A las [?] asistí a la segunda reunión en la capilla del convento franciscano. La asistencia de todas clases no era menos numerosa que la de ayer. Se inició con el informe de que el general Páez se negaba a mostrar su carta, pues era privada y confidencial, pero que el señor Guzmán debía asistir y que, sin duda, explicaría plenamente tanto su misión como el parecer del Libertador. De modo que la sesión prosiguió leyéndose las diversas actas públicas de los lugares citados: los 4 estados sureños piden que Bolívar se convierta en dictador para que tome en sus manos los poderes necesarios como consecuencia del estado de la república; Guayaquil va más allá al adoptar el Código Boliviano; Cartagena, la federación y la gran unión de los Estados. Este último deseo también parece ser el de los demás. Todas las cartas privadas expresaban un profundo deseo de que se adaptase el Código Boliviano con alteraciones apropiadas para los colombianos, y pide a quienes van dirigidas que respalden sus deseos, agregando que el señor Guzmán es de su confianza en este asunto y tiene poderes para llevar adelante el objetivo. El señor Guzmán compareció y en un largo y enrevesado discurso lleno de alabanzas para el Libertador, para quien los deseos del pueblo habrían de ser ley y otras cosas dichas para ganar tiempo, en contradicción directa con todo lo que se había rumoreado e incluso insinuado en las epístolas del presidente, salió del paso con un efecto considerable, y pareció dejar satisfecha a la mayoría de los presentes. Se puso fin a esta parte encontrada del asunto, y luego se procedió a discutir si el gobierno existía o no y si se llevaría a cabo alguna sesión del Congreso en 1827. Lo primero se sometió a votación y se aprobó; para lo segundo no hubo tanta unanimidad, pues solo una pequeñísima mayoría creía que existía Congreso alguno. Como la mayoría dijo sí, se nombraron cuatro diputados para que formulasen o formasen algo, según lo contemplado en el acta del 5 de octubre. La sesión se levantó entonces hasta el miércoles, 8 del corriente. Duró hasta las 5. La oratoria me decepcionó mucho, pues el campo abierto era amplio, pero quizá por miedo a Páez y al presidente no se dijo nada que mereciera la pena registrar. Al salir de la iglesia me encontré con el coronel Stopford, quien asegura rotundamente que se ha perdido para siempre la oportunidad de imponer la independencia de Venezuela como Estado; que se declarará a Bolívar dictador y que entonces amarrará a toda la república con sus cadenas bolivianas. El capitán Vernon cenó conmigo en casa de Stopford.