Viento del este, ligero durante la noche, con lluvia; hacia la mañana algo borrascoso. Aunque nuestra existencia es monótona, el día no se hace nada pesado, ni el tiempo, por lo que a mí respecta, difícil de consumir. El concierto de las piedras de refregar, con su acompañamiento de lampazos, empieza hacia las cuatro de la madrugada, y en ese momento termina mi descanso. En el instante en que el día comienza a nacer me levanto y me aseo para la mañana; disfruto del aire (que ya es suave y delicioso) hasta la hora del desayuno, a las 8 y media. Desde esa hora, hasta cuando redobla el tambor para vestirse para la cena, me ocupo en escribir, dibujar o estudiar español. A las 4 cenamos; y después de una hora de paseo por cubierta, hacia las 7 regreso al gran camarote donde conversamos o leemos hasta las 10, cuando casi todos nos retiramos a descansar. Así transcurre el tiempo, que hacen más urbano los buenos modales del capitán Gambier y el buen humor de todos los que constituyen nuestra sociedad en su camarote. Recorridas 162 millas desde ayer a las 12. Termómetro: 24.