Los diputados reunidos en Valencia el 29 de junio, después de mucho discutir, han publicado una larguísima declaración de sus debates, cuyo resultado es que: se solicite que el Gobierno supremo sí convoque una reunión general de los estados antes de 1831, proclamando la inocencia del general Páez con referencia al asunto del enrolamiento de la Milicia, deducida de documentos y pruebas oficiales obtenidos en Caracas; y que fue por consentimiento común como había sido declarado su jefe, y que estaban decididos a defender su escogimiento y causa con su sangre. Poco después de llegar el general Páez a Caracas (o, más bien, al día siguiente) la municipalidad le envió una delegación, solicitando que nombrase una comisión de personas que merezcan la confianza del Congreso de Colombia, con el propósito de manifestar a ese organismo los motivos que habían inducido al pueblo de Venezuela a desear una reforma de la administración: y solicitar también la aceleración del período para la reunión de la gran convención constitucional, cuyo mensaje Su Excelencia recibió con alta satisfacción, prometiendo que todo se haría como ellos deseaban, siendo por igual tan urgente como oportuno. Visité al intendente esta mañana para intentar obtener algunos detalles fieles relativos a las cartas que Páez había recibido del vicepresidente. Me afirmó que había visto ambas cartas, así como la respuesta de Páez. La substancia general de aquellas era esta: enérgica recomendación al general de que se esforzara por poner las cosas en Venezuela en la situación en que estaban en el momento en que fue llamado por el Senado a comparecer en Bogotá —pues debe de estar consciente de que su conducta desde ese período ha sido una continuación de la violación de las leyes de la república—, recomendándole al mismo tiempo que se deshaga de esos malignos y deshonestos consejeros que le rodean, y retirarse de su posición de comandante en jefe hasta que el supremo gobierno decida algo relativo al turbulento estado de cosas actual en el departamento de Venezuela, e investir al general Mariño del mando del Ejército, y este, a su vez, se lo entregará al general Bermúdez (quien desde hace tiempo ha sido nombrado para ese cargo por el Poder Ejecutivo) tan pronto como lo permitan las circunstancias. Pero en caso de que no se le prestaran oídos a este consejo amigable, y todavía persista en retener el mando como jefe, él (el vicepresidente) está dispuesto a reunirse con él ya sea en Trujillo o en Mérida o, de hecho, en cualquier sitio conveniente que él desee elegir, a fin, si es posible, de llegar a algún arreglo que mejore el estado actual y confuso de cosas en esos departamentos. Personalmente está dispuesto, si un tal sacrificio asegura la felicidad general de la república, a renunciar a su cargo de vicepresidente o, incluso, haría el más doloroso sacrificio de exiliarse de su país, si fuera necesario. No obstante, debe señalar que no considera el momento actual como oportuno para una reforma del Gobierno, ni piensa que un cambio de su forma presente a la federativa sería en lo más mínimo beneficioso ya sea para los intereses particulares o generales del Estado, además de lo cual él [general Páez] debe de estar consciente de que el Libertador Bolívar se ha opuesto muy enérgicamente en todo momento a [una] federación, y que ya son pocas las dudas de que Bolívar debe de estar en Panamá antes de esto, ya que debía de partir del Perú a principios de abril para el Congreso. Páez, en su respuesta a lo anterior, afirma que:
como ha sido elegido por la voz del pueblo, que compone con mucho la porción mayor de la población de la Provincia de Venezuela, en modo alguno desharía, ni podría deshacer, el camino de la carrera popular por el cual ha avanzado hasta este momento desde el día en que se había preparado para la debida obediencia a la orden de Bogotá de comparecer ante el Senado. Pero el destino había decidido que su propuesta obediencia quedase incumplida. Su juramento, su honor y su fe estaban comprometidos con el pueblo que le había elegido como jefe en la causa de la reforma que anhelaba; y se convirtió en su deber esforzarse por lograr el fin máximo que [el pueblo] deseaba, y firmemente aseguraba al vicepresidente que estaba determinado a no desviarse del objeto perseguido hasta que estuviese completamente cumplido. Al serlo, entonces estaría dispuesto e incluso insistiría en ser juzgado por la supuesta violación de las Leyes de la República; y se sometería sin un murmullo al decreto del Senado sobre su conducta. Declara solemnemente que no ha sido impulsado por la ambición personal en el presente asunto, y que la situación de jefe Civil y Militar, como ya lo había observado antes, se la había impuesto la voz común del pueblo, considerándosele como la única persona que pudiera lograr algún alivio de sus penas o una reforma de la administración de la República.
Concluye diciendo:
que está tan ansioso como el Vicepresidente de ver resuelto el actual asunto sin que se recurra a la alternativa extrema de la guerra civil, y que el único método de evitar un resultado tan terrible será reunir la Gran Convención de los Estados sin tardanza. Entre tanto, invita al general Santander a visitar Caracas, donde será recibido y tratado con todas las señales de respeto que merece su situación pública, si es que aún desea una entrevista personal para discutir las causas que produjeron el presente estado de cosas.
El señor Gramlich cenó conmigo. Velada con O’Callaghan. Termómetro 22 a las 7 y, a las 4, 23. No ha llovido.