Un día muy húmedo y oscuro, con el viento casi al oeste franco. Mary y Pierre cenaron con nosotros. Después fui con [ellos?] al teatro de Piedra, el mayor de San Petersburgo, para ver a Taglioni bailar en el Lago de las hadas. En general no fue gran cosa en ningún sentido, salvo la extraordinaria Voltaguese quien, sin lugar a dudas, sobrepasa con mucho a Mlle. Cherito. La sala estaba repleta de «Rusia» de todas las clases, menos la imperial. Había unas poquitas mujeres hermosas, todas las cuales (y también à la mode algunas jóvenes y feas) iban ligeramente vestidas, y estrepitosamente desvestidas, mostrando los hombros cual Eva y sus demás encantos parecían ansiosos de sauter pour le balcon. La orquesta era admirable. Llegó un barco de Lübeck, el que tanto esperábamos pero, por supuesto, sin embajador: seguramente vendrá en el próximo.