigo del Libertador), quien dijo que no; y luego a los generales Briceño Méndez, Mariño y otros, siempre sin éxito. Entonces se discutió muy acaloradamente el mérito de la doble propuesta de Bolívar. El doctor Peña estuvo particularmente elocuente y terminó proponiendo una separación de este departamento y, con excepción de uno o dos, la reunión estuvo de acuerdo en ello. Se dice que el general Briceño comentó que «el tiempo ya había pasado, y que el general Bolívar no debía seguir pensando en la Monarquía y que, en su opinión, lo único que le quedaba por hacer era renunciar de una vez a la Presidencia y abandonar el país». Este señor es sobrino político de Bolívar, un amigo muy íntimo y, según se dice, su aliado más fiel. De modo que todos se sorprendieron al oír semejante opinión en sus labios. El comentario produjo horror y sospecha de varios de insinceridad por su parte al no querer comprometerse en el resultado de la reunión. Es posible que el valiente exintendente haya pensado que obraba con tacto.
Alguien propuso entonces que debía hacerse público el debate, a lo que se opuso el general Páez. Sin embargo, propuso que se podía convocar una asamblea general de [representantes de las provincias (ilegible en original)] y darle a conocer las proposiciones previas y para evitar que su presencia pudiese influir en cualquier modo en la discusión pública, se ausentaría de la capital, cosa que se aceptó, y se fue de la ciudad el 7 de noviembre. Poco después del acontecimiento descrito se recibió un oficio del gobierno supremo, dirigido a los jefes de departamentos, en el cual se les autorizaba a invitar al pueblo a que manifestara qué forma de gobierno preferiría, en vista de lo cual se publicó un bando, primero en Valencia el 11 de noviembre y luego en Caracas, el 17. Para entonces la gente ya estaba bastante bien informada, por cartas procedentes de la sede del Gobierno y por los rumores que se habían filtrado en la ciudad, del proyecto para la coronación de Bolívar. El proyecto absorbió la atención de todos, y algunos de quienes habían sido los más acérrimos defensores del Libertador se echaron atrás oponiéndose a la idea de la monarquía. El 25 de noviembre los propios ciudadanos pidieron una asamblea pública, que fue inmensamente concurrida al celebrarse, y sus debates se prolongaron hasta muy avanzado el día, cuando por fin se propuso y aprobó (con un voto en contra) la cuestión de «que Venezuela (comprendiendo toda aquella División de Colombia antes incluida en la antigua Venezuela) se separase del resto de la República». Al día siguiente se celebró otra asamblea en la que se redactó el Acta de Separación, cuya substancia era esta:
Que el Departamento, incluido todo lo que había compuesto antiguamente la Antigua Venezuela, se separa de hecho del gobierno de Bogotá y del mando del general Bolívar; que se invite al resto de las Provincias a unirse a Venezuela; que se invite al general Páez a aceptar la Jefatura y volver a Caracas lo antes posible para coadyuvar en la convocatoria de un Congreso que disponga la formación de un gobierno republicano representativo.
El 28 de noviembre se despachó copia de esta acta, por mano de una comisión de cuatro personas, al general Páez a Valencia. El 12 de diciembre arribó a La Guaira, de Puerto Cabello y se dirigió inmediatamente a Caracas. A su llegada le recibió un amplio grupo de los principales individuos del lugar, deseosos de saber qué había decidido en cuanto al acta que le habían llevado los cuatro enviados nombrándolo jefe supremo, a lo que respondió que «aun orgulloso como se sentía por este honor, le parecía prematuro decir que aceptaba hasta que se supiera si el resto de las Provincias aprobaba lo que se había decidido en Caracas».
Así estuvieron las cosas durante cierto tiempo. El 22 de diciembre se celebró en el Coliseo (Gran Teatro) una asamblea aún más general de los ciudadanos de Caracas, que duró desde la mañana hasta el anochecer. Allí el general Páez aceptó solemnemente el nombramiento de «jefe supremo» del departamento. Se extendió el acta y se hizo una representación al general Bolívar, en la cual, entre otros puntos, se le exige no pensar en alzarse en armas contra este Estado, o siquiera entrar en él como amigo o enemigo, pues si pensase en restablecer su autoridad sobre él, el país se resistiría. Se recogieron entonces grandes subscripciones, como contribuciones en caso de guerra; para cuyo pago las partes se comprometieron, independientemente de las donaciones en dinero, a suplir las necesidades inmediatas de las tropas. En esta asamblea se decidió que el pueblo eligiera representantes para un Congreso general que habría de celebrarse el 30 de abril en la ciudad de Valencia, y se dispusiera el modo de elección. Mientras tanto continuaban llegando actas de Cumaná, Barinas, Achaguas, Trujillo, Maracaibo y otros sitios, aprobando totalmente las medidas tomadas en Caracas, ofreciendo cada uno un contingente de hombres (así como los medios de mantenerlos) para que sirvieran en caso de guerra.
El primero de febrero se embarcaron 1.000 hombres en Puerto Cabello para Maracaibo, con el fin de poner a esa provincia en estado de defensa contra cualquier intento que pudiera hacerse a fin de invadir el departamento. Esta era la situación de las cosas hasta el momento de reunirse el Congreso en Valencia el 6 de mayo, y mientras tanto se habían tomado todas las precauciones despachando tropas a varias partes de las fronteras que formaban los límites de Venezuela, bajo el mando de los generales Mariño, Bermúdez, Monagas, etc. El jefe supremo, en persona, se fue a los llanos para afirmar mejor la seguridad y la tranquilidad. A pesar de todas estas precauciones, en las vecindades de Río Chico y de Orituco varios grupos de descontentos alzaron sus cabezas, proclamando a Bolívar y la Constitución de Bogotá. El primero de importancia estaba encabezado por los coroneles Bustillo y Austria, y el segundo por un tal general Infante. Se tomaron medidas activas para someterlos, y se ordenó que se pusieran en vigor las severas penas de Bolívar contra traidores y rebeldes.
Cuando llegó a la sede del Gobierno la información de la casi segura separación e independencia de Venezuela, el Congreso de Bogotá envió tres comisionados para intentar arreglar las cosas. Se nombraron igualmente tres de Venezuela para reunirse con ellos, con las más positivas instrucciones de tratar solo sobre la base del reconocimiento de la separación de Venezuela y su independencia como nación. Hasta ahora no se ha sabido nada sobre este asunto; es probable que lo que haya retrasado la reunión sea un cambio ocurrido, según se dice, en la forma de pensar de Bolívar. Ha sucedido un acontecimiento de considerable importancia en Bogotá para fijar el destino de Venezuela, y ha sido una revolución similar a la que sucedió en este departamento y que decidió al Libertador a abandonar tanto su cargo como el país, pues se fue de la capital (sin duda ninguna) el 8 de mayo con intenciones de embarcarse para Jamaica o Europa, y se han recibido cartas de él, el día 11, fechadas en Honda.
Como la conmoción de Río Chico parecía tomar un cariz más grave de lo que se esperaba, las autoridades de Caracas, instigadas más por el miedo que por las realidades, pusieron en armas a todo individuo varón capaz de llevarlas. Como resultado, se cerraron todas las tiendas y dejó de funcionar totalmente el comercio. Debían montarse trescientos hombres de caballería, y se hicieron exacciones al mismo tiempo que se requisaban caballos y mulas para el servicio en cuestión. Los extranjeros de todas clases sufrieron la misma suerte que los nativos, con lo que todos tuvieron una muestra de las piedras fundamentales sobre las que iban a descansar la independencia y la separación. Pero todo este temor y alboroto significó la caída de Arismendi, el mandamás de la ciudad, quien había declarado públicamente que no respetaría a nadie. Por lo tanto, británicos y norteamericanos por igual empezaron a inquietarse de que se tomaran tanto sus personas como sus posesiones desafiando el Tratado, para contribuir al espantoso asunto. Si hubiera durado unos días más se habría producido una reacción por parte de los caraqueños pues la conducta de Arismendi era demasiado insultante, opresiva e infundada. Pero, afortunadamente para la nueva causa y el pueblo, llegó a la ciudad el general Páez a la cabeza de un considerable cuerpo de tropa destinado a la supresión de los disturbios de Río Chico. En unas pocas horas cambió totalmente el semblante de los acontecimientos.
Se tranquilizaron todos y se cambió la espada por la vara, y el fusil del burrero por sacos de mercancías; se volvieron a abrir las tiendas y se silenció el estrépito de las armas. Arismendi fue despachado sin demora al lugar de los disturbios, Río Chico, para que informase con toda celeridad del estado de las cosas, y el valiente y prudente Páez se iba a quedar en la ciudad hasta que se supiera el resultado de la misión de Arismendi. A fin de asegurar a mis compatriotas (si era posible) los derechos, privilegios y protección que les garantizaba el Tratado, dirigí una carta oficial al general Páez sobre el asunto en attendant. Fui a verle en personne y le dije que «aunque Venezuela se había sacudido la autoridad de Bogotá, confiaba que se respetasen los compromisos internacionales que se habían concertado con Colombia», ante lo cual me dio todas las seguridades de que el Tratado entre Inglaterra y la república lo sería e inmediatamente, en mi presencia, ordenó que se enviase un oficio al gobernador de Caracas a efecto de que se respetasen las personas y propiedades de todos y cada uno de los súbditos británicos. Y uno o dos día después, recibí respuesta oficial de S. E. a mi carta, comprometiéndose a respetar estrictamente todos los artículos contenidos en el tratado existente.