Viernes Santo. Cerré mis labores literarias a las 8 de la noche, después de un día de mucho trabajo. El señor Adams cenó conmigo y por la noche fuimos una hora a la catedral, a contemplar la silenciosa ceremonia de las mujeres devotamente arrodilladas sobre sus alfombras. El calor y el olor eran potentísimos. Me encontré por casualidad con el presidente del Consejo de Estado señor Gallegos. Nos retiramos a una capillita, donde discutimos la cuestión, o más bien la base, de la liga, o unión, que algunos tienen prisa en que abra el camino una vez más hacia una Colombia federada. Sus ideas sobre este tema no coinciden exactamente con las mías; conozco las opiniones del general Páez sobre este asunto, así como las del doctor Peña, pero si la cuestión se lleva a cabo como desea mi interlocutor, hará erupción otro volcán político en Venezuela; sobre todo si el presidente y los suyos son fieles a su juramento.