Malcolm Deas
st. Antony’s College, Oxford. Inglaterra
Malcolm Deas nació en Charminster, Dorset, Inglaterra, en 1941. Realizó estudios de historia moderna en la Universidad de Oxford, donde fue electo Fellow de All Souls College y luego de St. Antony’s College, del cual es uno de los fundadores y ha sido, en varias ocasiones, director del Centro de Estudios Latinoamericanos. Ha publicado varios trabajos sobre historia colombiana, siendo los más recientes: Del poder y la gramática, Bogotá, 1993, y Vida y opiniones de Mr. William Dills, 2 vols., Bogotá, 1996. Escribió los capítulos sobre Venezuela en el primer siglo republicano, en la Cambridge History of Latin America y es el secretario, en Oxford, de la Cátedra Andrés Bello. Fue condecorado por el Gobierno venezolano con la Orden Andrés Bello, en 1993.
El Diario de sir Robert Ker Porter (1825-1842) es un documento histórico de primera importancia. Es también un documento único. Aunque otros británicos que participaron en la Guerra de Independencia, legionarios y enviados diplomáticos, dejaron sus relatos, apuntes, correspondencia e informes, ninguno de ellos dejó un diario tan largo y minucioso como Porter, escrito desde un mirador tan ventajoso. Único, singular, importante y, también, conmovedor. Puede ser que la percepción de su importancia se deba al tamaño monumental de la obra impresa: el texto del Diario, en la excelente edición del venezolano Walter Dupouy, publicado por la Fundación Otto y Magdalena Blohm en dos columnas, ocupa 1.184 páginas. Conmovedor, porque al final de esas páginas el lector tiene la sensación de que ha compartido la vida de un hombre y una época; se ha compenetrado paulatinamente con el significado de las cosas, de una manera que no es común cuando se trata de fuentes históricas no literarias, como las de prosa diplomática, y aun en las manifestaciones privadas.
Los antecedentes rusos en la carrera del autor y su breve «Epílogo ruso» —como tituló Walter Dupouy al capítulo que narra su regreso al círculo social de San Petersburgo—, invitan a compararlo con algún novelista ruso, de largo aliento, como Tolstói. El paralelo entre estos dos autores, aunque después resulte insostenible, no deja de ser sugerente.
Sir Robert tenía una personalidad bastante común, normal, como uno de esos personajes normales que un gran novelista como Tolstói logra colocar entre los grandes eventos de la historia. Y acá radica la paradójico del efecto que su Diario tiene sobre el lector paciente. Sin negar que tuvo calidades excepcionales —de método, de autosuficiencia, de rutina, de paciencia—, sir Robert Ker Porter, aunque su carrera parece romántica y sus talentos fueron diversos, no fue un hombre excepcional en el sentido corriente que se atribuye a esta palabra. En muchos aspectos fue un hombre convencional, ortodoxo y hasta limitado. Pero, aunque se le aprecie así, ello no disminuye ni sus méritos esenciales, ni el interés de su Diario. Por el contrario, considero que los aumenta y, aunque esté fuera de lugar esta afirmación en una introducción académica, creo también que, justamente por percibirlo así, no pocos lectores sentirán afecto por el autor, cuando finalmente muera, al bajar de su carruaje inglés, bueno y costoso, en el frío San Petersburgo, después de una buena cena.
Como prologuista británico, quien escribe tiene ciertas ventajas sobre su antecesor, Walter Dupouy. La primera, es tener a mano su extenso prólogo y el excelente soporte metodológico que acompañan a su cuidadosa edición del Diario, en inglés1(W. Dupouy, Sir Robert Ker Porter's Caracas Diary, 1825-1842. A British Diplomat in a Newborn Nation. Editorial Arte, Instituto Otto y Magdalena Blohm, Caracas, 1966. Para mayor información acerca de la vida de Ker Porter, ver el excelente prólogo de Walter Dupouy. Thomas Secombe, artículo en el Dictionary of National Biography, vol. XVI, London, 1896; se apoya en las necrologías que aparecieron en el año de su muerte y tuvo acceso a los papeles de Porter cuando estaban en la biblioteca del omnívoro coleccionista y bibliómano sir Thomas Phillipps. William M. Armstrong. «Sir Robert Ker Porter, pintor, amigo de la aventura y diplomático extraordinario». Boletín de la Academia Nacional de Historia, XXXIX, Nro. 155, Caracas, julio-septiembre, 1966; «The Many-sided World of Sir Robert Ker Porter», The Historian, Vol. XXV, Nro. 1, noviembre, 1962; Susan Berglund escribe la nota en Manuel Pérez Vila [Ed.]. Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar, Caracas, 1988).
La segunda ventaja es que, como compatriota de Ker Porter, puedo ser menos cortés con el autor, más crítico frente a sus pretensiones, más demoledor ante sus defensas. Por su innata cortesía, Walter Dupouy se muestra, de vez en cuando, muy dispuesto a conceder a sir Robert the benefit of the doubt, a aceptar sus juicios sobre sí mismo, a limar sus asperezas y aun a defenderlo —como hombre de su época, por ejemplo—. Por ser su compatriota, me permitiré ser un poco más atrevido: no para disminuir los muy grandes méritos de sir Robert, sino porque puedo analizarlos desde ángulos distintos.
SU FAMILIA, INFANCIA Y JUVENTUD
Robert Ker Porter nació en Durham, Irlanda, el 26 de abril de 1777. Era el cuarto de los cinco hijos de William Porter (1735-1779) y de su esposa Jane Blenkinsop. William Porter se desempeñó como cirujano militar en un regimiento irlandés del Ejército británico, los 6th Inniskilling Dragoons. Según sus descendientes, fue vástago de una antigua familia irlandesa y un Porter participó en la batalla de Agincourt (1415). Han indicado también que entre otros ancestros destacados de la familia, se encuentra el poeta Endymion Porter. Si bien todo esto puede ser cierto, algunos detalles tienen algo de elaboración tardía: existen muchas «antiguas familias irlandesas»; la profesión de cirujano militar era bastante modesta entonces y no supone un nacimiento distinguido. Muchos médicos militares de ancestro irlandés se cuentan entre los aventureros de la Legión Irlandesa que participó en las luchas por la Independencia de Venezuela.
Si bien sir Robert, en su Diario, recuerda con orgullo la presencia de su padre en la batalla de Minden (1759), nada sugiere que la suya fuese una carrera fuera de lo común. A su muerte, a los 44 años, dejó una viuda con cinco hijos, en precarias circunstancias económicas. Según del Dictionary of National Biography, fuente de estos datos, la viuda de William Porter dependía en gran parte, para su mantenimiento, «del apoyo de los padrinos militares de su finado esposo». Estos detalles tienen importancia para conocer, con alguna precisión, los orígenes sociales de sir Robert. De «buena familia» pudo haber sido. Su ascendencia paterna se desenvolvía en la sociedad irlandesa, y su niñez y educación transcurrieron en un medio social escocés donde era posible ser de «buena familia»: gente decente, respetable, sin conexiones aristocráticas, ni extensos bienes territoriales. También debe notarse que William Porter fue protestante. En religión, su hijo, Robert, difiere de otro irlandés de extracción similar que entra en las páginas del Diario: el militar, en proceso de convertirse en diplomático, Daniel Florencio O’Leary.
Sería anacrónico referirse a los Porter como de «clase media», calificativo sociológico de épocas posteriores. Sería igualmente inexacto llamarlo aristócrata. La palabra «caballero», como se la usa a diario, no tiene entre los británicos que ver con algún título o distinción formal. Ante todo, designa a cualquier persona que sabe comportarse y presentarse como tal, de porte gentil y educado, de buenas maneras y buen corazón. Sin duda sir Robert fue un caballero, tanto desde el punto de vista de sus cualidades personales, como desde el de sus merecimientos al honroso título. Pero ello no quiere decir que fuese un aristócrata, aunque sir Robert apoyaba a la aristocracia británica, la defendía y fundaba en ella sus esperanzas en cuanto a la sobrevivencia y el futuro de su nación. Sin embargo, este es otro asunto.
Su madre, ya viuda, se radicó en Edimburgo en 1780. Como señalan sus biógrafos, Robert y sus hermanas Jane y Ana María, todos con ambiciones literarias, asistieron a la bien conocida escuela diurna de George Fulton en Middy’s Wynd. Entre sus amigos de infancia figuró Walter Scott, el futuro sir Walter, novelista y poeta de quien, sin exageración, se puede decir que revolucionó la imaginación histórica de Europa. Entre las amigas de la familia Porter, estaba Flora MacDonald, la vieja heroína jacobita, que escondió al príncipe Charles Edward Stuart, después del fracaso de la rebelión de 1745.
Robert Ker Porter disfrutó durante su juventud de un ambiente excepcional, estimulante, romántico. En medio siglo, con su pequeña población de un par de millones de habitantes, Escocia produjo entonces un impacto en la cultura occidental que pocos países grandes pudieron igualar. Primero, con su «Ilustración escocesa», cuyas figuras centrales fueron David Hume y Adam Smith y, después, con la inmensa figura de Scott. Robert Ker Porter se educó en una sociedad abierta al talento.
PINTOR Y VIAJERO
Y hubo talento entre los niños Porter. Los dos primeros hijos, John y William, no mostraron tenerlo en grado excepcional, pero Robert y sus hermanas, Jane y Ana María, tuvieron vocaciones literarias y artísticas y talento, suficientes como para alcanzar cierto éxito. Las hermanas Porter fueron, ambas, prolíficas autoras de novelas. La estadística de su producción es impresionante: hacia 1830 sumaban, entre las dos, 33 títulos en 70 tomos. Fueron leídas y, aunque nadie las lee hoy y pocos las recuerdan, en otra época se las estimó. Nuestro viejo Dictionary of National Biography, anota que la obra en tres tomos de Ana María, The Knight of St. John era el libro que el príncipe Leopold, tío de la futura reina Victoria, estaba leyendo en voz alta a la princesa Carlota el día antes que ella muriera.
Los talentos de Robert se manifestaron primero en el dibujo y en la pintura. Tal vez hacia 1795 ya su madre se había trasladado con la familia a Londres. Benjamin West, presidente de la Royal Academy, se sintió favorablemente impresionado por las muestras de dibujo del joven y arregló su matriculación en las escuelas de la Academy. Robert ganó premios y también recibió encargos para pintar cuadros religiosos para iglesias y capillas. En 1797 la exposición de la Royal Academy incluyó uno de sus paisajes: Vista de Durham. Hay algo curiosamente fluido, ininterrumpido, tanto en los progresos artísticos de Robert, como en la incesante productividad literaria de sus hermanas.
Me parece que Robert tuvo un carácter suave; nunca fue un romántico en el sentido de rebelde o tempestuoso, aunque mucho más tarde en su vida, en las páginas por lo demás poco introvertidas de su Diario, reflexionará sobre su «destino romántico». Fue pintor y aun escritor en su juventud y sus primeros éxitos en la vida, los que iban a abrirle paso hacia otros oficios, fueron éxitos de artista y, si bien su carrera fue excepcional y aun pintoresca, nunca fue un bohemio. El hombre, con todos sus méritos, era convencional, correcto: no asustaba.
De su obra pictórica, la que ha sobrevivido, lo muestra como dibujante fino, delicado. Fue un bocetista hábil que nos deja ver una que otra señal de ambición en sus esbozos panorámicos, como en su Vista de Caracas. Las ilustraciones de los libros de viajes que publicó en su vida son, desde el punto de vista artístico, insípidas, competentes, no más. Su servilismo ante el anémico buen gusto clásico, evidente en sus ilustraciones del Anacreon, del poeta Moore, exhibe una buena técnica aunque desprovista de inspiración o de interés, excepto como muestra del gusto convencional de ese tiempo 2(Robert Ker Porter, Historical Studies from Moore's Anacreon, London, 1805. Igualmente, su primera producción literaria es insípida. Se trata de su contribución a The Quiz, London, 1797, un periodiquito humorístico de él y su grupo de amigos).
Las obras que le dieron fama a temprana edad fueron las piezas de batallas que manufacturó entre los entusiasmos patrióticos de fines del siglo. En 1799, ...«trabajando sólo con brocha gorda»... construyó el gran panorama The Storming of Seringapatam —El asalto a Seringapatam—, que medía doscientos pies de largo y fue exhibido en el teatro Lyceum. La entrada valía un chelín, según la guía impresa que estaba a la venta e incluía una sinopsis histórica de la campaña 3(Descriptive Sketch of the Storming of Seringapatam as exhibited in the Great Historical Picture painted by Robert Ker Porter. London, 1800: «el cuadro está ejecutado en gran tamaño, cubre 2.550 pies cuadrados de tela, y contiene varios centenares de figuras de tamaño natural, con algunos veinte retratos de oficiales británicos»). Esta obra tuvo mucho éxito y fue seguida por La batalla de Lodi (1803); Los franceses vencidos por Suvarov en el puente del Diablo, Mont S. Gothard (1804), Agincourt, La batalla de Alexandría, El sitio de Acre, Muerte de sir Ralph Abercrombie. La crítica destaca en estas obras cualidades como «vigor frisando en la crudeza» y «audacia que hace pensar en Salvator Rosa». Lamentablemente, no han sobrevivido, aunque hay grabados del Asalto a Seringapatam. En estos mismos años, el joven Porter obtuvo el rango de capitán en la Milicia de Voluntarios de Westminster.
Su éxito como pintor militar que nunca había visto una escaramuza, ni mucho menos una batalla, le valió un encargo del zar Alejandro I de Rusia, para pintar murales en el Almirantazgo de San Petersburgo. Y allá se instaló en septiembre de 1805. En el invierno de 1806 viajó a Moscú, donde se enamoró de María, hija del príncipe Teodor Scherbatoff. Las complicaciones diplomáticas de la época intervinieron y, a fines de 1807, Porter tuvo que dejar Rusia y partir hacia Suecia. Allí recibió del excéntrico rey Gustavo IV de Suecia el título de caballero, el primero de los cuatro títulos de caballero —algo así como un pequeño récord—, que coleccionó en el curso de su vida. Se puede decir que tuvo una debilidad hacia este tipo de distinciones —un toque de arriviste—: su Diario se abre con sus esperanzas de que el duque de Clarence le ayude a obtener la Orden del Guelph, condecoración de Hannover 4(Este rasgo de vanidad más tarde le atrae los comentarios del poco amigo diplomático John G. A. Williamson, autor de otro interesante diario caraqueño, quien dice de Porter: ...«Me parece que cuida de su reputación postmortem con mucho miedo y cuidado de suicidio. De la misma manera que lo hace con su título de nobleza, con un cuidado constante, que no cesa, que no termina ...«pues pertenece a esa clase de mortales que, a pesar de no ser católicos, cree en todas las ordenes de la Iglesia y del gobierno, y que los reyes, al igual que el Papa, pueden canonizar el pecado y la virtud y salvarlos para la eternidad. Levántate, caballero, sólo hay un purgatorio que atravesar, y el rey, por medio de sus palabras talismánicas, te puede elevar muy por encima de tus semejantes». Jane Lucas de Grummond, [Ed.]. Las comadres de Caracas, Caracas, 1973, p. 69. [Edición del texto original del diario por la misma editora: Caracas Diary, 1835-1840. The Journal of John G.A. Williamson, first diplomatic representtative of the United States to Venezuela, Baton Rouge, Louisiana, 1954] ). En Gottingen conoció a sir John Moore, jefe de una pequeña expedición militar inglesa y el año siguiente lo acompañó en su célebre campaña en Portugal y España, y también durante su retirada y muerte en La Coruña.
En esos años publicó sus dos tomos Travelling Sketches in Russia and Sweden y sus Letters from Portugal and Spain 5(Travelling sketches in Russia and Sweden during the years 1805-1808; London, 1809. Letters from Portugal and Spain, written during the March of the British Troops under Sir John Moore, with a map of the route and appropriate engravings. London, 1809. La portada del segundo dice «By an Officer», y tiene dos mediocres vistas, realizadas por Ker Porter. No tuvo nunca una comisión militar regular. Puede ser que acompañaba a Moore con su rango en la milicia de Westminster, pero el libro poco convence como narrativa epistolar de primera mano). Robert pasó el año 1810 en Inglaterra, con su madre y sus hermanas. En 1811 la alianza entre Rusia y Francia se rompió y Porter recibió permiso del zar Alejandro para regresar a Rusia y formalizar su matrimonio. Fue designado attaché de la Legación Inglesa en San Petersburgo. En 1812 Napoleón invadió a Rusia y Porter regresó a Londres para publicar su Narrative of the Campaign in Rusia, un éxito editorial reimpreso siete veces y con tres ediciones extranjeras 6(Sir Robert Ker Porter. A Narrative of the Campaign in Russia, During the Year 1812. London, 1813). En 1813 fue hecho caballero por el príncipe regente de Inglaterra y, ese mismo año, nació su hija María, «Mashinka».
Los años 1813-1817 fueron los únicos de vida matrimonial y doméstica para Porter. Su Diario caraqueño frecuentemente pone en evidencia su afecto por Rusia y, menos, su afecto por su esposa: sus referencias a ella son correctas, pero convencionales. Fue gran admirador del zar Alejandro, con quien estaba estrechamente vinculado y definitivo defensor del zarismo. Ker Porter entró de lleno en la vida de la aristocracia rusa. Es interesante recordar que este diplomático inglés, que vivió dieciséis años en la Venezuela esclavista, estuvo casado con una princesa rusa, cuya familia poseía muchos siervos 7(Las alabanzas de Porter al Zar Alejandro son de un servilismo exagerado Diario: 30 de octubre de 1825, ...«el cálido corazón que late en el pecho del monarca y que le impulsa a procurar felicidad, entregando su amistad personal y protección, como soberano que es, a cientos de individuos. Esto, por sus virtudes, se extiende hasta tal punto a todos los rincones de su imperio, que el despotismo en Rusia queda reducido a un mero fantasma, demostrando que el gobierno juicioso de una persona que no se deje llevar por el impulso de sus pasiones privadas, puede volver los males del despotismo tan inofensivos como para estimular cualquier cosa capaz de mejorar tanto la moral como las rentas de su país; cuidando a la industria y alentando a la empresa» ...Cf. sus observaciones, color de rosa, sobre la esclavitud en Barbados el 21 de noviembre de 1825: ...«y como mi propia gente en Rusia, la palabra esclavitud o esclavo, es lo único que recuerda a un observador que no son tan libres como el vecino»...).
En agosto de 1817, sir Robert emprendió un largo viaje hacia el sur, para estudiar los monumentos arqueológicos de Persia, pasando de Constantinópolis a Teherán, Ispahan, Persépolis y Shiraz, luego a Echbatana y Bagdad. Esta expedición de treinta meses fue pionera en muchos aspectos. Sir Robert fue uno de los primeros amateur en el estudio de las antigüedades persas. Sus dibujos de algunos de los monumentos más importantes son los mejor hechos hasta la fecha y justifican que se les mencione en la historia del estudio de la escritura cuneiforme; ellos sirvieron de inspiración directa para estudios posteriores. Robert Ker Porter continuó allí, además, su carrera de cortesano pintando el retrato del Shah Fuller Ali, quien lo condecoró con la Orden del León y del Sol. Sus dos gruesos tomos Travels in Georgia, Persia, Armenia, Ancient Babylon, etc., fueron editados en Londres, en 1821 y 1822, bajo su propia supervision 8(«Los dibujos arqueológicos que hizo eran más detallados y precisos que los de ningún viajero anterior. Dan un registro de muchas ruinas ya desaparecidas. Además de identificar la tumba de Cyrus y la de Darius 1 en Naqhs-e-Rustan, fue el primer europeo que tomó nota del más impresionante de todos los bajorrelieves sasanianos, los cortados en el muro de trabajo de la gruta conocida como Taq-e-Rustan en las afueras de Kamanshah. Aunque no descubrió ni identificó correctamente las inscripciones trilingües y figuras procesionales en las rocas en Bisitan, distantes algunas millas de Taq-e-Bustan, fue el primero en dibujarlas. Aunque no le fue posible copiar las inscripciones, llamó la atención hacia ellas en sus libros, y así probablemente ayudó a inspirar a Hemy Rawlinson y su gran trabajo de desciframiento veinte años después. Porter fue también el primer europeo que visitó otro sitio sasaniano, Takht-e-Sulieman, o el Trono de Salomón, construido alrededor de un lago circular espectacular, perdido en las lejanas montañas de Kashstan.» D. Wright. The English Amongst the Persians during the Qajar Period. London, 1974, p. 14). Parece que en 1823 y 1824 permaneció otra vez en esa ciudad con su madre y sus hermanas; después viajó otra vez a San Petersburgo en 1824. En 1825 recibió el nombramiento de cónsul británico en La Guaira y Caracas.
Hasta esa fecha la carrera de sir Robert había tenido, sin duda, sus éxitos. El enorme panorama del Asalto a Seringapatam había batido los récords por su tamaño, se había casado con una princesa y su libro sobre la campaña de 1812 se había vendido bien. Sus investigaciones persas le habían dado reputación entre los cognoscenti. A los 48 años, sir Robert, caballero de Suecia, de Inglaterra y de Würtermburg, de la Orden del León y del Sol, había logrado cierto reconocimiento. Sin embargo, su éxito fue tal vez menos real que aparente. El mérito de sus dibujos no igualaba al tamaño de los mismos, a veces enorme. A sus relatos de viaje y aventura les faltaba individualidad. Su narración de la campaña de Moore, publicada en forma de cartas de un oficial —An Officer— es anodino o, por lo menos, muy retocado. Su libro sobre la campaña de 1812 de Napoleón en Rusia es una compilación de testimonios de otros y permite descubrir en el compilador una gran credulidad. Aun los admiradores de su viaje persa, su escrito más ambicioso, confiesan que los detalles cansan. Ciertamente, el hijo del cirujano militar irlandés, huérfano de padre a temprana edad, había aprovechado bien sus oportunidades. No le faltaba audacia, pero el lector de las obras resultantes de esta parte de la vida de Ker Porter puede concluir, un poco decepcionado, que el curriculum vitae es más raro que el hombre cuya vida registra.
CÓNSUL EN CARACAS
No se sabe cómo consiguió el nombramiento de Cónsul en La Guaira y Caracas. Su Diario guarda completo silencio sobre quiénes fueron sus padrinos y protectores. Sin duda los tuvo, porque en la Inglaterra de ese entonces todavía el padrinazgo era importante. Los nombramientos para ocupar los puestos diplomáticos y consulares en las nuevas repúblicas suramericanas eran apetecibles: en Londres, hasta los desastres financieros del fin de 1825, persistió una manía suramericana y los sueldos alcanzaban montos respetables. Sir Robert no fue nombrado Chargé en Caracas sino en 1835. Como cónsul estaba subordinado al ministro británico en Bogotá y percibía un sueldo de 1.250 libras esterlinas al año, más los derechos cobrados sobre ciertas transacciones y certificaciones. Todo ello sumaba unas 1.500 libras, cantidad nada despreciable para la época. Además, el puesto era por lo menos digno, aunque sir Robert aspiraba a destinos más altos, como ser ministro en San Petersburgo. Dada la lejanía de Bogotá, el consulado de Caracas gozaba de bastante autonomía; las tareas cotidianas en La Guaira estaban en manos de un vicecónsul. Aunque, estrictamente, sir Robert no tuvo rango diplomático, por lo menos antes de 1835, desde el principio de su estadía recibió instrucciones del Foreign Office, de su jefe George Canning, para que mandara informes sobre la situación política de su distrito, además de los informes comerciales de rutina. Nunca fue nada parecido a un trading consul, comerciante con permiso para combinar sus propios negocios con sus responsabilidades oficiales. Como caballero inglés de su época despreciaba a los comerciantes que, en la sociedad inglesa, ocupaban un rango inferior al que gozaban en el mundo español 9(El ya citado diplomático estadounidense John G. A. Williamson ofrece un bosquejo de nuestro personaje en su Diario, el 28 de junio de 1835: «Sir Robert cuenta ahora por lo menos 65 años, pero no los aparenta. Tiene una cara muy inglesa, de buena persona, y mide cinco pies y diez pulgadas y media. Es más bien delgado, con una frente peculiarmente formada que termina en punta de las cejas para arriba, y que da a la cabeza una forma obtusa. Más bien caballeroso y gentil en sus maneras y comportamiento, ha residido aquí cerca de diez años y todavía no habla suficiente español como para pedir un vaso de agua. No frecuenta la sociedad nativa y apenas si trata a una familia extranjera. Por consiguiente, es un extraño en el país y, sobre todo, un extraño en lo que refiere a las costumbres y maneras de ser de la gente, las cuales conoce sólo por intermedio de los gustos y aversiones de otros. Como a todos los ingleses sólo le gusta la comida, el dormir y las costumbres británicas. Su cortesía hacia mí ha sido a veces agradable; en otras ocasiones ni me reconoció, sobre todo desde que fui nombrado por mi gobierno para ocupar un cargo claramente más alto que el suyo. Ahora es mucho más mi humilde servidor que antes. Atribuyo sus reverencias y respeto más a mi cargo que a mi persona»... Las comadres de Caracas, p. 30).
Entre los atractivos del puesto, se contaban la novedad de la república y la novedad del trópico. Un lector del Diario puede concluir que, aunque sir Robert se quejaba con frecuencia de las limitaciones de la sociedad caraqueña, le gustó ser a big fish in a small pool —un pez grande en un pequeño estanque—.
La fragmentación de la gran Colombia y la constitución de Venezuela en nación independiente debe haber influido en la decisión de lord Aberdeen de mantener a Ker Porter en Caracas. En el momento de la separación de Venezuela de Colombia, Porter estaba ausente en Inglaterra y, entre otros asuntos, estaba tratando de conseguir el nombramiento de cónsul general en San Petersburgo. Describe en su Diario como «muy sorprendente» —astounding—, como algo que lo impactó como «un relámpago», la comunicación que recibió del Foreign Office, pidiéndole, dadas las nuevas circunstancias, regresar a Caracas por el bien del servicio público. Es notable, sin embargo, su pronta recuperación al día siguiente de la noticia —aunque sigue un poco decepcionado—: ...«Naturalmente que favorecerá mi interés futuro el regresar a Sudamérica, aunque sea por un período corto, pues en el caso de que se logre la independencia de Venezuela, se me nombrará jefe del cargo consular y diplomático, con aumento de sueldo y de rango, junto con el éclat de volver a firmar el Tratado» (25 de febrero de 1830).
Demoró mucho en llegar la noticia de su promoción, hasta el 25 de septiembre de 1835:
... «Recibí mi nombramiento de encargado de negocios de su majestad británica ante esta república, pero con la magra adición de una libra esterlina por día a mi sueldo consular de £ 1.250. ¡¡¡Qué generosidad la de estos Whigs reformistas!!!»... Su sueldo final, en este que iba a ser su último puesto, sería entonces de £ 1.615 más los derechos consulares. Y de los honores de este mundo no recibió sino una distinción más: caballero de Hannover, por sus servicios a la comunidad protestante de Caracas.
Ningún hombre escribe un diario durante quince años sin revelar su carácter, no importa cuál sea su propósito al escribirlo. El Diario de sir Robert, que sin duda es la gran obra de su vida, la de más interés que cualquier otra producción suya, literaria o pictórica, muestra un hombre bastante autosuficiente, por lo general equilibrado, aunque utilizara sus anotaciones con frecuencia como válvula de escape para desahogarse. Talentoso, incierto de vocación, un poco snob. Sus afectos estaban dirigidos más a su madre y a sus hermanas, que a su esposa e hija. Era poco apasionado, aunque sensible y nada mojigato. Ojo de artista: gozaba siempre del paisaje y de la naturaleza. Era metódico, trabajador, muy competente en su oficio, dueño de una buena rutina de vida. Tenía sentido de su propia dignidad y rango, pero templado con mucha humanidad y curiosidad por las vidas ajenas, aun aquellas de los humildes. Demuestra tener una dosis de humor no muy grande, pero perceptible y, de vez en cuando, sentido de lo ridículo. Era poco religioso, anticatólico, pero también ajeno a los entusiasmos protestantes: calificaba al agente de la Sociedad Bíblica, James Thompson, como un spiritual bagman —un «viajante espiritual»— (18 de junio de 1832). Fue respetuoso de las formas, asistía siempre a los servicios religiosos anglicanos en la casa privada de su amigo, el coronel Stopford; fundó el cementerio protestante, al cual dedicó mucho de su tiempo, su talento artístico y su propio dinero. No era una persona muy introspectiva: me parece uncomplicated y poco acomplejado. Tuvo un gran sentido del deber y fue admirablemente caritativo. Mereció el apodo que le dio O’Leary: Sir Robert The Good —el bueno—.
Los apuntes para el Diario llegan a tener cierta inconsciencia, esa característica de los mejores diarios, que los hace peculiarmente fascinantes. El propósito original de Ker Porter al escribirlo puede haber sido tener un aide-mémoire personal para su trabajo diplomático o para escribir luego otra obra, tal vez en dos o tres tomos gruesos, como sus libros anteriores sobre Rusia, Suecia y Persia. Pero, al fin, continuó escribiéndolo por puro hábito y mofándose de vez en cuando de sí mismo por seguir con esos apuntes que le parecían inútiles, aburridores.
Sin embargo, el Diario tiene en muchas partes gran valor histórico. Sir Robert era el representante de la Gran Bretaña, del primer poder del mundo en ese entonces, del aliado-protector del Estado naciente, lo que le permitió ser testigo de importantes acontecimientos. Penetró en los principales círculos políticos y sociales de Caracas durante unos quince años muy agitados: La Cosiata, la ruptura de la Gran Colombia (aunque con Porter ausente), la muerte de Bolívar, la presidencia de Vargas y la Revolución de las Reformas. Sus apuntes sobre todos estos acontecimientos públicos son un valiosísimo complemento a la documentación que guardan los archivos públicos, nacionales y extranjeros. Es una versión sucinta, undressed, si se quiere, de sus propios informes diplomáticos y servirá a muchos lectores como otro punto de vista que les permitirá realizar esa «triangulación» desde distintas y variadas direcciones para llegar a una comprensión más segura de los acontecimientos E(El maestro de este género en la historiografía política venezolana es Caracciolo Parra-Pérez, quien pondera con mucha exactitud las virtudes y limitaciones de los informes oficiales de Ker Porter, en su gran obra acerca de Santiago Mariño. ver Mariño y la Independencia de Venezuela, 5 vols., Madrid, 1954-1957 y Mariño y las guerras civiles, 3 vols., Madrid, 1958-1960).
Sin embargo, el Diario, como cualquier documento histórico, exige un ejercicio de lectura crítica. Su autor era un hombre de firmes convicciones políticas. Fue, según sus páginas muestran, un Canningite Tory , un Tory de la línea de George Canning. Como siempre, las afiliaciones políticas de antaño necesitan de una breve presentación para hacerlas plenamente inteligibles hoy. Los rasgos principales de la línea política de Canning fueron: antijacobinismo, conservatismo, aristocracia, rango y orden en la sociedad y en la política inglesa; línea fuerte e independiente en la política exterior y distanciamiento de la reaccionaria combinación de poderes surgida en el continente europeo, la Holy Alliance; marina real grande y libre comercio. Esa línea política conjugaba la insularidad con el ejercicio mundial de la preponderancia marítima británica y un conservatismo en casa, con un vigoroso pragmatismo en las relaciones exteriores J(Se nota en el Diario de Ker Porter la presencia casi continua de buques de guerra de la marina real británica en la costa venezolana, sus visitas frecuentes a los puertos y las visitas de sus capitanes y otros oficiales a Caracas. Por costumbre Porter presenta a los capitanes al presidente de la República. No era una costumbre sin propósito). Ese pragmatismo y la hostilidad hacia las combinaciones de la Europa reaccionaria fueron resumidos por su jefe titular, George Canning, en la famosa frase que pronunció en el debate sobre la suerte de las antiguas colonias españolas: «I called the New World into existence to redresss the balance of the Old» —Convoqué el nacimiento del Nuevo Mundo para restaurar el equilibrio del Viejo—. Grandilocuente, arrogante y jactanciosa, esta frase fue recibida al principio «con un silencio profundo, roto por una débil risa burlona» y tal vez mereció ambos, más que los hurrahs! sucesivos. Pero dicha frase sintetiza bien la orientación del orador, la «línea» política predominante en la época del nombramiento de sir Robert como representante de Gran Bretaña en Caracas. Y Canning halló en él un fiel servidor N(Consigna en su Diario este pequeño ensayo sobre el tema: ...«creo que nunca hubo un súbdito, grande hombre o héroe (aunque se le haya cubierto de estima y honores con la mayor prodigalidad) que, en su fuero interior, no haya pensado que su conducta no ha sido lo suficientemente apreciada o recompensada. Yo mismo he oído al glorioso Lord Nelson expresar [incluso a mí] sus sentimientos en este sentido; y Lady Hamilton se me quejaba una y otra vez de la ingratitud de la Gran Bretaña hacia su idolatrado Almirante. Pero, claro, todo esto ocurría antes de la Batalla de Trafalgar» [24 de mayo de 1832]).
El Diario permite apreciar este espíritu en las reflexiones y en las acciones de su autor. Sir Robert demuestra su placer cuando el Rey nombra a Canning primer ministro:
... «me alegra mucho la [noticia] de que el Sr. Canning sea jefe»... (24 de mayo de 1827) y, cuando muere Canning, consigna su juicio: ... «Leí las noticias de la muerte de el señor Canning con más detalles en un periódico del país. La pérdida para este país [Venezuela] es irreparable, pues dudo que el sucesor del Sr. Canning siga sus planes»... (25 de septiembre de 1827). No aprueba a los Whigs, a los aristócratas progresistas, ni la reforma política de 1832, con sus medidas para la racionalización del viejo y caótico sistema representativo de la Gran Bretaña. No le gusta ... «la creciente agitación de la gente».... ni... «la retorcida marcha política del intelecto»... (11 de enero de 1831); ... «creo que el maestro de escuela, la emancipación irlandesa, la reforma parlamentaria y la familia O’Connell, llegarán a hacer una república de la vieja Inglaterra. Se habla de un período abreviado (hasta de 3 años) para la duración de los parlamentos reformados, y el sistema ampliado de votación actual nos llevará a la votación representativa anual, y al republicanismo bribón y pecaminoso. Creo que han terminado los días más brillantes de la Gran Bretaña»... (8 de abril de 1833). Sin embargo, Porter confiaba en el destino particular de su país, bajo sus instituciones felizmente privilegiadas y en la singularidad del carácter de su gente.
No hay nada muy original en este conjunto de actitudes y orgullos: lo original de sir Robert Ker Porter fueron sus circunstancias y lo interesante es ver cómo ese inglés Tory convencional ajustó sus pensamientos en una república tropical.
OPINIONES, TESTIMONIOS Y PREJUICIOS
El innato sentido de superioridad de Porter como inglés, le ayuda: Venezuela es una nación recién nacida, sus excesos democrático-republicanos forman parte de su infancia política. Que sus habitantes no tienen preparación suficiente para la libertad política individual es tan obvio que no admite discusión. Considera que la igualdad republicana en las costumbres es ridícula: «Colombia y el resto de este continente son prueba de la utópica locura de los derechos iguales y del fantasma de la libertad, así como de [la confianza en] que la excelencia del sistema republicano puede dar la felicidad social al hombre»... (27 de julio de 1831). Sir Robert mantenía su pequeño arsenal de lugares comunes de esta índole, el cual, sin duda, le ayudaba a mantener el equilibrio en medio de las vicisitudes republicanas de su vida caraqueña. No debemos tomarlo demasiado en serio en este aspecto: ese arsenal formaba parte del equipo de viaje de la mayoría de los ingleses de su siglo y su invocación, muchas veces, en el caso de Ker Porter, es un rito mental fugaz con el cual se tranquiliza y se desahoga.
Otros aspectos de su pensamiento son más interesantes. Aunque no llegó a Venezuela en la época heroica, se había formado en una era de grandes héroes. No hay, en la historia moderna, un medio siglo con tantos héroes como el que empieza con Washington victorioso y termina con Bolívar muerto. Abarca a Napoleón, al zar Alejandro I, Nelson, Wellington..., y dio más mariscales, generales y almirantes, más hombres con destino y carreras, abiertos al talento, más uniformes brillantes y más vanidades militares, diplomáticas y políticas, que ningún otro.
Sir Robert compartió el gusto de su tiempo por los héroes y la gloria: ya hemos notado su reverencia hacia el zar Alejandro I. En Caracas, no sorprende su impaciencia por conocer a Bolívar, ni su temprana propensión a la admiración, su afán por encontrar un hombre superior a los demás, superior al medio. El fenómeno era común entre los extranjeros y obedecía a motivos complejos: implicaba una dosis de autoexaltación por parte del extranjero; cada cual en sus viajes se esforzó por conocer a personas excepcionales, a grandes figuras históricas y por mostrar sus propias preferencias. El fenómeno aludido implicaba la visión romántica de las grandes hazañas, la búsqueda de un interlocutor con la sofisticación europea y denotaba, además, el deseo de concentrar y personificar el principio de autoridad.
A pesar de todas estas tentaciones sir Robert, en su Diario, muestra bastante control. Sin duda Bolívar aparece en su escena como un hombre digno del admirable cuadro que nos da de su entrada en su ciudad natal. Porter se muestra bolivariano: en su sincera admiración, en el cuidado con el cual anota sus dichos, cartas y hechos, en el orgullo por las pequeñas atenciones y trato con que Bolívar lo distingue. Pero nunca pierde su sentido crítico. No le convencieron ni la Constitución boliviana, enviada con anticipación a Caracas por su autor, ni, por un momento,.. .«un Sr. Guzmán», el enviado extraordinario de Bolívar, que no era otro que Antonio Leocadio en la primera de sus fases bolivarianas. El Bolívar de estas páginas, cuidadosamente descrito por el autor-pintor (quien lo retrató y mandó a su hermana Jane un mechón del cabello del héroe), es un hombre superior, el libertador de varias naciones. Sir Robert nunca olvida su importancia histórica y apunta —como buen coleccionista—, sus frases y sus gestos, sus rasgos físicos. Pero, para él, Bolívar es también un ser humano.
Sir Robert se expresa en su Diario con franqueza, a veces poco diplomática, de los héroes republicanos. Ejemplo de ello son sus opiniones sobre Santander, de quien dice que no siempre acierta en sus decisiones políticas y que su manera de gobernar no está exenta de errores. Bolívar le parece demasiado móvil: ...«Tiene que ser que Bolívar está encaprichado —o asustado de gobernar—, y prefiere este sistema itinerante de jugar al héroe y pacificador, al de una residencia constante y, en verdad, ayudar por medio de un trabajo prolongado a asegurar la prosperidad de este desdichado país»... (18 de agosto de 1828). El lector de esta obra podrá hacer su propia cosecha de detalles: Bolívar conversando con los ingleses en francés; Bolívar preguntando si ese señor Lancaster, un verdadero patán, puede ser el mismo famoso señor Lancaster de las escuelas que llevan su nombre; Bolívar dudando si, en una sociedad de tantos compadres y comadres, la justicia va a funcionar. Sir Robert observa también la soledad de esta figura:
... «Murió solo en posesión de las Minas de Aroa, que deja divididas entre las dos arpías de sus hermanas. Ya le han despojado de cualquier otro acre de propiedad que poseyera»... (3 de marzo de 1831).
Después de la muerte de Bolívar y la disolución de la gran Colombia el nuevo héroe de estas páginas es Páez. Iba a escribir «inevitablemente» Páez, pero el héroe llanero no fue inmediatamente objeto de los elogios de Porter excepto, tal vez, por su valor físico. La relación entre los dos hombres evolucionó. A sir Robert no le agradaban el juego, las peleas de gallos, el humo de los cigarros, los «baños de plebe», la costumbre republicana de celebrar ciertos acontecimientos en la plaza pública o el carnaval. A Páez, algunas de estas distracciones le gustaban sobremanera, lo cual era un defecto a los ojos del inglés y así continuó anotándolo aun después de haber hallado en el carácter de Páez grandes talentos naturales, alta moralidad pública y extraordinaria capacidad de superación.
Los diplomáticos, por distorsión profesional, son «gobierneros»: se inclinan en favor de la autoridad, con la cual pueden pactar, arreglar y contratar de manera pronta y segura V(Porter confesó esta tendencia a Williamson. El norteamericano anota que «S.A.R. el cónsul inglés Sir Robert Ker Porter... dijo ...con toda franqueza, “él le sostendría la vela al mismo diablo”; esto es, que apoyaría a cualquier grupo que alcanzara el poder ejecutivo en una forma u otra». Las comadres de Caracas, p. 47). Tal vez los diplomáticos ingleses de entonces y los de la línea de Canning tenían esta inclinación en grado mayor. Se nota, por ejemplo, en cuanto a las relaciones con la Nueva Granada, después de 1830, que estos diplomáticos echaron al olvido su bolivarianismo de antaño ahora, cuando les tocaba tratar con el gobierno del presidente Santander, el villano de 1828. Aunque lo encontraban menos encantador que Bolívar, lo reconocieron como la figura dominante, como el hombre clave e incluso también como hombre superior.
Sin duda, el paecismo de sir Robert se derivó en parte de su oficio de cónsul y ministro diplomático, pero llegó a ser más que eso. Veía en Páez a un verdadero héroe aunque, de vez en cuando, este lo decepcionara por su falta de severidad. La figura de Páez y la amistad entre ambos crecen de manera natural en estas páginas. En la excursión a los llanos de Apure Ker Porter logra combinar paisaje y personaje en uno de los mejores cuadros de su Diario y de todos los libros de viajes por la América antes española, de esa era. La descripción de los llanos es también la de un pintor consciente; aquí, otra vez, dibuja el panorama y muestra a Páez como una encarnación telúrica, entre sus llaneros y sus horned subjects, sus «sujetos cornudos». La escena es memorable, comparable con el encuentro de Darwin con Rosas o con la visita que Fanny Calderón de la Barca hizo a Antonio López de Santa Ana.
Un paréntesis: este episodio llanero del Diario, hace que el lector se dé cuenta de que está delante de un texto muy caraqueño o por lo menos caraqueño-laguairense. Porter había sido, como hemos notado, muy viajero; había emprendido viajes arduos, de exploración. Fue excelente jinete, como se deduce de sus páginas sobre los llanos de Apure, y jinete constante, como se ve en sus apuntes de rutina y en su patética devoción por su caballo «Columbus», objeto principal —uno concluye—, de sus afectos, que intentará llevarse, incluso en estado moribundo, a Inglaterra. Pero, con la excepción de su excursión al hato de Páez en Apure, Porter no viaja a ninguna otra parte de Venezuela: ni a Puerto Cabello, ni mucho menos a Maracaibo y no muestra deseos de ver el resto del país, o los países vecinos.
El estudioso de los recursos políticos de Páez debe leer el Diario minuciosamente, aunque teniendo en mente las tendencias gobierneras de su autor y su romanticismo. El texto muestra la contemporaneidad de ciertas reputaciones y leyendas de temprana cristalización, como la fama —bien establecida para 1825—, tiempo de la llegada de Porter, del discurso de Bolívar en Angostura. La figura de Páez, tal como se la presenta en estas páginas —niño humilde, prófugo, héroe, jinete, autodidacta, etc.—, es ya la leyenda, en forma muy completa. Porter, además, ofrece precisiones: en sus páginas es posible encontrar ciertos detalles acerca de la forma como Páez ejerce su dominio y aun de sus circunstancias personales. El inglés no aprueba todo: como hemos constatado, nunca fue aficionado a las peleas de gallos y debe haberle molestado bastante el encargo de Páez de conseguirle, en la isla de Barbados, dos gallos y dos gallinas para su cría. De mayor importancia política e interés histórico es su desaprobación de los indultos y de la indulgencia: constantemente deplora la facilidad con que «los nativos» llegaban a establecer pactos y arreglos con los rebeldes y levantiscos. Después de la conspiración de septiembre 1828, opinaba así de Bolívar: ...«Sus energías deben estar en estado de estupor para dejar semejante nido de víboras en el país y a la de cascabel suelta sin la maraca» (17 de diciembre de 1828). Y sobre la rebelión de Julián Infante en defensa de la integridad de Colombia, otra nota típica: ...«si se recurre a los indultos en lugar de la muerte, indudablemente el resultado será la insurrección y la rebelión extensas, y la ruina. Esto es lo que hay que temer, pues esta gente, entre sí, usa más las palabras que las espadas»... (22 de junio de 1830). El Diario permite al lector formarse una noción de los muy escasos recursos que tenían los gobiernos de entonces, provenientes de sus rentas y disponibles para el sostén de las tropas; de lo relativamente pequeños y frágiles que eran los recursos personales de Páez, en términos de su séquito, riqueza y poder personal y, además, de la índole política del pueblo venezolano. Este se revela con una definida manera de ser en política, que estaba lejos de ser deferente, ni siquiera con Páez. El lector debe concluir que Páez fue mucho más político, en estas coyunturas, que su crítico amigo. Las propias observaciones de Porter sobre las condiciones sociales y políticas de Venezuela le ayudarán a explicar por qué las líneas de acción, severas y contundentes, que con tantas soltura y frecuencia recomienda Porter, no fueron opciones posibles Y(Los gobiernos ingleses de esos años fueron a veces drásticamente represivos, y siempre trataban con la máxima severidad cualquier conato de rebelión. Los admirados rusos, claro, aún más).
La neutralidad del cónsul-ministro británico en Venezuela era relativa. Sir Robert mantuvo, por lo general, las apariencias diplomáticas, aunque de vez en cuando ofrece sus «buenos oficios» a sus amigos. Sus predilecciones políticas deben haber sido muy bien conocidas en la pequeña sociedad caraqueña de entonces. Por lo menos, fue mucho más discreto que su corresponsal y sucesor Belford Hinton Wilson, exedecán de Bolívar, después ministro en Lima y en Caracas. En ambas partes Wilson se enredó escandalosamente en la política local a(Bolívar regaló a Wilson su magnífico retrato limeño por Gil, al cual Porter se refiere en términos despectivos –little better than a Chinese daub–, «poco mejor que un mamarracho chino» [24 de julio de 1827], confirmación adicional de sus apreciaciones netamente convencionales en asuntos de pintura. Wilson llevó el retrato a Londres, donde fue grabado. De regreso en Lima, lo regaló al gobierno de Bolivia: ahora está en Sucre). En la lista de los principales amigos políticos de Porter figuran: Páez, Vargas —a quien primero consulta como médico—, Soublette, José Santiago Rodríguez; blanco principal de sus críticas fueron: Mariño, Peña, Level de Goda, Santander.
Inicialmente, Porter no podía diferenciar a Páez de Mariño en cuanto a su común adicción al juego y a las riñas de gallos y los desaprobaba a ambos: ...«noche tras noche él [Páez] se la pasa, con el general Mariño, jugando a las cartas y día tras día, en las peleas de gallos»... Pero aun en sus primeras anotaciones sobre los vicios de los dos, Mariño queda en peor situación: ...«El billar, el juego, las peleas de gallos, son rasgos destacados de las ocupaciones diarias de la mayoría de los ministros y gobernantes. Mariño, ministro de Guerra, etc., que vive en una casa sucia, a cada momento firma documentos de Estado sobre la mesa de billar mientras juega»... (18 de diciembre de 1830); ...«Mariño es un ser débil, pálido y vanidoso, amoral y sin principios políticos» (17 de octubre de 1830); ...«un hombre de escasas ideas, inquieto y decepcionado»... (20 de junio de 1826). Sus opiniones, según nuestro autor, eran francamente pretorianas: Mariño ...«se ríe de la idea de un presidente civil para gobernar este Estado, pues, según dice, nadie sino un militar debería ocupar el cargo, ya que, de hecho, es esta la justa herencia de los libertadores del país. Ideas como estas han arraigado en el corazón de Bolívar así como en el de los libertadores de Colombia, y me temo que solo lleguen a anularse cuando hayan convertido en desolación su labor de regeneración»... (26 de octubre de 1830).
¿Qué hacer en una sociedad donde faltaban una sólida estructura social y autoridades naturales, como esa aristocracia inglesa que sir Robert Ker Porter admiraba y recordaba en sus oraciones? No nos sorprende que hubiese encontrado su solución, mientras tanto, en José Antonio Páez. El lector que conoce todas las intimidades de la política grancolombiana y venezolana de estos primeros años de vida republicana probablemente tendrá en su mente un Páez más maquiavélico, más político, aún más perseguidor que el presentado por Porter. No obstante, es innegable que Páez era una figura altamente respetable: capaz de guardar las apariencias, un arte difícil cuyo mérito debe ser más apreciado de lo que, por lo general, es; buen delegador y, en muchos casos, buen escogedor de su gente, aunque no siempre. Al principio de su Diario, Porter deplora la composición del grupo de íntimos de Páez y recordemos que, al fin, este no acertó en la escogencia de José Tadeo Monagas, aunque excusas tuvo. Páez era, en fin, hombre de coraje físico y político, con el necesario don teatral; buen amigo de sus amigos, excelente anfitrión, maestro, como otros de sus sucesores en el poder, en el arte del distanciamiento e(...«El general Páez aún no ha regresado. Sé que detesta esta capital así como su gran cantidad de habitantes, pero aun así debería manifestar algo más de interés por el mantenimiento del sistema que ha promovido, así como un poquito de sacrificio de sus comodidades domésticas llaneras, y pasatiempos»... [17 de mayo de 1832]).
Nada es perfecto en este mundo y el destino de la mayoría, de casi todos los políticos, es fracasar. Sin embargo, las dos décadas del dominio político de Páez no ostentan un balance negativo, ni se ven mal en el contexto hispanoamericano general. El paecismo de nuestro autor no estaba exento de parcialidad, prejuicio y de un toque de romanticismo. Nunca se preocupó por los argumentos del otro lado, aunque los hubo. Hay otras versiones posibles de los eventos observados por Porter, distintas de aquellas de los vencedores; el lector puede convencerse de esto en los pacientes y cuidadosos tomos de Caracciolo Parra Pérez acerca de Santiago Mariño. Sin embargo, para un diplomático británico de esa época, para un Tory pragmático, no era difícil escoger por quién jugar su apuesta. En todo caso, su oficio no fue escribir filosofía política, ni historia imparcial.
La relación de Sir Robert con Páez llegó a ser una amistad genuina. Esto se ve en la excursión al Apure, en la confianza que Páez le demuestra dejando las ricas espadas de honor a su cuidado; en los retratos que Porter pinta del héroe y de su Madame de Pompadour —Bárbara Nieves—; en la despedida conmovedora de Páez cuando Porter abandona Caracas por última vez; en la carta, que por cariñosa es poco diplomática, que Páez escribe al gobierno inglés rogando el eventual regreso de su amigo al país; en el cuidado que Porter dedica a uno de los hijos de Páez y Bárbara durante su viaje de regreso a Inglaterra, un joven ...«triste, que no para un momento de silbar y cantar, de buen carácter y bastante maleable» (26 de febrero de 1841).
Los héroes y villanos de Porter son, si se quiere, los mismos de la «versión oficial», una versión oficial vigorosa, detallada, con trasfondo. El interés político del Diario no reside solo, ni principalmente, en la alta política; el trasfondo, la visión que el autor transmite de aquella temprana Venezuela republicana, también merece un examen cuidadoso.
Porter no fue republicano, ni demócrata. Vale la pena insistir en esto y recordar al lector que, fuera del contexto de la Roma antigua, «republicano» no fue un término de alabanza en los altos círculos sociales de la Europa posnapoleónica, ni «demócrata» uno que contase con general aprobación j(El rey Jorge IV rehusó admitir en los textos ingleses de los tratados con las nuevas repúblicas hispanoamericanas la palabra «republic». Donde se lee «república» en los textos en castellano, en inglés se lee «state»). ...«¡Qué inquietos, inútiles, son el grueso de esta gente republicana y toda la que siempre darán a luz las repúblicas!» (31 de octubre de 1840). Su desprecio por las formas republicanas se extiende, con más vigor todavía, a los Estados Unidos de América, la tierra de Brother Jonathan, «el Hermano Jonathan» v(La antipatía fue mutua, como se ve en el Diario ya citado del diplomático norteamericano John G. A. Williamson. El trasfondo de las rivalidades comerciales y las frustraciones norteamericanas son analizadas en George Edmund Carl. First Among Equals: Great Britain and Venezuela, 1810‑1910, Syracuse, 1980, cap. VIII). No le gustaba la sociedad de los ciudadanos de la gran república del Norte:
.. .«Es una desgracia para Inglaterra que esta gente hable su idioma, pero tuve buen cuidado de explicar a todos los que estaban cerca de mí que ese animal no era inglés»... (13 de enero de 1827), apunta después de una cena donde un comerciante estadounidense se emborrachó antes de los postres. Su antipatía hacia los norteamericanos es la más virulenta, e incluye a sus formas de gobierno, en particular la federación. Esta antipatía supera sus otros prejuicios y vence cuando dos de ellos se encuentran en contradicción.
El Diario trae un ejemplo interesante en este sentido:
«Jueves, 16 de noviembre de 1826. El general Páez no está de muy buen humor con los norteamericanos pues varios de sus periódicos hablan muy mal de él y muy abusivamente, además de haber hecho el más mezquino e intolerante acto, que deshonraría a los mortales de mentalidad más cerrada. Haber sacado a sus dos hijos de la Escuela Militar Nacional, donde los habían colocado las autoridades por el carácter patriótico del general, y por la única razón de que han descubierto, después de varios años, que tienen la tez de un color tan oscuro que se crea la sospecha de que sean mulatos y, en verdad, que los derechos liberales y primarios del hombre, según los profesan estas gentes profundas y virtuosas, se ven violados al permitir que solo sea alumna del colegio de sus jóvenes guerreros la prole de legítima y pura sangre europea»...
Si bien Porter compartió los prejuicios raciales comunes a los europeos de su tiempo, el rumor acerca de la expulsión de los hijos de Páez de West Point, por causa del color de su piel, le pareció un exceso. Más adelante entrará en especulaciones personales acerca del tinte exacto de la piel de los blancos criollos y de cómo se puede distinguir entre el color de los antiguos españoles y el «olivo-verduzco-pálido de la mezcla de razas». Pero el auténtico Porter es el que nunca pierde la oportunidad para criticar a los norteamericanos.
Las nociones raciales de Porter, tal como las expresa en su Diario, merecen un comentario. La población negra y mulata es el pueblo, la multitud. Su presencia en tantas ocasiones, debido a las costumbres republicanas del país, no es de su agrado. Son frecuentes referencias del estilo de: la «negra multitud», el «elemento negro», «las expresiones de alegría de las reuniones de negros»; ...«Turbas colgadas de las barras de hierro de las ventanas de la mansión de Bolívar por la mañana, por la tarde y por la noche, como si fueran monos»... (12 de enero de 1827). De vez en cuando anota los rumores de que va a haber un levantamiento de la raza negra y una masacre de los blancos. De vez en cuando, también, mira con desaprobación la religiosidad popular: la única gente religiosa en Caracas, según él, son las beatas y los negros, y no le gusta la agitación que el arzobispo promueve entre esos elementos por tener un sesgo xenófobo, antiextranjero.
Sus temores ante posibles levantamientos y conspiraciones me parecen superficiales, convencionales. El temor a un «nuevo Santo Domingo» fue un lugar común en la época y Porter, sin embargo, no parece estar verdaderamente asustado. Como lo muestran muchas de sus observaciones, las líneas de separación entre los colores de la piel no estaban nítidamente trazadas en Venezuela, una sociedad esclavista, sí, pero donde desde hacía bastante tiempo había muchas gradaciones raciales y muchos libres de color.
Algunos casos atraen especialmente el interés de Porter, por su singularidad. Llama su atención el del general Judas Tadeo Piñango: ...«Hice varias visitas a criollos, la primera de ellas al general Piñango, un individuo casi negro, una especie de indio zambo, que es miembro del Consejo de Estado. Aparte de su color y de que tiene talento de verdad, está casado con una preciosa criatura perfectamente blanca, nativa de Bogotá. Sus niños son variados de color: una blanco, uno oscuro, y así sucesivamente»... (15 de enero de 1832). La sociedad venezolana no fue igual a la de Sainte Domingue, ni a la de Jamaica, otra isla que preocupaba a Porter. No fue un potencial «nuevo Haití».
La «amenaza negra» no es tratada en el Diario con la atención detallada que recibe, en cambio, la «amenaza llanera», ni con la atención semiartística con que Porter describe al bandido Cisneros. Los llaneros de Farfán, presentes en Caracas en 1827, espantan a su tímido amigo el comerciante judío Mocatta. Porter se refiere a la «tendencia cosaca» de Cisneros por robar caballos y sillas de montar y opina de sus «oficiales» y tropa: ...«la verdad es que sus modales eran los menos refinados, y casi incivilizados, que jamás haya encontrado»... (7 de enero de 1827). Se percibe un elemento racial en este temor pues para Porter los llaneros son zambos. De Farfán dirá, con motivo de su revuelta del año siguiente, que es un bruto salvaje y que ofrece la libertad a cualquier esclavo prófugo que se junte a su movimiento. Farfán acude al viejo recurso de los caudillos de las guerras de Independencia y Porter revela aquí más el temor al bárbaro llanero. Este temor fue expresado de forma más completa en los escritos de su amigo José Santiago Rodríguez y(Sobre el licenciado José Santiago Rodríguez, ver la bien documentada obra de su nieto José Santiago Rodríguez, Contribución al estudio de la Guerra Federal en Venezuela, 2 tomos, Caracas, 1960).
El caso de Cisneros, aunque suscita repeticiones de las quejas de Porter sobre la falta de seriedad y severidad de las disposiciones del gobierno, llama su atención —sospecho—, más que todo por su contenido pintoresco. La forma como el coronel Stopford, su amigo, le describe al bandido en una carta, despierta de tal forma la curiosidad del antiguo becado de las escuelas de dibujo de la Real Academia, que transcribe la carta in extenso:
... «Cisneros no quería venir aquí, así que fuimos nosotros a él. La escena era verdaderamente pintoresca. Sus hombres estaban todos en armas, vestidos de ropas estrafalarias pero militares, jóvenes austeros y bien parecidos; todo manejado con mucha seriedad, y con la mayor vigilancia y precaución, así como camaradería, imaginables. Una escena digna de Salvator Rosa»... (18 de noviembre de 1831). Cuando Porter pudo conocer al fin a dos de los hombres de Cisneros quedó un poco decepcionado: ...«Su aspecto no denota ni un ápice más su calaña que el de la gran masa de nuestros pacíficos habitantes, que, a mi modo de ver, son, en su esencia, tan grandes bandoleros como estos ladrones de los valles. En verdad, los ingredientes que componen la criatura moral de nuestra población mixta son los mismos, y el individuo solo necesita la oportunidad para poner de manifiesto un sistema más o menos similar de latrocinio y pillaje, con la única diferencia de que aquel se realiza à la Militaire, y este en pleitos civiles (legales), que engendran en la sociedad una plétora de las más viles pasiones, llegando hasta el asesinato. De aquí que yo crea que el ladrón abierto y sencillo es el más puro de los dos» (24 de noviembre de 1831).
Los apuntes, vistos como pintura pointilliste dan paulatinamente al lector una impresión de la naturaleza de la venezolanidad de la época, del sentido de identidad nacional, tan fidedignas, que las ocasionales disquisiciones formales del autor no logran igualarlas.
No es en los párrafos en los que Porter emplea un estilo humorista y fácil donde reside la importancia del Diario como testimonio del trasfondo político profundo. Porter es capaz de hacer observaciones políticas penetrantes de vez en cuando; escribe muy bien, por ejemplo, sobre las distintas reputaciones de Bolívar y Páez y la actitud protectora de los llaneros hacia el segundo, en tiempos de La Cosiata. Se da cuenta rápidamente de ciertas realidades de fondo; percibe los elementos constantes: ...«El pueblo de Venezuela siempre ha sido políticamente inquieto y voluble, pero esforzadamente republicano y ha cooperado en pro de un gobierno federal con actos continuados de protesta. Desde que sus jefes, o las circunstancias, dieron algún tipo de forma al país, ha sido su sistema favorito»... (9 de diciembre de 1826). Fue clarividente en el asunto de la disolución de Colombia: ...«En Venezuela hay gran patriotismo, pero es solo para ella, y si Bolívar muriera, o muriera políticamente por dar un paso en falso donde está ahora, aquí habrá separación e independencia individual como Estado —de esto no me cabe duda—, pues en estas provincias se odia y desprecia mortalmente a los bogotanos y neogranadinos»... (30 de enero de 1829). También cuando afirma: ...«No creo que sea sancionado [el centralismo] ni tenga muchos defensores: en realidad es muy difícil decir en qué terminará la reunión. Si no en la federación, que, dicho sea de paso, es de lo que más habla la mayoría, aunque creo que pocos saben qué sentido tiene, los Estados independientes serán el destino de esta mal forjada república y pueblo formado a medias» (30 de enero de 1829).
Fue sólido en sus juicios, pero nada excepcional. A veces sazonaba sus propias predicciones con una nota prudente de escepticismo. Mejores que sus observaciones políticas formales, que sus anotaciones preparatorias o suplementarias para sus despachos oficiales, son sus descripciones ocasionales, hechas sin intención política. Estas, sin embargo, tienen importantes implicaciones políticas. A Porter, en sus momentos formales, le gustaba tener en cuenta la ignorancia de la gente, su falta de preparación para la libertad y para la vida independiente. Incluso se consolaba porque los excesos de la prensa no podían hacer más daño: ...«Estos republicanos son como niños con juguetes nuevos: han desperdiciado la libertad de prensa y con ello se propaga la invectiva y la sedición. Pero, afortunadamente, sus males no son muy inmediatos ya que es pequeñísima la parte de la población que sabe leer»... (10 de abril de 1826). Pero, en este caso como en otros, su argumento no es convincente, ni sus opiniones formales hallan sustento en las escenas que describe, a veces con mucho arte. Medir la influencia de la prensa solo por el grado de alfabetización de un pueblo, no es tan fácil. Hay muchos modos por los que la prensa escrita puede llegar a la gente que no sabe leer: el más obvio, que algún lector le lee a otros, en voz alta. Es aún posible que la letra de molde tenga más prestigio, más autoridad, en una sociedad relativamente iletrada. La Venezuela de estos años, en cuanto a cantidad de lectores, no era muy distinta de la de la segunda mitad de los años 1840, los años de El Venezolano de Antonio Leocadio Guzmán, lustro en que un tal Ezequiel Zamora, momentáneamente arrepentido, se quejaba de... «la prensa desmoralizadora y sediciosa que cual plaga devastadora volaba de pueblo en pueblo sin respetar honor, fama ni reputación: víctima soy de esa plaga que me condujo a un cadalso y quien sabe si más que todo al desprecio y burla de mis semejantes» 20(Adolfo Rodríguez, Ezequiel Zamora, Caracas, 1977, pp. 124-125).
Muchas descripciones de escenas sociales tienen en el Diario de Porter una dimensión política. Todavía más raros y valiosos son los panoramas que ofrece de las grandes ocasiones públicas: no solo describe los emblemas, las procesiones, las ninfas, las alegorías... material tan útil para los aficionados a «lo imaginario», sino también el ruido y los gritos, la participación de la gente. Pinta muy bien las celebraciones del aniversario de Independencia, en abril de 1826, y la recepción de Bolívar en enero de 1827, organizada de acuerdo con un decreto de Páez que mandaba: ...«los pueblos de su tránsito deberán prepararse a recibirlo con la pompa majestuosa correspondiente a una ceremonia inventada en la antigüedad en demostración de la gratitud nacional, justamente debida a los héroes bienhechores del linaje humano y fundadores de la libertad» (7 de enero de 1827).
El Diario no está exento de contradicciones, omisiones y misterios. ¿Por qué fue tan gentil su autor con el señor John Diston Powles, financista y especulador, el mismo empresario-propietario de la miserable colonia de Topo, cuyos colonos-víctimas le dieron tanto trabajo en Caracas? La información económica es poca y nada sistemática: no solo despreciaba a los comerciantes, casi despreciaba al comercio. ¿Hasta dónde llegaron sus relaciones, al final de su estadía en Caracas, con la bella limeña María Luisa Arguinao de Harrison? El «chiquito» que nació después ¿era su ahijado o su hijo?
Tanto llega uno a conocer a Porter en el curso de casi diecisiete años, que este romance tardío verdaderamente conmueve. Extraordinario personaje ordinario este.
Mereció esa felicidad.
Durante el año de 1997, en el contexto de la celebración del vigésimo aniversario de su creación, Fundación Empresas Polar editó el libro Diario de un diplomático británico en Venezuela: 1825-1842, de sir Robert Ker Porter. La monumental y preciosa obra de más de 1.000 páginas de extensión estaba fundamentada en la edición inicial del Diario preparada por Walter Dupouy en 1966, quien publicó la transcripción en inglés del registro microfilmado del documento original acompañado de un prólogo y un conjunto valioso de notas aclaratorias sobre personajes, lugares, fechas, instituciones, acontecimientos y aspectos del lenguaje presentes en el texto. El aporte sustancial de la edición de la Fundación radicó en que se hizo una traducción a cargo de Teodosio Leal del texto original en inglés al idioma español. De igual manera, se agregó un valioso prólogo y un esbozo biográfico de Porter hechos por el historiador británico Malcom Deas. Se incorporó, asimismo, un conjunto de imágenes, pinturas, grabados, dibujos, bocetos y notas realizados por el diplomático británico durante su estadía de dieciséis años en Venezuela, así como las de otros artistas y viajeros que estuvieron presentes en el país durante el siglo XIX. El día de hoy, en el contexto de su cuadragésimo quinto aniversario, Fundación Empresas Polar presenta al país y al mundo una nueva edición en formato digital de este importante documento histórico.
El Diario de sir Robert Ker Porter constituye un valioso documento de primera mano, es decir, generado en el mismo momento y lugar del desarrollo de los acontecimientos, contentivo de registros con los cuales se puede conocer, analizar y comprender el proceso que llevó a la consolidación de la independencia política, la forma de organización estatal republicana, así como el proceso de creación y consolidación de la nación venezolana de la primera mitad del siglo XIX. Porter arribó a La Guaira el sábado 26 de noviembre de 1825, uno de los puertos de entrada del Departamento de Venezuela de la República de Colombia. A partir de ese instante comenzó a registrar en el Diario observaciones y elementos de la realidad venezolana que llamaron su atención. En los 5.760 registros o notas que escribió, el funcionario británico hace comentarios sobre la geografía, la población, la cotidianidad, las costumbres, la alimentación, la religión, la fauna, la flora, los registros diarios de temperaturas, así como acerca de la composición social de Venezuela. Con su visión europea y, sobre todo, la de un súbdito de la potencia comercial, naval y militar del momento como lo fue el Reino de la Gran Bretaña, Porter trató de interpretar las razones o causas de sus iniciales descripciones de las realidades venezolanas que anotó y consideró dignas de atención.
Un valioso aporte del Diario lo constituyen el conjunto de notas que contiene sobre los principales acontecimientos políticos suscitados durante este período, 1825-1841, los cuales definieron el proceso de creación y consolidación de la naciente República de Venezuela. Porter fue testigo en el mes de abril de 1826 de la «sublevación» o confrontación del general José Antonio Páez, comandante militar del Departamento de Venezuela, contra las autoridades de la República de Colombia instaladas en la capital, Bogotá. Hecho este inmerso entre otro grupo de razones que llevaron a la disolución de Colombia en 1830. El día 4 de abril de 1826 escribió en su diario sobre el general Páez, héroe de la independencia de Venezuela y quien llegaría a ser un reconocido amigo, acerca de su rechazo a entrevistarse con las autoridades de Bogotá por su conducta política: «Su fuerte carácter, la adoración que tienen por él las tropas de esta provincia, así como el respeto que le profesan los opositores de Bolívar, no le harán ver con buenos ojos lo que considera como un insulto y acto de injusticia hacia él y el deber público. Habrá que ver si no encuentra la forma de eludir la convocatoria, pues según me han dicho, sus amigos y oficiales le aconsejan que no asista [a Bogotá, la capital] si es posible». De igual manera aparecen en el Diario importantes anotaciones sobre la Revolución de las Reformas, la separación de Venezuela de la República de Colombia, los intentos monárquicos por reconquistar estas regiones desde Puerto Rico y Cuba, así como también las sucesivas elecciones presidenciales, las conmociones militares y políticas que se vivieron en el país en sus inicios de vida republicana e independiente.
Porter dejó testimonio escrito sobre la última estadía de Simón Bolívar, Libertador de Venezuela y de la Nueva Granada y presidente de la República de Colombia a Caracas, su querida ciudad natal. El miércoles 10 de enero de 1827 escribió sobre la entrada de Bolívar por las calles de la ciudad:
«Las ventanas, salones y plataformas temporales estaban repletos de damas en sus más alegres y ricas ropas, lanzándole flores de todas clases, y no fueron pocas las botellas de agua de rosas que se vaciaron sobre los héroes [Bolívar y Páez] y los dormanes de sus dorados uniformes (…) el verdadero placer de ver tan abundante alegría y entusiasmo, vociferado y expresado en el comportamiento de cada una de las almas que asistía a la gloriosa y nunca tan apropiada llegada del Libertador».
Además de estos registros resaltan en la obra los encuentros, contactos, relaciones y conversaciones que anotó el diplomático británico con las más destacadas personalidades políticas de la república durante los años de su estadía en Venezuela. Los presidentes Simón Bolívar, José Antonio Páez, José María Vargas, Carlos Soublette, así como los generales Santiago Mariño, Juan Bautista Arismendi, Bartolomé Salom, Daniel Florencio O’Leary, Lino de Clemente, Juan de Escalona, el coronel Francisco de Paula Avendaño, el ministro Santos Michelena, el doctor Cristóbal Mendoza, el secretario de relaciones exteriores José Rafael Revenga y muchos otros próceres de nuestra independencia, así como funcionarios de la república independiente, fueron tratados y algunos hasta llegaron a tener el afecto y reconocimiento de amigos por parte de Porter. Sobre Simón Bolívar hizo una detallada descripción en uno de los encuentros formales que tuvieron, en especial el jueves 11 de enero de 1827. El diplomático anotó lo siguiente sobre el Libertador:
«A las 12 del día fui a visitar al presidente para presentarle al capitán Vernon, el doctor Coxe y el señor Lievesly. Nos recibió con la mayor afabilidad y conversamos mucho (en francés) sobre el estado de Europa y sobre los grandes hombres que había dado, sobre las recientes guerras, etc., etc. (…) La conversación llevó a hablar de hombres extraordinarios de todos los tiempos y países, lo que me dio la oportunidad de decir algo elogioso, aunque cierto, a este extraordinario personaje. Es más bien de baja estatura, muy delgado y de aspecto frágil; de tez oscura, cetrina; buenos ojos oscuros y penetrantes, una expresión de solemne reflexión; no sonríe pero posee una dulce tranquilidad y bondad en su comportamiento. Buena frente, más bien despoblada de cabello, lo que añade mucho a su expresión general. Parece tener más de cincuenta años, pero no pasa de los 44».
En el Diario aparecen registrados los nombres y encuentros regulares de su autor con los doctores Coxe, Murphy y Stopford –su reconocido amigo–, los coroneles McLaughlin, Smith, Woodberry, los señores O’Callagham, Wilson, Malony, Forthsythe, Hurry, Rugan, Lord, Alderson, Barry, Ward, Egan así como de los comerciantes Boulton, Ackers, Anderson, Mc Whirter, Elías Mocatta –su incondicional compañero de cenas–, Gramlich, la señora Anna Gertrude Schimmel, las señoritas Da Costa y otro numeroso grupo de mujeres y hombres de origen europeo; ingleses, suecos, irlandeses, alemanes, polacos, holandeses, estadounidenses, quienes se radicaron en Venezuela por razones personales, de trabajo, diplomáticas o el caso común de varios integrantes de la legión británica que combatió en la guerra de independencia, que decidieron arraigarse en este país. Por la conexión lingüística, la afinidad de origen y las comunes vinculaciones culturales, estos extranjeros radicados en el país se convirtieron en las personas más cercanas a Porter. Con ellos interactuaba a diario y fueron sus más cercanos colaboradores. La construcción del «cementerio británico» de Caracas, según el autor, «para nosotros los herejes», fue una de las labores más destacadas de las que estuvo a cargo para la atención de esta comunidad mayoritariamente de religión protestante y judía.
Este grupo conformado por los extranjeros radicados en la naciente república de Venezuela destacó, y esto se conoce gracias a las notas del Diario, en el desarrollo de diversas actividades como el comercio, la medicina, la albañilería, la artesanía, la agricultura, la herrería, la atención de hospedajes y otras más que dan muestra de los aportes foráneos que contribuyeron con el sostenimiento y cohesión de la sociedad venezolana durante esta etapa genésica de la república. Nuevos trabajos de investigación especializados en materia social podrían surgir y adelantarse a partir de los registros de este documento histórico.
Una acotación importante que debe hacerse a los lectores relativa a la naturaleza de este documento histórico es que sir Robert Ker Porter hizo anotaciones en este su Diario con propósitos exclusivamente personales, con un interés particular. Se desprende de su lectura detallada que este no tuvo un propósito divulgativo ni oficial, tampoco diplomático ni, posiblemente, con fines editoriales. Porter escribió para sí mismo. Por esto se consiguen a lo largo de sus líneas confesiones muy personales entre las que sobresale su manifiesta frustración al haber sido destacado a esta calurosa, remota y turbulenta república del continente americano cuando su verdadero anhelo era ser enviado en misión diplomática a San Petersburgo, Rusia. Allí se encontraban su esposa, la princesa María de Scherbatoff, con quien contrajo matrimonio en 1812, además de su hija María o «Mashinka», nacida al año siguiente. La nostalgia generada por la lejanía de sus familiares en Inglaterra y la Rusia zarista se reflejan a lo largo del escrito. Por esta misma razón, el diario contiene notas muy críticas, en las que sobresalen insultos, injurias y calificaciones hechas por Porter contra las carencias de este nuevo país, la conducta de sus ciudadanos, sus incomprensibles costumbres y la incompetencia de muchos de sus servidores públicos y dirigentes, entre otras múltiples realidades. Porter no cuidó en ningún momento las críticas hacia lo que consideraba contrario o incomprensible para sus costumbres, visiones o concepciones de la vida y el mundo. De igual manera recoge el texto sus muy cercanas relaciones afectivas, como la de su amiga peruana de Maiquetía, a quien dedicó expresiones de muy cercano aprecio así como de tristeza cuando él partió de Venezuela en el año 1841. Una revisión del documento amerita, por parte de los lectores especializados, la implementación de criterios de objetividad para comprender en su justa medida –crítica externa o de fiabilidad, como la definen los metodólogos de la historia– el contenido de sus líneas.
Porter destacó en su vida personal como un amante y ejecutor del dibujo. En el año de 1790 ingresó en la Royal Academy of Arts de Londres. Al año siguiente ganó la «Paleta de Plata de la Royal Society of Arts». Sus dibujos, bocetos y pinturas de temas militares fueron tan reconocidos que en el año 1805 fue invitado por el zar Alejandro I de Rusia para «pintar cuadros de temas históricos en el edificio del Almirantazgo». Producto de esta afición, o mejor, oficio, sumado a su gusto por la escritura, publicó en el año de 1809 su Travelling Sketches in Russia and Sweden. During the years 1805, 1806, 1807, 1808, y sus Letters from Portugal and Spain written during the march of the British troops under Sir John Moore, with a map of the route, and appropriate engravings. By an officer, obra en la que registró sus experiencias como militar en las campañas británicas de Portugal y España contra las tropas napoleónicas. De igual manera, su afición por la escritura y el dibujo lo llevó en 1821 y 1822 a publicar en Londres sus dos tomos de Travels in Georgia, Persia, Armenia, Ancient Babylon, &c. &c.: during the years 1817, 1818, 1819, and 1820, en donde registró experiencias e imágenes de su viaje por estas regiones del Medio Oriente. Para su experiencia venezolana, Porter aplicó las mismas herramientas de trabajo. Además del Diario, realizó valiosos –por su contenido artístico e histórico– dibujos y bocetos de aspectos de la cotidianidad caraqueña que observó. Así mismo, dibujó tanto personajes como algunos paisajes naturales que recorrió y distintas manifestaciones culturales del país. Estos dibujos constituyen fuentes, «soportes gráficos» de las experiencias que tuvo en Venezuela y las cuales fueron rescatadas, organizadas y presentadas en la edición de Fundación Empresas Polar del año 1997.
La condición de artista además de la de diplomático y escritor influyó para que el Congreso de la República propusiera a Porter que confeccionase el Escudo de Armas de la República de Venezuela durante el año 1836. En el Diario registró que el día 26 de marzo de este año, «El señor M. F Tovar (del Congreso menor) vino a verme para pedirme consejo y ayuda en la confección del un escudo de armas para la república; y al hablar de los emblemas más convenientes le dije que le haría un boceto (forma parte de la comisión encargada de esta misión) para que la presentara a las cámaras». El jueves santo, 31 de marzo de este mismo año, anotó lo siguiente: «Atareado todo el día dibujando el nuevo escudo de Venezuela como república, cuyo diseño la comisión nombrada por el Congreso actual me ha pedido que haga como favor, amparada en muchos cumplidos no poco halagüeños para mí». Además de este aporte perenne para la república, Porter elaboró, entre otras creaciones, un retrato del general Páez que pasaría a ser uno de los referentes más importantes del héroe de la batalla de Carabobo.
El indiscutido valor de estas fuentes de nuestra historia republicana contenidas en un solo documento impulsó a la Fundación Empresas Polar a publicar una nueva edición, en esta oportunidad digital o en línea, del Diario de sir Robert Ker Porter. Luego de años de trabajo de un equipo interdisciplinario compuesto por historiadores, editores, correctores de estilo, diseñadores, artistas y programadores se presenta al público una obra que reproduce en su esencia los datos contenidos en la edición del año 1997, pero con las bondades tecnológicas que brinda una publicación en línea. El texto mantiene la división u organización en doce capítulos que estableció Walter Dupouy. Por ello, los lectores podrán ingresar de forma directa en el capítulo u/o años en los que fue dividida la obra. Las herramientas de búsqueda posibilitarán también al lector acceder por palabras claves (personas, lugares, acontecimientos) o por fechas a la información histórica contenida en el Diario. De igual manera, los lectores podrán desplazarse de forma progresiva o regresiva a lo largo de los 5.760 días de anotaciones de Porter. Por tratarse de una traducción, se actualizó la ortografía a partir de las nuevas normas establecidas por la Real Academia en 2010, e igualmente se modificaron un exceso de mayúsculas que hoy en día el idioma español más bien tiende a grafiar en minúscula. Así mismo, se mantienen las notas aclaratorias en los márgenes que fueron hechas para la edición del año 1966.
Como novedades de este nuevo trabajo resaltan la ubicación geográfica de Porter en cada una de las localidades o ubicaciones en las que realizó anotaciones. Esta señalización permitirá a los lectores ubicarse geográficamente en los distintos puntos que recorrió y se estableció el diplomático británico. De igual manera, por constituir un «soporte visual» de los registros del Diario, las imágenes, grabados, dibujos, bocetos, y pinturas que se agregaron en un cuadernillo central en la publicación del año de 1997, son presentadas en esta nueva edición a lo largo del texto, en las entradas específicas en las que se hace mención del contenido de la información gráfica. Igualmente, en el menú de opciones de la obra se podrán conseguir en la GALERÍA, cada una de las imágenes con sus descripciones y notas de imprenta. Por último, vale reseñar que otra bondad de la publicación en línea será que el usuario o lector interesado podrá acceder a esta desde cualquier computador y lugar, conectándose a través del portal de Fundación Empresas Polar con la Biblioteca Digital Bibliofep. Es decir, será una obra para la consulta permanente.
En el contexto del cuadragésimo quinto aniversario de su creación, y de la conmemoración de la batalla de Carabobo y la Independencia de Venezuela, Fundación Empresas Polar cumple de forma festiva con su objetivo institucional de divulgar el conocimiento del patrimonio histórico de Venezuela, con la nueva edición del Diario de un diplomático británico en Venezuela. 1825-1842. Contribuir con la consolidación del tejido social del país implica adelantar un trabajo de estudio y conocimiento de sus raíces, de sus orígenes, de su historia. Por esto, bien recibida sea esta obra del fondo editorial de Fundación Empresas Polar en la cual, con seguridad, se podrán conseguir referentes, informaciones y datos de nuestras diversas realidades históricas. Como registró el muy crítico y prejuiciado diplomático británico el día de su partida de Venezuela, el domingo 7 de febrero de 1841, al tomar el barco que lo llevaría desde Puerto Cabello a Inglaterra, cuando resaltó un valor característico de la idiosincrasia venezolana: «La verdad es que no han podido ser mayores las grandes atenciones que me han manifestado los venezolanos, desde Caracas hasta esta última prueba de ellas en Puerto Cabello».
Gustavo Vaamonde
Malcolm Deas
st. Antony’s College, Oxford. Inglaterra
Malcolm Deas nació en Charminster, Dorset, Inglaterra, en 1941. Realizó estudios de historia moderna en la Universidad de Oxford, donde fue electo Fellow de All Souls College y luego de St. Antony’s College, del cual es uno de los fundadores y ha sido, en varias ocasiones, director del Centro de Estudios Latinoamericanos. Ha publicado varios trabajos sobre historia colombiana, siendo los más recientes: Del poder y la gramática, Bogotá, 1993, y Vida y opiniones de Mr. William Dills, 2 vols., Bogotá, 1996. Escribió los capítulos sobre Venezuela en el primer siglo republicano, en la Cambridge History of Latin America y es el secretario, en Oxford, de la Cátedra Andrés Bello. Fue condecorado por el Gobierno venezolano con la Orden Andrés Bello, en 1993.
El Diario de sir Robert Ker Porter (1825-1842) es un documento histórico de primera importancia. Es también un documento único. Aunque otros británicos que participaron en la Guerra de Independencia, legionarios y enviados diplomáticos, dejaron sus relatos, apuntes, correspondencia e informes, ninguno de ellos dejó un diario tan largo y minucioso como Porter, escrito desde un mirador tan ventajoso. Único, singular, importante y, también, conmovedor. Puede ser que la percepción de su importancia se deba al tamaño monumental de la obra impresa: el texto del Diario, en la excelente edición del venezolano Walter Dupouy, publicado por la Fundación Otto y Magdalena Blohm en dos columnas, ocupa 1.184 páginas. Conmovedor, porque al final de esas páginas el lector tiene la sensación de que ha compartido la vida de un hombre y una época; se ha compenetrado paulatinamente con el significado de las cosas, de una manera que no es común cuando se trata de fuentes históricas no literarias, como las de prosa diplomática, y aun en las manifestaciones privadas.
Los antecedentes rusos en la carrera del autor y su breve «Epílogo ruso» —como tituló Walter Dupouy al capítulo que narra su regreso al círculo social de San Petersburgo—, invitan a compararlo con algún novelista ruso, de largo aliento, como Tolstói. El paralelo entre estos dos autores, aunque después resulte insostenible, no deja de ser sugerente.
Sir Robert tenía una personalidad bastante común, normal, como uno de esos personajes normales que un gran novelista como Tolstói logra colocar entre los grandes eventos de la historia. Y acá radica la paradójico del efecto que su Diario tiene sobre el lector paciente. Sin negar que tuvo calidades excepcionales —de método, de autosuficiencia, de rutina, de paciencia—, sir Robert Ker Porter, aunque su carrera parece romántica y sus talentos fueron diversos, no fue un hombre excepcional en el sentido corriente que se atribuye a esta palabra. En muchos aspectos fue un hombre convencional, ortodoxo y hasta limitado. Pero, aunque se le aprecie así, ello no disminuye ni sus méritos esenciales, ni el interés de su Diario. Por el contrario, considero que los aumenta y, aunque esté fuera de lugar esta afirmación en una introducción académica, creo también que, justamente por percibirlo así, no pocos lectores sentirán afecto por el autor, cuando finalmente muera, al bajar de su carruaje inglés, bueno y costoso, en el frío San Petersburgo, después de una buena cena.
Como prologuista británico, quien escribe tiene ciertas ventajas sobre su antecesor, Walter Dupouy. La primera, es tener a mano su extenso prólogo y el excelente soporte metodológico que acompañan a su cuidadosa edición del Diario, en inglés1(W. Dupouy, Sir Robert Ker Porter's Caracas Diary, 1825-1842. A British Diplomat in a Newborn Nation. Editorial Arte, Instituto Otto y Magdalena Blohm, Caracas, 1966. Para mayor información acerca de la vida de Ker Porter, ver el excelente prólogo de Walter Dupouy. Thomas Secombe, artículo en el Dictionary of National Biography, vol. XVI, London, 1896; se apoya en las necrologías que aparecieron en el año de su muerte y tuvo acceso a los papeles de Porter cuando estaban en la biblioteca del omnívoro coleccionista y bibliómano sir Thomas Phillipps. William M. Armstrong. «Sir Robert Ker Porter, pintor, amigo de la aventura y diplomático extraordinario». Boletín de la Academia Nacional de Historia, XXXIX, Nro. 155, Caracas, julio-septiembre, 1966; «The Many-sided World of Sir Robert Ker Porter», The Historian, Vol. XXV, Nro. 1, noviembre, 1962; Susan Berglund escribe la nota en Manuel Pérez Vila [Ed.]. Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar, Caracas, 1988).
La segunda ventaja es que, como compatriota de Ker Porter, puedo ser menos cortés con el autor, más crítico frente a sus pretensiones, más demoledor ante sus defensas. Por su innata cortesía, Walter Dupouy se muestra, de vez en cuando, muy dispuesto a conceder a sir Robert the benefit of the doubt, a aceptar sus juicios sobre sí mismo, a limar sus asperezas y aun a defenderlo —como hombre de su época, por ejemplo—. Por ser su compatriota, me permitiré ser un poco más atrevido: no para disminuir los muy grandes méritos de sir Robert, sino porque puedo analizarlos desde ángulos distintos.
SU FAMILIA, INFANCIA Y JUVENTUD
Robert Ker Porter nació en Durham, Irlanda, el 26 de abril de 1777. Era el cuarto de los cinco hijos de William Porter (1735-1779) y de su esposa Jane Blenkinsop. William Porter se desempeñó como cirujano militar en un regimiento irlandés del Ejército británico, los 6th Inniskilling Dragoons. Según sus descendientes, fue vástago de una antigua familia irlandesa y un Porter participó en la batalla de Agincourt (1415). Han indicado también que entre otros ancestros destacados de la familia, se encuentra el poeta Endymion Porter. Si bien todo esto puede ser cierto, algunos detalles tienen algo de elaboración tardía: existen muchas «antiguas familias irlandesas»; la profesión de cirujano militar era bastante modesta entonces y no supone un nacimiento distinguido. Muchos médicos militares de ancestro irlandés se cuentan entre los aventureros de la Legión Irlandesa que participó en las luchas por la Independencia de Venezuela.
Si bien sir Robert, en su Diario, recuerda con orgullo la presencia de su padre en la batalla de Minden (1759), nada sugiere que la suya fuese una carrera fuera de lo común. A su muerte, a los 44 años, dejó una viuda con cinco hijos, en precarias circunstancias económicas. Según del Dictionary of National Biography, fuente de estos datos, la viuda de William Porter dependía en gran parte, para su mantenimiento, «del apoyo de los padrinos militares de su finado esposo». Estos detalles tienen importancia para conocer, con alguna precisión, los orígenes sociales de sir Robert. De «buena familia» pudo haber sido. Su ascendencia paterna se desenvolvía en la sociedad irlandesa, y su niñez y educación transcurrieron en un medio social escocés donde era posible ser de «buena familia»: gente decente, respetable, sin conexiones aristocráticas, ni extensos bienes territoriales. También debe notarse que William Porter fue protestante. En religión, su hijo, Robert, difiere de otro irlandés de extracción similar que entra en las páginas del Diario: el militar, en proceso de convertirse en diplomático, Daniel Florencio O’Leary.
Sería anacrónico referirse a los Porter como de «clase media», calificativo sociológico de épocas posteriores. Sería igualmente inexacto llamarlo aristócrata. La palabra «caballero», como se la usa a diario, no tiene entre los británicos que ver con algún título o distinción formal. Ante todo, designa a cualquier persona que sabe comportarse y presentarse como tal, de porte gentil y educado, de buenas maneras y buen corazón. Sin duda sir Robert fue un caballero, tanto desde el punto de vista de sus cualidades personales, como desde el de sus merecimientos al honroso título. Pero ello no quiere decir que fuese un aristócrata, aunque sir Robert apoyaba a la aristocracia británica, la defendía y fundaba en ella sus esperanzas en cuanto a la sobrevivencia y el futuro de su nación. Sin embargo, este es otro asunto.
Su madre, ya viuda, se radicó en Edimburgo en 1780. Como señalan sus biógrafos, Robert y sus hermanas Jane y Ana María, todos con ambiciones literarias, asistieron a la bien conocida escuela diurna de George Fulton en Middy’s Wynd. Entre sus amigos de infancia figuró Walter Scott, el futuro sir Walter, novelista y poeta de quien, sin exageración, se puede decir que revolucionó la imaginación histórica de Europa. Entre las amigas de la familia Porter, estaba Flora MacDonald, la vieja heroína jacobita, que escondió al príncipe Charles Edward Stuart, después del fracaso de la rebelión de 1745.
Robert Ker Porter disfrutó durante su juventud de un ambiente excepcional, estimulante, romántico. En medio siglo, con su pequeña población de un par de millones de habitantes, Escocia produjo entonces un impacto en la cultura occidental que pocos países grandes pudieron igualar. Primero, con su «Ilustración escocesa», cuyas figuras centrales fueron David Hume y Adam Smith y, después, con la inmensa figura de Scott. Robert Ker Porter se educó en una sociedad abierta al talento.
PINTOR Y VIAJERO
Y hubo talento entre los niños Porter. Los dos primeros hijos, John y William, no mostraron tenerlo en grado excepcional, pero Robert y sus hermanas, Jane y Ana María, tuvieron vocaciones literarias y artísticas y talento, suficientes como para alcanzar cierto éxito. Las hermanas Porter fueron, ambas, prolíficas autoras de novelas. La estadística de su producción es impresionante: hacia 1830 sumaban, entre las dos, 33 títulos en 70 tomos. Fueron leídas y, aunque nadie las lee hoy y pocos las recuerdan, en otra época se las estimó. Nuestro viejo Dictionary of National Biography, anota que la obra en tres tomos de Ana María, The Knight of St. John era el libro que el príncipe Leopold, tío de la futura reina Victoria, estaba leyendo en voz alta a la princesa Carlota el día antes que ella muriera.
Los talentos de Robert se manifestaron primero en el dibujo y en la pintura. Tal vez hacia 1795 ya su madre se había trasladado con la familia a Londres. Benjamin West, presidente de la Royal Academy, se sintió favorablemente impresionado por las muestras de dibujo del joven y arregló su matriculación en las escuelas de la Academy. Robert ganó premios y también recibió encargos para pintar cuadros religiosos para iglesias y capillas. En 1797 la exposición de la Royal Academy incluyó uno de sus paisajes: Vista de Durham. Hay algo curiosamente fluido, ininterrumpido, tanto en los progresos artísticos de Robert, como en la incesante productividad literaria de sus hermanas.
Me parece que Robert tuvo un carácter suave; nunca fue un romántico en el sentido de rebelde o tempestuoso, aunque mucho más tarde en su vida, en las páginas por lo demás poco introvertidas de su Diario, reflexionará sobre su «destino romántico». Fue pintor y aun escritor en su juventud y sus primeros éxitos en la vida, los que iban a abrirle paso hacia otros oficios, fueron éxitos de artista y, si bien su carrera fue excepcional y aun pintoresca, nunca fue un bohemio. El hombre, con todos sus méritos, era convencional, correcto: no asustaba.
De su obra pictórica, la que ha sobrevivido, lo muestra como dibujante fino, delicado. Fue un bocetista hábil que nos deja ver una que otra señal de ambición en sus esbozos panorámicos, como en su Vista de Caracas. Las ilustraciones de los libros de viajes que publicó en su vida son, desde el punto de vista artístico, insípidas, competentes, no más. Su servilismo ante el anémico buen gusto clásico, evidente en sus ilustraciones del Anacreon, del poeta Moore, exhibe una buena técnica aunque desprovista de inspiración o de interés, excepto como muestra del gusto convencional de ese tiempo 2(Robert Ker Porter, Historical Studies from Moore's Anacreon, London, 1805. Igualmente, su primera producción literaria es insípida. Se trata de su contribución a The Quiz, London, 1797, un periodiquito humorístico de él y su grupo de amigos).
Las obras que le dieron fama a temprana edad fueron las piezas de batallas que manufacturó entre los entusiasmos patrióticos de fines del siglo. En 1799, ...«trabajando sólo con brocha gorda»... construyó el gran panorama The Storming of Seringapatam —El asalto a Seringapatam—, que medía doscientos pies de largo y fue exhibido en el teatro Lyceum. La entrada valía un chelín, según la guía impresa que estaba a la venta e incluía una sinopsis histórica de la campaña 3(Descriptive Sketch of the Storming of Seringapatam as exhibited in the Great Historical Picture painted by Robert Ker Porter. London, 1800: «el cuadro está ejecutado en gran tamaño, cubre 2.550 pies cuadrados de tela, y contiene varios centenares de figuras de tamaño natural, con algunos veinte retratos de oficiales británicos»). Esta obra tuvo mucho éxito y fue seguida por La batalla de Lodi (1803); Los franceses vencidos por Suvarov en el puente del Diablo, Mont S. Gothard (1804), Agincourt, La batalla de Alexandría, El sitio de Acre, Muerte de sir Ralph Abercrombie. La crítica destaca en estas obras cualidades como «vigor frisando en la crudeza» y «audacia que hace pensar en Salvator Rosa». Lamentablemente, no han sobrevivido, aunque hay grabados del Asalto a Seringapatam. En estos mismos años, el joven Porter obtuvo el rango de capitán en la Milicia de Voluntarios de Westminster.
Su éxito como pintor militar que nunca había visto una escaramuza, ni mucho menos una batalla, le valió un encargo del zar Alejandro I de Rusia, para pintar murales en el Almirantazgo de San Petersburgo. Y allá se instaló en septiembre de 1805. En el invierno de 1806 viajó a Moscú, donde se enamoró de María, hija del príncipe Teodor Scherbatoff. Las complicaciones diplomáticas de la época intervinieron y, a fines de 1807, Porter tuvo que dejar Rusia y partir hacia Suecia. Allí recibió del excéntrico rey Gustavo IV de Suecia el título de caballero, el primero de los cuatro títulos de caballero —algo así como un pequeño récord—, que coleccionó en el curso de su vida. Se puede decir que tuvo una debilidad hacia este tipo de distinciones —un toque de arriviste—: su Diario se abre con sus esperanzas de que el duque de Clarence le ayude a obtener la Orden del Guelph, condecoración de Hannover 4(Este rasgo de vanidad más tarde le atrae los comentarios del poco amigo diplomático John G. A. Williamson, autor de otro interesante diario caraqueño, quien dice de Porter: ...«Me parece que cuida de su reputación postmortem con mucho miedo y cuidado de suicidio. De la misma manera que lo hace con su título de nobleza, con un cuidado constante, que no cesa, que no termina ...«pues pertenece a esa clase de mortales que, a pesar de no ser católicos, cree en todas las ordenes de la Iglesia y del gobierno, y que los reyes, al igual que el Papa, pueden canonizar el pecado y la virtud y salvarlos para la eternidad. Levántate, caballero, sólo hay un purgatorio que atravesar, y el rey, por medio de sus palabras talismánicas, te puede elevar muy por encima de tus semejantes». Jane Lucas de Grummond, [Ed.]. Las comadres de Caracas, Caracas, 1973, p. 69. [Edición del texto original del diario por la misma editora: Caracas Diary, 1835-1840. The Journal of John G.A. Williamson, first diplomatic representtative of the United States to Venezuela, Baton Rouge, Louisiana, 1954] ). En Gottingen conoció a sir John Moore, jefe de una pequeña expedición militar inglesa y el año siguiente lo acompañó en su célebre campaña en Portugal y España, y también durante su retirada y muerte en La Coruña.
En esos años publicó sus dos tomos Travelling Sketches in Russia and Sweden y sus Letters from Portugal and Spain 5(Travelling sketches in Russia and Sweden during the years 1805-1808; London, 1809. Letters from Portugal and Spain, written during the March of the British Troops under Sir John Moore, with a map of the route and appropriate engravings. London, 1809. La portada del segundo dice «By an Officer», y tiene dos mediocres vistas, realizadas por Ker Porter. No tuvo nunca una comisión militar regular. Puede ser que acompañaba a Moore con su rango en la milicia de Westminster, pero el libro poco convence como narrativa epistolar de primera mano). Robert pasó el año 1810 en Inglaterra, con su madre y sus hermanas. En 1811 la alianza entre Rusia y Francia se rompió y Porter recibió permiso del zar Alejandro para regresar a Rusia y formalizar su matrimonio. Fue designado attaché de la Legación Inglesa en San Petersburgo. En 1812 Napoleón invadió a Rusia y Porter regresó a Londres para publicar su Narrative of the Campaign in Rusia, un éxito editorial reimpreso siete veces y con tres ediciones extranjeras 6(Sir Robert Ker Porter. A Narrative of the Campaign in Russia, During the Year 1812. London, 1813). En 1813 fue hecho caballero por el príncipe regente de Inglaterra y, ese mismo año, nació su hija María, «Mashinka».
Los años 1813-1817 fueron los únicos de vida matrimonial y doméstica para Porter. Su Diario caraqueño frecuentemente pone en evidencia su afecto por Rusia y, menos, su afecto por su esposa: sus referencias a ella son correctas, pero convencionales. Fue gran admirador del zar Alejandro, con quien estaba estrechamente vinculado y definitivo defensor del zarismo. Ker Porter entró de lleno en la vida de la aristocracia rusa. Es interesante recordar que este diplomático inglés, que vivió dieciséis años en la Venezuela esclavista, estuvo casado con una princesa rusa, cuya familia poseía muchos siervos 7(Las alabanzas de Porter al Zar Alejandro son de un servilismo exagerado Diario: 30 de octubre de 1825, ...«el cálido corazón que late en el pecho del monarca y que le impulsa a procurar felicidad, entregando su amistad personal y protección, como soberano que es, a cientos de individuos. Esto, por sus virtudes, se extiende hasta tal punto a todos los rincones de su imperio, que el despotismo en Rusia queda reducido a un mero fantasma, demostrando que el gobierno juicioso de una persona que no se deje llevar por el impulso de sus pasiones privadas, puede volver los males del despotismo tan inofensivos como para estimular cualquier cosa capaz de mejorar tanto la moral como las rentas de su país; cuidando a la industria y alentando a la empresa» ...Cf. sus observaciones, color de rosa, sobre la esclavitud en Barbados el 21 de noviembre de 1825: ...«y como mi propia gente en Rusia, la palabra esclavitud o esclavo, es lo único que recuerda a un observador que no son tan libres como el vecino»...).
En agosto de 1817, sir Robert emprendió un largo viaje hacia el sur, para estudiar los monumentos arqueológicos de Persia, pasando de Constantinópolis a Teherán, Ispahan, Persépolis y Shiraz, luego a Echbatana y Bagdad. Esta expedición de treinta meses fue pionera en muchos aspectos. Sir Robert fue uno de los primeros amateur en el estudio de las antigüedades persas. Sus dibujos de algunos de los monumentos más importantes son los mejor hechos hasta la fecha y justifican que se les mencione en la historia del estudio de la escritura cuneiforme; ellos sirvieron de inspiración directa para estudios posteriores. Robert Ker Porter continuó allí, además, su carrera de cortesano pintando el retrato del Shah Fuller Ali, quien lo condecoró con la Orden del León y del Sol. Sus dos gruesos tomos Travels in Georgia, Persia, Armenia, Ancient Babylon, etc., fueron editados en Londres, en 1821 y 1822, bajo su propia supervision 8(«Los dibujos arqueológicos que hizo eran más detallados y precisos que los de ningún viajero anterior. Dan un registro de muchas ruinas ya desaparecidas. Además de identificar la tumba de Cyrus y la de Darius 1 en Naqhs-e-Rustan, fue el primer europeo que tomó nota del más impresionante de todos los bajorrelieves sasanianos, los cortados en el muro de trabajo de la gruta conocida como Taq-e-Rustan en las afueras de Kamanshah. Aunque no descubrió ni identificó correctamente las inscripciones trilingües y figuras procesionales en las rocas en Bisitan, distantes algunas millas de Taq-e-Bustan, fue el primero en dibujarlas. Aunque no le fue posible copiar las inscripciones, llamó la atención hacia ellas en sus libros, y así probablemente ayudó a inspirar a Hemy Rawlinson y su gran trabajo de desciframiento veinte años después. Porter fue también el primer europeo que visitó otro sitio sasaniano, Takht-e-Sulieman, o el Trono de Salomón, construido alrededor de un lago circular espectacular, perdido en las lejanas montañas de Kashstan.» D. Wright. The English Amongst the Persians during the Qajar Period. London, 1974, p. 14). Parece que en 1823 y 1824 permaneció otra vez en esa ciudad con su madre y sus hermanas; después viajó otra vez a San Petersburgo en 1824. En 1825 recibió el nombramiento de cónsul británico en La Guaira y Caracas.
Hasta esa fecha la carrera de sir Robert había tenido, sin duda, sus éxitos. El enorme panorama del Asalto a Seringapatam había batido los récords por su tamaño, se había casado con una princesa y su libro sobre la campaña de 1812 se había vendido bien. Sus investigaciones persas le habían dado reputación entre los cognoscenti. A los 48 años, sir Robert, caballero de Suecia, de Inglaterra y de Würtermburg, de la Orden del León y del Sol, había logrado cierto reconocimiento. Sin embargo, su éxito fue tal vez menos real que aparente. El mérito de sus dibujos no igualaba al tamaño de los mismos, a veces enorme. A sus relatos de viaje y aventura les faltaba individualidad. Su narración de la campaña de Moore, publicada en forma de cartas de un oficial —An Officer— es anodino o, por lo menos, muy retocado. Su libro sobre la campaña de 1812 de Napoleón en Rusia es una compilación de testimonios de otros y permite descubrir en el compilador una gran credulidad. Aun los admiradores de su viaje persa, su escrito más ambicioso, confiesan que los detalles cansan. Ciertamente, el hijo del cirujano militar irlandés, huérfano de padre a temprana edad, había aprovechado bien sus oportunidades. No le faltaba audacia, pero el lector de las obras resultantes de esta parte de la vida de Ker Porter puede concluir, un poco decepcionado, que el curriculum vitae es más raro que el hombre cuya vida registra.
CÓNSUL EN CARACAS
No se sabe cómo consiguió el nombramiento de Cónsul en La Guaira y Caracas. Su Diario guarda completo silencio sobre quiénes fueron sus padrinos y protectores. Sin duda los tuvo, porque en la Inglaterra de ese entonces todavía el padrinazgo era importante. Los nombramientos para ocupar los puestos diplomáticos y consulares en las nuevas repúblicas suramericanas eran apetecibles: en Londres, hasta los desastres financieros del fin de 1825, persistió una manía suramericana y los sueldos alcanzaban montos respetables. Sir Robert no fue nombrado Chargé en Caracas sino en 1835. Como cónsul estaba subordinado al ministro británico en Bogotá y percibía un sueldo de 1.250 libras esterlinas al año, más los derechos cobrados sobre ciertas transacciones y certificaciones. Todo ello sumaba unas 1.500 libras, cantidad nada despreciable para la época. Además, el puesto era por lo menos digno, aunque sir Robert aspiraba a destinos más altos, como ser ministro en San Petersburgo. Dada la lejanía de Bogotá, el consulado de Caracas gozaba de bastante autonomía; las tareas cotidianas en La Guaira estaban en manos de un vicecónsul. Aunque, estrictamente, sir Robert no tuvo rango diplomático, por lo menos antes de 1835, desde el principio de su estadía recibió instrucciones del Foreign Office, de su jefe George Canning, para que mandara informes sobre la situación política de su distrito, además de los informes comerciales de rutina. Nunca fue nada parecido a un trading consul, comerciante con permiso para combinar sus propios negocios con sus responsabilidades oficiales. Como caballero inglés de su época despreciaba a los comerciantes que, en la sociedad inglesa, ocupaban un rango inferior al que gozaban en el mundo español 9(El ya citado diplomático estadounidense John G. A. Williamson ofrece un bosquejo de nuestro personaje en su Diario, el 28 de junio de 1835: «Sir Robert cuenta ahora por lo menos 65 años, pero no los aparenta. Tiene una cara muy inglesa, de buena persona, y mide cinco pies y diez pulgadas y media. Es más bien delgado, con una frente peculiarmente formada que termina en punta de las cejas para arriba, y que da a la cabeza una forma obtusa. Más bien caballeroso y gentil en sus maneras y comportamiento, ha residido aquí cerca de diez años y todavía no habla suficiente español como para pedir un vaso de agua. No frecuenta la sociedad nativa y apenas si trata a una familia extranjera. Por consiguiente, es un extraño en el país y, sobre todo, un extraño en lo que refiere a las costumbres y maneras de ser de la gente, las cuales conoce sólo por intermedio de los gustos y aversiones de otros. Como a todos los ingleses sólo le gusta la comida, el dormir y las costumbres británicas. Su cortesía hacia mí ha sido a veces agradable; en otras ocasiones ni me reconoció, sobre todo desde que fui nombrado por mi gobierno para ocupar un cargo claramente más alto que el suyo. Ahora es mucho más mi humilde servidor que antes. Atribuyo sus reverencias y respeto más a mi cargo que a mi persona»... Las comadres de Caracas, p. 30).
Entre los atractivos del puesto, se contaban la novedad de la república y la novedad del trópico. Un lector del Diario puede concluir que, aunque sir Robert se quejaba con frecuencia de las limitaciones de la sociedad caraqueña, le gustó ser a big fish in a small pool —un pez grande en un pequeño estanque—.
La fragmentación de la gran Colombia y la constitución de Venezuela en nación independiente debe haber influido en la decisión de lord Aberdeen de mantener a Ker Porter en Caracas. En el momento de la separación de Venezuela de Colombia, Porter estaba ausente en Inglaterra y, entre otros asuntos, estaba tratando de conseguir el nombramiento de cónsul general en San Petersburgo. Describe en su Diario como «muy sorprendente» —astounding—, como algo que lo impactó como «un relámpago», la comunicación que recibió del Foreign Office, pidiéndole, dadas las nuevas circunstancias, regresar a Caracas por el bien del servicio público. Es notable, sin embargo, su pronta recuperación al día siguiente de la noticia —aunque sigue un poco decepcionado—: ...«Naturalmente que favorecerá mi interés futuro el regresar a Sudamérica, aunque sea por un período corto, pues en el caso de que se logre la independencia de Venezuela, se me nombrará jefe del cargo consular y diplomático, con aumento de sueldo y de rango, junto con el éclat de volver a firmar el Tratado» (25 de febrero de 1830).
Demoró mucho en llegar la noticia de su promoción, hasta el 25 de septiembre de 1835:
... «Recibí mi nombramiento de encargado de negocios de su majestad británica ante esta república, pero con la magra adición de una libra esterlina por día a mi sueldo consular de £ 1.250. ¡¡¡Qué generosidad la de estos Whigs reformistas!!!»... Su sueldo final, en este que iba a ser su último puesto, sería entonces de £ 1.615 más los derechos consulares. Y de los honores de este mundo no recibió sino una distinción más: caballero de Hannover, por sus servicios a la comunidad protestante de Caracas.
Ningún hombre escribe un diario durante quince años sin revelar su carácter, no importa cuál sea su propósito al escribirlo. El Diario de sir Robert, que sin duda es la gran obra de su vida, la de más interés que cualquier otra producción suya, literaria o pictórica, muestra un hombre bastante autosuficiente, por lo general equilibrado, aunque utilizara sus anotaciones con frecuencia como válvula de escape para desahogarse. Talentoso, incierto de vocación, un poco snob. Sus afectos estaban dirigidos más a su madre y a sus hermanas, que a su esposa e hija. Era poco apasionado, aunque sensible y nada mojigato. Ojo de artista: gozaba siempre del paisaje y de la naturaleza. Era metódico, trabajador, muy competente en su oficio, dueño de una buena rutina de vida. Tenía sentido de su propia dignidad y rango, pero templado con mucha humanidad y curiosidad por las vidas ajenas, aun aquellas de los humildes. Demuestra tener una dosis de humor no muy grande, pero perceptible y, de vez en cuando, sentido de lo ridículo. Era poco religioso, anticatólico, pero también ajeno a los entusiasmos protestantes: calificaba al agente de la Sociedad Bíblica, James Thompson, como un spiritual bagman —un «viajante espiritual»— (18 de junio de 1832). Fue respetuoso de las formas, asistía siempre a los servicios religiosos anglicanos en la casa privada de su amigo, el coronel Stopford; fundó el cementerio protestante, al cual dedicó mucho de su tiempo, su talento artístico y su propio dinero. No era una persona muy introspectiva: me parece uncomplicated y poco acomplejado. Tuvo un gran sentido del deber y fue admirablemente caritativo. Mereció el apodo que le dio O’Leary: Sir Robert The Good —el bueno—.
Los apuntes para el Diario llegan a tener cierta inconsciencia, esa característica de los mejores diarios, que los hace peculiarmente fascinantes. El propósito original de Ker Porter al escribirlo puede haber sido tener un aide-mémoire personal para su trabajo diplomático o para escribir luego otra obra, tal vez en dos o tres tomos gruesos, como sus libros anteriores sobre Rusia, Suecia y Persia. Pero, al fin, continuó escribiéndolo por puro hábito y mofándose de vez en cuando de sí mismo por seguir con esos apuntes que le parecían inútiles, aburridores.
Sin embargo, el Diario tiene en muchas partes gran valor histórico. Sir Robert era el representante de la Gran Bretaña, del primer poder del mundo en ese entonces, del aliado-protector del Estado naciente, lo que le permitió ser testigo de importantes acontecimientos. Penetró en los principales círculos políticos y sociales de Caracas durante unos quince años muy agitados: La Cosiata, la ruptura de la Gran Colombia (aunque con Porter ausente), la muerte de Bolívar, la presidencia de Vargas y la Revolución de las Reformas. Sus apuntes sobre todos estos acontecimientos públicos son un valiosísimo complemento a la documentación que guardan los archivos públicos, nacionales y extranjeros. Es una versión sucinta, undressed, si se quiere, de sus propios informes diplomáticos y servirá a muchos lectores como otro punto de vista que les permitirá realizar esa «triangulación» desde distintas y variadas direcciones para llegar a una comprensión más segura de los acontecimientos E(El maestro de este género en la historiografía política venezolana es Caracciolo Parra-Pérez, quien pondera con mucha exactitud las virtudes y limitaciones de los informes oficiales de Ker Porter, en su gran obra acerca de Santiago Mariño. ver Mariño y la Independencia de Venezuela, 5 vols., Madrid, 1954-1957 y Mariño y las guerras civiles, 3 vols., Madrid, 1958-1960).
Sin embargo, el Diario, como cualquier documento histórico, exige un ejercicio de lectura crítica. Su autor era un hombre de firmes convicciones políticas. Fue, según sus páginas muestran, un Canningite Tory , un Tory de la línea de George Canning. Como siempre, las afiliaciones políticas de antaño necesitan de una breve presentación para hacerlas plenamente inteligibles hoy. Los rasgos principales de la línea política de Canning fueron: antijacobinismo, conservatismo, aristocracia, rango y orden en la sociedad y en la política inglesa; línea fuerte e independiente en la política exterior y distanciamiento de la reaccionaria combinación de poderes surgida en el continente europeo, la Holy Alliance; marina real grande y libre comercio. Esa línea política conjugaba la insularidad con el ejercicio mundial de la preponderancia marítima británica y un conservatismo en casa, con un vigoroso pragmatismo en las relaciones exteriores J(Se nota en el Diario de Ker Porter la presencia casi continua de buques de guerra de la marina real británica en la costa venezolana, sus visitas frecuentes a los puertos y las visitas de sus capitanes y otros oficiales a Caracas. Por costumbre Porter presenta a los capitanes al presidente de la República. No era una costumbre sin propósito). Ese pragmatismo y la hostilidad hacia las combinaciones de la Europa reaccionaria fueron resumidos por su jefe titular, George Canning, en la famosa frase que pronunció en el debate sobre la suerte de las antiguas colonias españolas: «I called the New World into existence to redresss the balance of the Old» —Convoqué el nacimiento del Nuevo Mundo para restaurar el equilibrio del Viejo—. Grandilocuente, arrogante y jactanciosa, esta frase fue recibida al principio «con un silencio profundo, roto por una débil risa burlona» y tal vez mereció ambos, más que los hurrahs! sucesivos. Pero dicha frase sintetiza bien la orientación del orador, la «línea» política predominante en la época del nombramiento de sir Robert como representante de Gran Bretaña en Caracas. Y Canning halló en él un fiel servidor N(Consigna en su Diario este pequeño ensayo sobre el tema: ...«creo que nunca hubo un súbdito, grande hombre o héroe (aunque se le haya cubierto de estima y honores con la mayor prodigalidad) que, en su fuero interior, no haya pensado que su conducta no ha sido lo suficientemente apreciada o recompensada. Yo mismo he oído al glorioso Lord Nelson expresar [incluso a mí] sus sentimientos en este sentido; y Lady Hamilton se me quejaba una y otra vez de la ingratitud de la Gran Bretaña hacia su idolatrado Almirante. Pero, claro, todo esto ocurría antes de la Batalla de Trafalgar» [24 de mayo de 1832]).
El Diario permite apreciar este espíritu en las reflexiones y en las acciones de su autor. Sir Robert demuestra su placer cuando el Rey nombra a Canning primer ministro:
... «me alegra mucho la [noticia] de que el Sr. Canning sea jefe»... (24 de mayo de 1827) y, cuando muere Canning, consigna su juicio: ... «Leí las noticias de la muerte de el señor Canning con más detalles en un periódico del país. La pérdida para este país [Venezuela] es irreparable, pues dudo que el sucesor del Sr. Canning siga sus planes»... (25 de septiembre de 1827). No aprueba a los Whigs, a los aristócratas progresistas, ni la reforma política de 1832, con sus medidas para la racionalización del viejo y caótico sistema representativo de la Gran Bretaña. No le gusta ... «la creciente agitación de la gente».... ni... «la retorcida marcha política del intelecto»... (11 de enero de 1831); ... «creo que el maestro de escuela, la emancipación irlandesa, la reforma parlamentaria y la familia O’Connell, llegarán a hacer una república de la vieja Inglaterra. Se habla de un período abreviado (hasta de 3 años) para la duración de los parlamentos reformados, y el sistema ampliado de votación actual nos llevará a la votación representativa anual, y al republicanismo bribón y pecaminoso. Creo que han terminado los días más brillantes de la Gran Bretaña»... (8 de abril de 1833). Sin embargo, Porter confiaba en el destino particular de su país, bajo sus instituciones felizmente privilegiadas y en la singularidad del carácter de su gente.
No hay nada muy original en este conjunto de actitudes y orgullos: lo original de sir Robert Ker Porter fueron sus circunstancias y lo interesante es ver cómo ese inglés Tory convencional ajustó sus pensamientos en una república tropical.
OPINIONES, TESTIMONIOS Y PREJUICIOS
El innato sentido de superioridad de Porter como inglés, le ayuda: Venezuela es una nación recién nacida, sus excesos democrático-republicanos forman parte de su infancia política. Que sus habitantes no tienen preparación suficiente para la libertad política individual es tan obvio que no admite discusión. Considera que la igualdad republicana en las costumbres es ridícula: «Colombia y el resto de este continente son prueba de la utópica locura de los derechos iguales y del fantasma de la libertad, así como de [la confianza en] que la excelencia del sistema republicano puede dar la felicidad social al hombre»... (27 de julio de 1831). Sir Robert mantenía su pequeño arsenal de lugares comunes de esta índole, el cual, sin duda, le ayudaba a mantener el equilibrio en medio de las vicisitudes republicanas de su vida caraqueña. No debemos tomarlo demasiado en serio en este aspecto: ese arsenal formaba parte del equipo de viaje de la mayoría de los ingleses de su siglo y su invocación, muchas veces, en el caso de Ker Porter, es un rito mental fugaz con el cual se tranquiliza y se desahoga.
Otros aspectos de su pensamiento son más interesantes. Aunque no llegó a Venezuela en la época heroica, se había formado en una era de grandes héroes. No hay, en la historia moderna, un medio siglo con tantos héroes como el que empieza con Washington victorioso y termina con Bolívar muerto. Abarca a Napoleón, al zar Alejandro I, Nelson, Wellington..., y dio más mariscales, generales y almirantes, más hombres con destino y carreras, abiertos al talento, más uniformes brillantes y más vanidades militares, diplomáticas y políticas, que ningún otro.
Sir Robert compartió el gusto de su tiempo por los héroes y la gloria: ya hemos notado su reverencia hacia el zar Alejandro I. En Caracas, no sorprende su impaciencia por conocer a Bolívar, ni su temprana propensión a la admiración, su afán por encontrar un hombre superior a los demás, superior al medio. El fenómeno era común entre los extranjeros y obedecía a motivos complejos: implicaba una dosis de autoexaltación por parte del extranjero; cada cual en sus viajes se esforzó por conocer a personas excepcionales, a grandes figuras históricas y por mostrar sus propias preferencias. El fenómeno aludido implicaba la visión romántica de las grandes hazañas, la búsqueda de un interlocutor con la sofisticación europea y denotaba, además, el deseo de concentrar y personificar el principio de autoridad.
A pesar de todas estas tentaciones sir Robert, en su Diario, muestra bastante control. Sin duda Bolívar aparece en su escena como un hombre digno del admirable cuadro que nos da de su entrada en su ciudad natal. Porter se muestra bolivariano: en su sincera admiración, en el cuidado con el cual anota sus dichos, cartas y hechos, en el orgullo por las pequeñas atenciones y trato con que Bolívar lo distingue. Pero nunca pierde su sentido crítico. No le convencieron ni la Constitución boliviana, enviada con anticipación a Caracas por su autor, ni, por un momento,.. .«un Sr. Guzmán», el enviado extraordinario de Bolívar, que no era otro que Antonio Leocadio en la primera de sus fases bolivarianas. El Bolívar de estas páginas, cuidadosamente descrito por el autor-pintor (quien lo retrató y mandó a su hermana Jane un mechón del cabello del héroe), es un hombre superior, el libertador de varias naciones. Sir Robert nunca olvida su importancia histórica y apunta —como buen coleccionista—, sus frases y sus gestos, sus rasgos físicos. Pero, para él, Bolívar es también un ser humano.
Sir Robert se expresa en su Diario con franqueza, a veces poco diplomática, de los héroes republicanos. Ejemplo de ello son sus opiniones sobre Santander, de quien dice que no siempre acierta en sus decisiones políticas y que su manera de gobernar no está exenta de errores. Bolívar le parece demasiado móvil: ...«Tiene que ser que Bolívar está encaprichado —o asustado de gobernar—, y prefiere este sistema itinerante de jugar al héroe y pacificador, al de una residencia constante y, en verdad, ayudar por medio de un trabajo prolongado a asegurar la prosperidad de este desdichado país»... (18 de agosto de 1828). El lector de esta obra podrá hacer su propia cosecha de detalles: Bolívar conversando con los ingleses en francés; Bolívar preguntando si ese señor Lancaster, un verdadero patán, puede ser el mismo famoso señor Lancaster de las escuelas que llevan su nombre; Bolívar dudando si, en una sociedad de tantos compadres y comadres, la justicia va a funcionar. Sir Robert observa también la soledad de esta figura:
... «Murió solo en posesión de las Minas de Aroa, que deja divididas entre las dos arpías de sus hermanas. Ya le han despojado de cualquier otro acre de propiedad que poseyera»... (3 de marzo de 1831).
Después de la muerte de Bolívar y la disolución de la gran Colombia el nuevo héroe de estas páginas es Páez. Iba a escribir «inevitablemente» Páez, pero el héroe llanero no fue inmediatamente objeto de los elogios de Porter excepto, tal vez, por su valor físico. La relación entre los dos hombres evolucionó. A sir Robert no le agradaban el juego, las peleas de gallos, el humo de los cigarros, los «baños de plebe», la costumbre republicana de celebrar ciertos acontecimientos en la plaza pública o el carnaval. A Páez, algunas de estas distracciones le gustaban sobremanera, lo cual era un defecto a los ojos del inglés y así continuó anotándolo aun después de haber hallado en el carácter de Páez grandes talentos naturales, alta moralidad pública y extraordinaria capacidad de superación.
Los diplomáticos, por distorsión profesional, son «gobierneros»: se inclinan en favor de la autoridad, con la cual pueden pactar, arreglar y contratar de manera pronta y segura V(Porter confesó esta tendencia a Williamson. El norteamericano anota que «S.A.R. el cónsul inglés Sir Robert Ker Porter... dijo ...con toda franqueza, “él le sostendría la vela al mismo diablo”; esto es, que apoyaría a cualquier grupo que alcanzara el poder ejecutivo en una forma u otra». Las comadres de Caracas, p. 47). Tal vez los diplomáticos ingleses de entonces y los de la línea de Canning tenían esta inclinación en grado mayor. Se nota, por ejemplo, en cuanto a las relaciones con la Nueva Granada, después de 1830, que estos diplomáticos echaron al olvido su bolivarianismo de antaño ahora, cuando les tocaba tratar con el gobierno del presidente Santander, el villano de 1828. Aunque lo encontraban menos encantador que Bolívar, lo reconocieron como la figura dominante, como el hombre clave e incluso también como hombre superior.
Sin duda, el paecismo de sir Robert se derivó en parte de su oficio de cónsul y ministro diplomático, pero llegó a ser más que eso. Veía en Páez a un verdadero héroe aunque, de vez en cuando, este lo decepcionara por su falta de severidad. La figura de Páez y la amistad entre ambos crecen de manera natural en estas páginas. En la excursión a los llanos de Apure Ker Porter logra combinar paisaje y personaje en uno de los mejores cuadros de su Diario y de todos los libros de viajes por la América antes española, de esa era. La descripción de los llanos es también la de un pintor consciente; aquí, otra vez, dibuja el panorama y muestra a Páez como una encarnación telúrica, entre sus llaneros y sus horned subjects, sus «sujetos cornudos». La escena es memorable, comparable con el encuentro de Darwin con Rosas o con la visita que Fanny Calderón de la Barca hizo a Antonio López de Santa Ana.
Un paréntesis: este episodio llanero del Diario, hace que el lector se dé cuenta de que está delante de un texto muy caraqueño o por lo menos caraqueño-laguairense. Porter había sido, como hemos notado, muy viajero; había emprendido viajes arduos, de exploración. Fue excelente jinete, como se deduce de sus páginas sobre los llanos de Apure, y jinete constante, como se ve en sus apuntes de rutina y en su patética devoción por su caballo «Columbus», objeto principal —uno concluye—, de sus afectos, que intentará llevarse, incluso en estado moribundo, a Inglaterra. Pero, con la excepción de su excursión al hato de Páez en Apure, Porter no viaja a ninguna otra parte de Venezuela: ni a Puerto Cabello, ni mucho menos a Maracaibo y no muestra deseos de ver el resto del país, o los países vecinos.
El estudioso de los recursos políticos de Páez debe leer el Diario minuciosamente, aunque teniendo en mente las tendencias gobierneras de su autor y su romanticismo. El texto muestra la contemporaneidad de ciertas reputaciones y leyendas de temprana cristalización, como la fama —bien establecida para 1825—, tiempo de la llegada de Porter, del discurso de Bolívar en Angostura. La figura de Páez, tal como se la presenta en estas páginas —niño humilde, prófugo, héroe, jinete, autodidacta, etc.—, es ya la leyenda, en forma muy completa. Porter, además, ofrece precisiones: en sus páginas es posible encontrar ciertos detalles acerca de la forma como Páez ejerce su dominio y aun de sus circunstancias personales. El inglés no aprueba todo: como hemos constatado, nunca fue aficionado a las peleas de gallos y debe haberle molestado bastante el encargo de Páez de conseguirle, en la isla de Barbados, dos gallos y dos gallinas para su cría. De mayor importancia política e interés histórico es su desaprobación de los indultos y de la indulgencia: constantemente deplora la facilidad con que «los nativos» llegaban a establecer pactos y arreglos con los rebeldes y levantiscos. Después de la conspiración de septiembre 1828, opinaba así de Bolívar: ...«Sus energías deben estar en estado de estupor para dejar semejante nido de víboras en el país y a la de cascabel suelta sin la maraca» (17 de diciembre de 1828). Y sobre la rebelión de Julián Infante en defensa de la integridad de Colombia, otra nota típica: ...«si se recurre a los indultos en lugar de la muerte, indudablemente el resultado será la insurrección y la rebelión extensas, y la ruina. Esto es lo que hay que temer, pues esta gente, entre sí, usa más las palabras que las espadas»... (22 de junio de 1830). El Diario permite al lector formarse una noción de los muy escasos recursos que tenían los gobiernos de entonces, provenientes de sus rentas y disponibles para el sostén de las tropas; de lo relativamente pequeños y frágiles que eran los recursos personales de Páez, en términos de su séquito, riqueza y poder personal y, además, de la índole política del pueblo venezolano. Este se revela con una definida manera de ser en política, que estaba lejos de ser deferente, ni siquiera con Páez. El lector debe concluir que Páez fue mucho más político, en estas coyunturas, que su crítico amigo. Las propias observaciones de Porter sobre las condiciones sociales y políticas de Venezuela le ayudarán a explicar por qué las líneas de acción, severas y contundentes, que con tantas soltura y frecuencia recomienda Porter, no fueron opciones posibles Y(Los gobiernos ingleses de esos años fueron a veces drásticamente represivos, y siempre trataban con la máxima severidad cualquier conato de rebelión. Los admirados rusos, claro, aún más).
La neutralidad del cónsul-ministro británico en Venezuela era relativa. Sir Robert mantuvo, por lo general, las apariencias diplomáticas, aunque de vez en cuando ofrece sus «buenos oficios» a sus amigos. Sus predilecciones políticas deben haber sido muy bien conocidas en la pequeña sociedad caraqueña de entonces. Por lo menos, fue mucho más discreto que su corresponsal y sucesor Belford Hinton Wilson, exedecán de Bolívar, después ministro en Lima y en Caracas. En ambas partes Wilson se enredó escandalosamente en la política local a(Bolívar regaló a Wilson su magnífico retrato limeño por Gil, al cual Porter se refiere en términos despectivos –little better than a Chinese daub–, «poco mejor que un mamarracho chino» [24 de julio de 1827], confirmación adicional de sus apreciaciones netamente convencionales en asuntos de pintura. Wilson llevó el retrato a Londres, donde fue grabado. De regreso en Lima, lo regaló al gobierno de Bolivia: ahora está en Sucre). En la lista de los principales amigos políticos de Porter figuran: Páez, Vargas —a quien primero consulta como médico—, Soublette, José Santiago Rodríguez; blanco principal de sus críticas fueron: Mariño, Peña, Level de Goda, Santander.
Inicialmente, Porter no podía diferenciar a Páez de Mariño en cuanto a su común adicción al juego y a las riñas de gallos y los desaprobaba a ambos: ...«noche tras noche él [Páez] se la pasa, con el general Mariño, jugando a las cartas y día tras día, en las peleas de gallos»... Pero aun en sus primeras anotaciones sobre los vicios de los dos, Mariño queda en peor situación: ...«El billar, el juego, las peleas de gallos, son rasgos destacados de las ocupaciones diarias de la mayoría de los ministros y gobernantes. Mariño, ministro de Guerra, etc., que vive en una casa sucia, a cada momento firma documentos de Estado sobre la mesa de billar mientras juega»... (18 de diciembre de 1830); ...«Mariño es un ser débil, pálido y vanidoso, amoral y sin principios políticos» (17 de octubre de 1830); ...«un hombre de escasas ideas, inquieto y decepcionado»... (20 de junio de 1826). Sus opiniones, según nuestro autor, eran francamente pretorianas: Mariño ...«se ríe de la idea de un presidente civil para gobernar este Estado, pues, según dice, nadie sino un militar debería ocupar el cargo, ya que, de hecho, es esta la justa herencia de los libertadores del país. Ideas como estas han arraigado en el corazón de Bolívar así como en el de los libertadores de Colombia, y me temo que solo lleguen a anularse cuando hayan convertido en desolación su labor de regeneración»... (26 de octubre de 1830).
¿Qué hacer en una sociedad donde faltaban una sólida estructura social y autoridades naturales, como esa aristocracia inglesa que sir Robert Ker Porter admiraba y recordaba en sus oraciones? No nos sorprende que hubiese encontrado su solución, mientras tanto, en José Antonio Páez. El lector que conoce todas las intimidades de la política grancolombiana y venezolana de estos primeros años de vida republicana probablemente tendrá en su mente un Páez más maquiavélico, más político, aún más perseguidor que el presentado por Porter. No obstante, es innegable que Páez era una figura altamente respetable: capaz de guardar las apariencias, un arte difícil cuyo mérito debe ser más apreciado de lo que, por lo general, es; buen delegador y, en muchos casos, buen escogedor de su gente, aunque no siempre. Al principio de su Diario, Porter deplora la composición del grupo de íntimos de Páez y recordemos que, al fin, este no acertó en la escogencia de José Tadeo Monagas, aunque excusas tuvo. Páez era, en fin, hombre de coraje físico y político, con el necesario don teatral; buen amigo de sus amigos, excelente anfitrión, maestro, como otros de sus sucesores en el poder, en el arte del distanciamiento e(...«El general Páez aún no ha regresado. Sé que detesta esta capital así como su gran cantidad de habitantes, pero aun así debería manifestar algo más de interés por el mantenimiento del sistema que ha promovido, así como un poquito de sacrificio de sus comodidades domésticas llaneras, y pasatiempos»... [17 de mayo de 1832]).
Nada es perfecto en este mundo y el destino de la mayoría, de casi todos los políticos, es fracasar. Sin embargo, las dos décadas del dominio político de Páez no ostentan un balance negativo, ni se ven mal en el contexto hispanoamericano general. El paecismo de nuestro autor no estaba exento de parcialidad, prejuicio y de un toque de romanticismo. Nunca se preocupó por los argumentos del otro lado, aunque los hubo. Hay otras versiones posibles de los eventos observados por Porter, distintas de aquellas de los vencedores; el lector puede convencerse de esto en los pacientes y cuidadosos tomos de Caracciolo Parra Pérez acerca de Santiago Mariño. Sin embargo, para un diplomático británico de esa época, para un Tory pragmático, no era difícil escoger por quién jugar su apuesta. En todo caso, su oficio no fue escribir filosofía política, ni historia imparcial.
La relación de Sir Robert con Páez llegó a ser una amistad genuina. Esto se ve en la excursión al Apure, en la confianza que Páez le demuestra dejando las ricas espadas de honor a su cuidado; en los retratos que Porter pinta del héroe y de su Madame de Pompadour —Bárbara Nieves—; en la despedida conmovedora de Páez cuando Porter abandona Caracas por última vez; en la carta, que por cariñosa es poco diplomática, que Páez escribe al gobierno inglés rogando el eventual regreso de su amigo al país; en el cuidado que Porter dedica a uno de los hijos de Páez y Bárbara durante su viaje de regreso a Inglaterra, un joven ...«triste, que no para un momento de silbar y cantar, de buen carácter y bastante maleable» (26 de febrero de 1841).
Los héroes y villanos de Porter son, si se quiere, los mismos de la «versión oficial», una versión oficial vigorosa, detallada, con trasfondo. El interés político del Diario no reside solo, ni principalmente, en la alta política; el trasfondo, la visión que el autor transmite de aquella temprana Venezuela republicana, también merece un examen cuidadoso.
Porter no fue republicano, ni demócrata. Vale la pena insistir en esto y recordar al lector que, fuera del contexto de la Roma antigua, «republicano» no fue un término de alabanza en los altos círculos sociales de la Europa posnapoleónica, ni «demócrata» uno que contase con general aprobación j(El rey Jorge IV rehusó admitir en los textos ingleses de los tratados con las nuevas repúblicas hispanoamericanas la palabra «republic». Donde se lee «república» en los textos en castellano, en inglés se lee «state»). ...«¡Qué inquietos, inútiles, son el grueso de esta gente republicana y toda la que siempre darán a luz las repúblicas!» (31 de octubre de 1840). Su desprecio por las formas republicanas se extiende, con más vigor todavía, a los Estados Unidos de América, la tierra de Brother Jonathan, «el Hermano Jonathan» v(La antipatía fue mutua, como se ve en el Diario ya citado del diplomático norteamericano John G. A. Williamson. El trasfondo de las rivalidades comerciales y las frustraciones norteamericanas son analizadas en George Edmund Carl. First Among Equals: Great Britain and Venezuela, 1810‑1910, Syracuse, 1980, cap. VIII). No le gustaba la sociedad de los ciudadanos de la gran república del Norte:
.. .«Es una desgracia para Inglaterra que esta gente hable su idioma, pero tuve buen cuidado de explicar a todos los que estaban cerca de mí que ese animal no era inglés»... (13 de enero de 1827), apunta después de una cena donde un comerciante estadounidense se emborrachó antes de los postres. Su antipatía hacia los norteamericanos es la más virulenta, e incluye a sus formas de gobierno, en particular la federación. Esta antipatía supera sus otros prejuicios y vence cuando dos de ellos se encuentran en contradicción.
El Diario trae un ejemplo interesante en este sentido:
«Jueves, 16 de noviembre de 1826. El general Páez no está de muy buen humor con los norteamericanos pues varios de sus periódicos hablan muy mal de él y muy abusivamente, además de haber hecho el más mezquino e intolerante acto, que deshonraría a los mortales de mentalidad más cerrada. Haber sacado a sus dos hijos de la Escuela Militar Nacional, donde los habían colocado las autoridades por el carácter patriótico del general, y por la única razón de que han descubierto, después de varios años, que tienen la tez de un color tan oscuro que se crea la sospecha de que sean mulatos y, en verdad, que los derechos liberales y primarios del hombre, según los profesan estas gentes profundas y virtuosas, se ven violados al permitir que solo sea alumna del colegio de sus jóvenes guerreros la prole de legítima y pura sangre europea»...
Si bien Porter compartió los prejuicios raciales comunes a los europeos de su tiempo, el rumor acerca de la expulsión de los hijos de Páez de West Point, por causa del color de su piel, le pareció un exceso. Más adelante entrará en especulaciones personales acerca del tinte exacto de la piel de los blancos criollos y de cómo se puede distinguir entre el color de los antiguos españoles y el «olivo-verduzco-pálido de la mezcla de razas». Pero el auténtico Porter es el que nunca pierde la oportunidad para criticar a los norteamericanos.
Las nociones raciales de Porter, tal como las expresa en su Diario, merecen un comentario. La población negra y mulata es el pueblo, la multitud. Su presencia en tantas ocasiones, debido a las costumbres republicanas del país, no es de su agrado. Son frecuentes referencias del estilo de: la «negra multitud», el «elemento negro», «las expresiones de alegría de las reuniones de negros»; ...«Turbas colgadas de las barras de hierro de las ventanas de la mansión de Bolívar por la mañana, por la tarde y por la noche, como si fueran monos»... (12 de enero de 1827). De vez en cuando anota los rumores de que va a haber un levantamiento de la raza negra y una masacre de los blancos. De vez en cuando, también, mira con desaprobación la religiosidad popular: la única gente religiosa en Caracas, según él, son las beatas y los negros, y no le gusta la agitación que el arzobispo promueve entre esos elementos por tener un sesgo xenófobo, antiextranjero.
Sus temores ante posibles levantamientos y conspiraciones me parecen superficiales, convencionales. El temor a un «nuevo Santo Domingo» fue un lugar común en la época y Porter, sin embargo, no parece estar verdaderamente asustado. Como lo muestran muchas de sus observaciones, las líneas de separación entre los colores de la piel no estaban nítidamente trazadas en Venezuela, una sociedad esclavista, sí, pero donde desde hacía bastante tiempo había muchas gradaciones raciales y muchos libres de color.
Algunos casos atraen especialmente el interés de Porter, por su singularidad. Llama su atención el del general Judas Tadeo Piñango: ...«Hice varias visitas a criollos, la primera de ellas al general Piñango, un individuo casi negro, una especie de indio zambo, que es miembro del Consejo de Estado. Aparte de su color y de que tiene talento de verdad, está casado con una preciosa criatura perfectamente blanca, nativa de Bogotá. Sus niños son variados de color: una blanco, uno oscuro, y así sucesivamente»... (15 de enero de 1832). La sociedad venezolana no fue igual a la de Sainte Domingue, ni a la de Jamaica, otra isla que preocupaba a Porter. No fue un potencial «nuevo Haití».
La «amenaza negra» no es tratada en el Diario con la atención detallada que recibe, en cambio, la «amenaza llanera», ni con la atención semiartística con que Porter describe al bandido Cisneros. Los llaneros de Farfán, presentes en Caracas en 1827, espantan a su tímido amigo el comerciante judío Mocatta. Porter se refiere a la «tendencia cosaca» de Cisneros por robar caballos y sillas de montar y opina de sus «oficiales» y tropa: ...«la verdad es que sus modales eran los menos refinados, y casi incivilizados, que jamás haya encontrado»... (7 de enero de 1827). Se percibe un elemento racial en este temor pues para Porter los llaneros son zambos. De Farfán dirá, con motivo de su revuelta del año siguiente, que es un bruto salvaje y que ofrece la libertad a cualquier esclavo prófugo que se junte a su movimiento. Farfán acude al viejo recurso de los caudillos de las guerras de Independencia y Porter revela aquí más el temor al bárbaro llanero. Este temor fue expresado de forma más completa en los escritos de su amigo José Santiago Rodríguez y(Sobre el licenciado José Santiago Rodríguez, ver la bien documentada obra de su nieto José Santiago Rodríguez, Contribución al estudio de la Guerra Federal en Venezuela, 2 tomos, Caracas, 1960).
El caso de Cisneros, aunque suscita repeticiones de las quejas de Porter sobre la falta de seriedad y severidad de las disposiciones del gobierno, llama su atención —sospecho—, más que todo por su contenido pintoresco. La forma como el coronel Stopford, su amigo, le describe al bandido en una carta, despierta de tal forma la curiosidad del antiguo becado de las escuelas de dibujo de la Real Academia, que transcribe la carta in extenso:
... «Cisneros no quería venir aquí, así que fuimos nosotros a él. La escena era verdaderamente pintoresca. Sus hombres estaban todos en armas, vestidos de ropas estrafalarias pero militares, jóvenes austeros y bien parecidos; todo manejado con mucha seriedad, y con la mayor vigilancia y precaución, así como camaradería, imaginables. Una escena digna de Salvator Rosa»... (18 de noviembre de 1831). Cuando Porter pudo conocer al fin a dos de los hombres de Cisneros quedó un poco decepcionado: ...«Su aspecto no denota ni un ápice más su calaña que el de la gran masa de nuestros pacíficos habitantes, que, a mi modo de ver, son, en su esencia, tan grandes bandoleros como estos ladrones de los valles. En verdad, los ingredientes que componen la criatura moral de nuestra población mixta son los mismos, y el individuo solo necesita la oportunidad para poner de manifiesto un sistema más o menos similar de latrocinio y pillaje, con la única diferencia de que aquel se realiza à la Militaire, y este en pleitos civiles (legales), que engendran en la sociedad una plétora de las más viles pasiones, llegando hasta el asesinato. De aquí que yo crea que el ladrón abierto y sencillo es el más puro de los dos» (24 de noviembre de 1831).
Los apuntes, vistos como pintura pointilliste dan paulatinamente al lector una impresión de la naturaleza de la venezolanidad de la época, del sentido de identidad nacional, tan fidedignas, que las ocasionales disquisiciones formales del autor no logran igualarlas.
No es en los párrafos en los que Porter emplea un estilo humorista y fácil donde reside la importancia del Diario como testimonio del trasfondo político profundo. Porter es capaz de hacer observaciones políticas penetrantes de vez en cuando; escribe muy bien, por ejemplo, sobre las distintas reputaciones de Bolívar y Páez y la actitud protectora de los llaneros hacia el segundo, en tiempos de La Cosiata. Se da cuenta rápidamente de ciertas realidades de fondo; percibe los elementos constantes: ...«El pueblo de Venezuela siempre ha sido políticamente inquieto y voluble, pero esforzadamente republicano y ha cooperado en pro de un gobierno federal con actos continuados de protesta. Desde que sus jefes, o las circunstancias, dieron algún tipo de forma al país, ha sido su sistema favorito»... (9 de diciembre de 1826). Fue clarividente en el asunto de la disolución de Colombia: ...«En Venezuela hay gran patriotismo, pero es solo para ella, y si Bolívar muriera, o muriera políticamente por dar un paso en falso donde está ahora, aquí habrá separación e independencia individual como Estado —de esto no me cabe duda—, pues en estas provincias se odia y desprecia mortalmente a los bogotanos y neogranadinos»... (30 de enero de 1829). También cuando afirma: ...«No creo que sea sancionado [el centralismo] ni tenga muchos defensores: en realidad es muy difícil decir en qué terminará la reunión. Si no en la federación, que, dicho sea de paso, es de lo que más habla la mayoría, aunque creo que pocos saben qué sentido tiene, los Estados independientes serán el destino de esta mal forjada república y pueblo formado a medias» (30 de enero de 1829).
Fue sólido en sus juicios, pero nada excepcional. A veces sazonaba sus propias predicciones con una nota prudente de escepticismo. Mejores que sus observaciones políticas formales, que sus anotaciones preparatorias o suplementarias para sus despachos oficiales, son sus descripciones ocasionales, hechas sin intención política. Estas, sin embargo, tienen importantes implicaciones políticas. A Porter, en sus momentos formales, le gustaba tener en cuenta la ignorancia de la gente, su falta de preparación para la libertad y para la vida independiente. Incluso se consolaba porque los excesos de la prensa no podían hacer más daño: ...«Estos republicanos son como niños con juguetes nuevos: han desperdiciado la libertad de prensa y con ello se propaga la invectiva y la sedición. Pero, afortunadamente, sus males no son muy inmediatos ya que es pequeñísima la parte de la población que sabe leer»... (10 de abril de 1826). Pero, en este caso como en otros, su argumento no es convincente, ni sus opiniones formales hallan sustento en las escenas que describe, a veces con mucho arte. Medir la influencia de la prensa solo por el grado de alfabetización de un pueblo, no es tan fácil. Hay muchos modos por los que la prensa escrita puede llegar a la gente que no sabe leer: el más obvio, que algún lector le lee a otros, en voz alta. Es aún posible que la letra de molde tenga más prestigio, más autoridad, en una sociedad relativamente iletrada. La Venezuela de estos años, en cuanto a cantidad de lectores, no era muy distinta de la de la segunda mitad de los años 1840, los años de El Venezolano de Antonio Leocadio Guzmán, lustro en que un tal Ezequiel Zamora, momentáneamente arrepentido, se quejaba de... «la prensa desmoralizadora y sediciosa que cual plaga devastadora volaba de pueblo en pueblo sin respetar honor, fama ni reputación: víctima soy de esa plaga que me condujo a un cadalso y quien sabe si más que todo al desprecio y burla de mis semejantes» 20(Adolfo Rodríguez, Ezequiel Zamora, Caracas, 1977, pp. 124-125).
Muchas descripciones de escenas sociales tienen en el Diario de Porter una dimensión política. Todavía más raros y valiosos son los panoramas que ofrece de las grandes ocasiones públicas: no solo describe los emblemas, las procesiones, las ninfas, las alegorías... material tan útil para los aficionados a «lo imaginario», sino también el ruido y los gritos, la participación de la gente. Pinta muy bien las celebraciones del aniversario de Independencia, en abril de 1826, y la recepción de Bolívar en enero de 1827, organizada de acuerdo con un decreto de Páez que mandaba: ...«los pueblos de su tránsito deberán prepararse a recibirlo con la pompa majestuosa correspondiente a una ceremonia inventada en la antigüedad en demostración de la gratitud nacional, justamente debida a los héroes bienhechores del linaje humano y fundadores de la libertad» (7 de enero de 1827).
El Diario no está exento de contradicciones, omisiones y misterios. ¿Por qué fue tan gentil su autor con el señor John Diston Powles, financista y especulador, el mismo empresario-propietario de la miserable colonia de Topo, cuyos colonos-víctimas le dieron tanto trabajo en Caracas? La información económica es poca y nada sistemática: no solo despreciaba a los comerciantes, casi despreciaba al comercio. ¿Hasta dónde llegaron sus relaciones, al final de su estadía en Caracas, con la bella limeña María Luisa Arguinao de Harrison? El «chiquito» que nació después ¿era su ahijado o su hijo?
Tanto llega uno a conocer a Porter en el curso de casi diecisiete años, que este romance tardío verdaderamente conmueve. Extraordinario personaje ordinario este.
Mereció esa felicidad.
Durante el año de 1997, en el contexto de la celebración del vigésimo aniversario de su creación, Fundación Empresas Polar editó el libro Diario de un diplomático británico en Venezuela: 1825-1842, de sir Robert Ker Porter. La monumental y preciosa obra de más de 1.000 páginas de extensión estaba fundamentada en la edición inicial del Diario preparada por Walter Dupouy en 1966, quien publicó la transcripción en inglés del registro microfilmado del documento original acompañado de un prólogo y un conjunto valioso de notas aclaratorias sobre personajes, lugares, fechas, instituciones, acontecimientos y aspectos del lenguaje presentes en el texto. El aporte sustancial de la edición de la Fundación radicó en que se hizo una traducción a cargo de Teodosio Leal del texto original en inglés al idioma español. De igual manera, se agregó un valioso prólogo y un esbozo biográfico de Porter hechos por el historiador británico Malcom Deas. Se incorporó, asimismo, un conjunto de imágenes, pinturas, grabados, dibujos, bocetos y notas realizados por el diplomático británico durante su estadía de dieciséis años en Venezuela, así como las de otros artistas y viajeros que estuvieron presentes en el país durante el siglo XIX. El día de hoy, en el contexto de su cuadragésimo quinto aniversario, Fundación Empresas Polar presenta al país y al mundo una nueva edición en formato digital de este importante documento histórico.
El Diario de sir Robert Ker Porter constituye un valioso documento de primera mano, es decir, generado en el mismo momento y lugar del desarrollo de los acontecimientos, contentivo de registros con los cuales se puede conocer, analizar y comprender el proceso que llevó a la consolidación de la independencia política, la forma de organización estatal republicana, así como el proceso de creación y consolidación de la nación venezolana de la primera mitad del siglo XIX. Porter arribó a La Guaira el sábado 26 de noviembre de 1825, uno de los puertos de entrada del Departamento de Venezuela de la República de Colombia. A partir de ese instante comenzó a registrar en el Diario observaciones y elementos de la realidad venezolana que llamaron su atención. En los 5.760 registros o notas que escribió, el funcionario británico hace comentarios sobre la geografía, la población, la cotidianidad, las costumbres, la alimentación, la religión, la fauna, la flora, los registros diarios de temperaturas, así como acerca de la composición social de Venezuela. Con su visión europea y, sobre todo, la de un súbdito de la potencia comercial, naval y militar del momento como lo fue el Reino de la Gran Bretaña, Porter trató de interpretar las razones o causas de sus iniciales descripciones de las realidades venezolanas que anotó y consideró dignas de atención.
Un valioso aporte del Diario lo constituyen el conjunto de notas que contiene sobre los principales acontecimientos políticos suscitados durante este período, 1825-1841, los cuales definieron el proceso de creación y consolidación de la naciente República de Venezuela. Porter fue testigo en el mes de abril de 1826 de la «sublevación» o confrontación del general José Antonio Páez, comandante militar del Departamento de Venezuela, contra las autoridades de la República de Colombia instaladas en la capital, Bogotá. Hecho este inmerso entre otro grupo de razones que llevaron a la disolución de Colombia en 1830. El día 4 de abril de 1826 escribió en su diario sobre el general Páez, héroe de la independencia de Venezuela y quien llegaría a ser un reconocido amigo, acerca de su rechazo a entrevistarse con las autoridades de Bogotá por su conducta política: «Su fuerte carácter, la adoración que tienen por él las tropas de esta provincia, así como el respeto que le profesan los opositores de Bolívar, no le harán ver con buenos ojos lo que considera como un insulto y acto de injusticia hacia él y el deber público. Habrá que ver si no encuentra la forma de eludir la convocatoria, pues según me han dicho, sus amigos y oficiales le aconsejan que no asista [a Bogotá, la capital] si es posible». De igual manera aparecen en el Diario importantes anotaciones sobre la Revolución de las Reformas, la separación de Venezuela de la República de Colombia, los intentos monárquicos por reconquistar estas regiones desde Puerto Rico y Cuba, así como también las sucesivas elecciones presidenciales, las conmociones militares y políticas que se vivieron en el país en sus inicios de vida republicana e independiente.
Porter dejó testimonio escrito sobre la última estadía de Simón Bolívar, Libertador de Venezuela y de la Nueva Granada y presidente de la República de Colombia a Caracas, su querida ciudad natal. El miércoles 10 de enero de 1827 escribió sobre la entrada de Bolívar por las calles de la ciudad:
«Las ventanas, salones y plataformas temporales estaban repletos de damas en sus más alegres y ricas ropas, lanzándole flores de todas clases, y no fueron pocas las botellas de agua de rosas que se vaciaron sobre los héroes [Bolívar y Páez] y los dormanes de sus dorados uniformes (…) el verdadero placer de ver tan abundante alegría y entusiasmo, vociferado y expresado en el comportamiento de cada una de las almas que asistía a la gloriosa y nunca tan apropiada llegada del Libertador».
Además de estos registros resaltan en la obra los encuentros, contactos, relaciones y conversaciones que anotó el diplomático británico con las más destacadas personalidades políticas de la república durante los años de su estadía en Venezuela. Los presidentes Simón Bolívar, José Antonio Páez, José María Vargas, Carlos Soublette, así como los generales Santiago Mariño, Juan Bautista Arismendi, Bartolomé Salom, Daniel Florencio O’Leary, Lino de Clemente, Juan de Escalona, el coronel Francisco de Paula Avendaño, el ministro Santos Michelena, el doctor Cristóbal Mendoza, el secretario de relaciones exteriores José Rafael Revenga y muchos otros próceres de nuestra independencia, así como funcionarios de la república independiente, fueron tratados y algunos hasta llegaron a tener el afecto y reconocimiento de amigos por parte de Porter. Sobre Simón Bolívar hizo una detallada descripción en uno de los encuentros formales que tuvieron, en especial el jueves 11 de enero de 1827. El diplomático anotó lo siguiente sobre el Libertador:
«A las 12 del día fui a visitar al presidente para presentarle al capitán Vernon, el doctor Coxe y el señor Lievesly. Nos recibió con la mayor afabilidad y conversamos mucho (en francés) sobre el estado de Europa y sobre los grandes hombres que había dado, sobre las recientes guerras, etc., etc. (…) La conversación llevó a hablar de hombres extraordinarios de todos los tiempos y países, lo que me dio la oportunidad de decir algo elogioso, aunque cierto, a este extraordinario personaje. Es más bien de baja estatura, muy delgado y de aspecto frágil; de tez oscura, cetrina; buenos ojos oscuros y penetrantes, una expresión de solemne reflexión; no sonríe pero posee una dulce tranquilidad y bondad en su comportamiento. Buena frente, más bien despoblada de cabello, lo que añade mucho a su expresión general. Parece tener más de cincuenta años, pero no pasa de los 44».
En el Diario aparecen registrados los nombres y encuentros regulares de su autor con los doctores Coxe, Murphy y Stopford –su reconocido amigo–, los coroneles McLaughlin, Smith, Woodberry, los señores O’Callagham, Wilson, Malony, Forthsythe, Hurry, Rugan, Lord, Alderson, Barry, Ward, Egan así como de los comerciantes Boulton, Ackers, Anderson, Mc Whirter, Elías Mocatta –su incondicional compañero de cenas–, Gramlich, la señora Anna Gertrude Schimmel, las señoritas Da Costa y otro numeroso grupo de mujeres y hombres de origen europeo; ingleses, suecos, irlandeses, alemanes, polacos, holandeses, estadounidenses, quienes se radicaron en Venezuela por razones personales, de trabajo, diplomáticas o el caso común de varios integrantes de la legión británica que combatió en la guerra de independencia, que decidieron arraigarse en este país. Por la conexión lingüística, la afinidad de origen y las comunes vinculaciones culturales, estos extranjeros radicados en el país se convirtieron en las personas más cercanas a Porter. Con ellos interactuaba a diario y fueron sus más cercanos colaboradores. La construcción del «cementerio británico» de Caracas, según el autor, «para nosotros los herejes», fue una de las labores más destacadas de las que estuvo a cargo para la atención de esta comunidad mayoritariamente de religión protestante y judía.
Este grupo conformado por los extranjeros radicados en la naciente república de Venezuela destacó, y esto se conoce gracias a las notas del Diario, en el desarrollo de diversas actividades como el comercio, la medicina, la albañilería, la artesanía, la agricultura, la herrería, la atención de hospedajes y otras más que dan muestra de los aportes foráneos que contribuyeron con el sostenimiento y cohesión de la sociedad venezolana durante esta etapa genésica de la república. Nuevos trabajos de investigación especializados en materia social podrían surgir y adelantarse a partir de los registros de este documento histórico.
Una acotación importante que debe hacerse a los lectores relativa a la naturaleza de este documento histórico es que sir Robert Ker Porter hizo anotaciones en este su Diario con propósitos exclusivamente personales, con un interés particular. Se desprende de su lectura detallada que este no tuvo un propósito divulgativo ni oficial, tampoco diplomático ni, posiblemente, con fines editoriales. Porter escribió para sí mismo. Por esto se consiguen a lo largo de sus líneas confesiones muy personales entre las que sobresale su manifiesta frustración al haber sido destacado a esta calurosa, remota y turbulenta república del continente americano cuando su verdadero anhelo era ser enviado en misión diplomática a San Petersburgo, Rusia. Allí se encontraban su esposa, la princesa María de Scherbatoff, con quien contrajo matrimonio en 1812, además de su hija María o «Mashinka», nacida al año siguiente. La nostalgia generada por la lejanía de sus familiares en Inglaterra y la Rusia zarista se reflejan a lo largo del escrito. Por esta misma razón, el diario contiene notas muy críticas, en las que sobresalen insultos, injurias y calificaciones hechas por Porter contra las carencias de este nuevo país, la conducta de sus ciudadanos, sus incomprensibles costumbres y la incompetencia de muchos de sus servidores públicos y dirigentes, entre otras múltiples realidades. Porter no cuidó en ningún momento las críticas hacia lo que consideraba contrario o incomprensible para sus costumbres, visiones o concepciones de la vida y el mundo. De igual manera recoge el texto sus muy cercanas relaciones afectivas, como la de su amiga peruana de Maiquetía, a quien dedicó expresiones de muy cercano aprecio así como de tristeza cuando él partió de Venezuela en el año 1841. Una revisión del documento amerita, por parte de los lectores especializados, la implementación de criterios de objetividad para comprender en su justa medida –crítica externa o de fiabilidad, como la definen los metodólogos de la historia– el contenido de sus líneas.
Porter destacó en su vida personal como un amante y ejecutor del dibujo. En el año de 1790 ingresó en la Royal Academy of Arts de Londres. Al año siguiente ganó la «Paleta de Plata de la Royal Society of Arts». Sus dibujos, bocetos y pinturas de temas militares fueron tan reconocidos que en el año 1805 fue invitado por el zar Alejandro I de Rusia para «pintar cuadros de temas históricos en el edificio del Almirantazgo». Producto de esta afición, o mejor, oficio, sumado a su gusto por la escritura, publicó en el año de 1809 su Travelling Sketches in Russia and Sweden. During the years 1805, 1806, 1807, 1808, y sus Letters from Portugal and Spain written during the march of the British troops under Sir John Moore, with a map of the route, and appropriate engravings. By an officer, obra en la que registró sus experiencias como militar en las campañas británicas de Portugal y España contra las tropas napoleónicas. De igual manera, su afición por la escritura y el dibujo lo llevó en 1821 y 1822 a publicar en Londres sus dos tomos de Travels in Georgia, Persia, Armenia, Ancient Babylon, &c. &c.: during the years 1817, 1818, 1819, and 1820, en donde registró experiencias e imágenes de su viaje por estas regiones del Medio Oriente. Para su experiencia venezolana, Porter aplicó las mismas herramientas de trabajo. Además del Diario, realizó valiosos –por su contenido artístico e histórico– dibujos y bocetos de aspectos de la cotidianidad caraqueña que observó. Así mismo, dibujó tanto personajes como algunos paisajes naturales que recorrió y distintas manifestaciones culturales del país. Estos dibujos constituyen fuentes, «soportes gráficos» de las experiencias que tuvo en Venezuela y las cuales fueron rescatadas, organizadas y presentadas en la edición de Fundación Empresas Polar del año 1997.
La condición de artista además de la de diplomático y escritor influyó para que el Congreso de la República propusiera a Porter que confeccionase el Escudo de Armas de la República de Venezuela durante el año 1836. En el Diario registró que el día 26 de marzo de este año, «El señor M. F Tovar (del Congreso menor) vino a verme para pedirme consejo y ayuda en la confección del un escudo de armas para la república; y al hablar de los emblemas más convenientes le dije que le haría un boceto (forma parte de la comisión encargada de esta misión) para que la presentara a las cámaras». El jueves santo, 31 de marzo de este mismo año, anotó lo siguiente: «Atareado todo el día dibujando el nuevo escudo de Venezuela como república, cuyo diseño la comisión nombrada por el Congreso actual me ha pedido que haga como favor, amparada en muchos cumplidos no poco halagüeños para mí». Además de este aporte perenne para la república, Porter elaboró, entre otras creaciones, un retrato del general Páez que pasaría a ser uno de los referentes más importantes del héroe de la batalla de Carabobo.
El indiscutido valor de estas fuentes de nuestra historia republicana contenidas en un solo documento impulsó a la Fundación Empresas Polar a publicar una nueva edición, en esta oportunidad digital o en línea, del Diario de sir Robert Ker Porter. Luego de años de trabajo de un equipo interdisciplinario compuesto por historiadores, editores, correctores de estilo, diseñadores, artistas y programadores se presenta al público una obra que reproduce en su esencia los datos contenidos en la edición del año 1997, pero con las bondades tecnológicas que brinda una publicación en línea. El texto mantiene la división u organización en doce capítulos que estableció Walter Dupouy. Por ello, los lectores podrán ingresar de forma directa en el capítulo u/o años en los que fue dividida la obra. Las herramientas de búsqueda posibilitarán también al lector acceder por palabras claves (personas, lugares, acontecimientos) o por fechas a la información histórica contenida en el Diario. De igual manera, los lectores podrán desplazarse de forma progresiva o regresiva a lo largo de los 5.760 días de anotaciones de Porter. Por tratarse de una traducción, se actualizó la ortografía a partir de las nuevas normas establecidas por la Real Academia en 2010, e igualmente se modificaron un exceso de mayúsculas que hoy en día el idioma español más bien tiende a grafiar en minúscula. Así mismo, se mantienen las notas aclaratorias en los márgenes que fueron hechas para la edición del año 1966.
Como novedades de este nuevo trabajo resaltan la ubicación geográfica de Porter en cada una de las localidades o ubicaciones en las que realizó anotaciones. Esta señalización permitirá a los lectores ubicarse geográficamente en los distintos puntos que recorrió y se estableció el diplomático británico. De igual manera, por constituir un «soporte visual» de los registros del Diario, las imágenes, grabados, dibujos, bocetos, y pinturas que se agregaron en un cuadernillo central en la publicación del año de 1997, son presentadas en esta nueva edición a lo largo del texto, en las entradas específicas en las que se hace mención del contenido de la información gráfica. Igualmente, en el menú de opciones de la obra se podrán conseguir en la GALERÍA, cada una de las imágenes con sus descripciones y notas de imprenta. Por último, vale reseñar que otra bondad de la publicación en línea será que el usuario o lector interesado podrá acceder a esta desde cualquier computador y lugar, conectándose a través del portal de Fundación Empresas Polar con la Biblioteca Digital Bibliofep. Es decir, será una obra para la consulta permanente.
En el contexto del cuadragésimo quinto aniversario de su creación, y de la conmemoración de la batalla de Carabobo y la Independencia de Venezuela, Fundación Empresas Polar cumple de forma festiva con su objetivo institucional de divulgar el conocimiento del patrimonio histórico de Venezuela, con la nueva edición del Diario de un diplomático británico en Venezuela. 1825-1842. Contribuir con la consolidación del tejido social del país implica adelantar un trabajo de estudio y conocimiento de sus raíces, de sus orígenes, de su historia. Por esto, bien recibida sea esta obra del fondo editorial de Fundación Empresas Polar en la cual, con seguridad, se podrán conseguir referentes, informaciones y datos de nuestras diversas realidades históricas. Como registró el muy crítico y prejuiciado diplomático británico el día de su partida de Venezuela, el domingo 7 de febrero de 1841, al tomar el barco que lo llevaría desde Puerto Cabello a Inglaterra, cuando resaltó un valor característico de la idiosincrasia venezolana: «La verdad es que no han podido ser mayores las grandes atenciones que me han manifestado los venezolanos, desde Caracas hasta esta última prueba de ellas en Puerto Cabello».
Gustavo Vaamonde