Todavía ocupado en escribir cartas sobre mis asuntos en Rusia a los guardianes de mi hija: escribí a la emperatriz madre suplicando su protección imperial para su ahijada ya casi huérfana, confiando que la colocará en el Instituto de Santa Catalina bajo sus auspicios imperiales. Que Dios me conceda esto y sabré que dentro de su triste pérdida no puede estar mejor colocada —en cuanto se refiere a sus intereses en su tierra natal— que bajo la protección mayestática. Si solo consultara al corazón y nada más, su hogar y escuela deberían y tendrían que ser la casa de campo de mi madre y las excelentes instrucciones y ejemplo de mis amadas hermanas, y los venerables y maternales cuidados de mi bendita progenitora; pero, ¡ay! en este mundo hay que sacrificar con demasiada frecuencia los planes privados de comodidad doméstica a los intereses. Así me ha sucedido casi toda la vida. Lo mío eran dos amadas familias, la propia felicidad, pero estaba destinado a disfrutar de ellas solo a cortos intervalos. ¡Que se haga la voluntad del cielo! Espero que, por fin, algún día vaya a parar a algún rincón tranquilo, y que sea al lado de quienes Dios haya dejado con vida. Fui a casa del coronel Stopford a orar. Podía haber rezado en casa, pero mi corazón sangraba a solas y pensé que nuestro grupito podía cerrarle la herida durante una o dos horas. Hoy es nochebuena, noche tétrica para mí, pero confío en Dios y espero que la próxima sea más luminosa. Mucha lluvia. Termómetro, 21 a las 7 y 22, a las 4.