Fui a visitar a mis amigos de La Guaira. A la una cabalgué hasta la casa de mi favorita limeña para pasar unas horas con ella —regresé a las 4 y cené tranquilamente con el señor Weymar y uno o dos de sus huéspedes. A casa del señor Lord por la noche. Convine con la señora H. que comeríamos juntos en días alternos. El señor H., en una carta que me dejó al salir para el puerto, me pide que me aloje en su casa, ya sea ocasionalmente o durante toda mi estancia. El plan que he adoptado equivale más o menos a lo mismo, y no quedándome allí ni una noche mientras él no esté con su esposa, evitará probablemente que las malas lenguas hagan comentarios nefastos sobre la ardiente y sincera amistad que siento por esta amable y querida mujer.