Navidad, triste Navidad para mí. Ocupado la mayor parte del día en escribir a Rusia. Plegarias en casa del coronel Stopford. Entre las cartas que escribí una fue para mi hija amada, a la que Dios bendiga y guarde, y que para ahora, esté ya bajo la protección maternal de la excelente emperatriz viuda. ¡Oh!, cuán impaciente estaré hasta que termine el mes próximo para saber lo que se ha hecho por mi pequeña Mary. Creo que no solo he dejado dinero privado, sino también muchos ilustres amigos, que realmente demostrarán serlo en este momento cruel. Quiero, como hombre e igualmente como buen cristiano, que todo el mundo tenga una buena opinión de mí pero, ¡ay! hasta con las mejores intenciones no siempre puede tenerse éxito. El coronel Stopford está en controversia con el benévolo y filantrópico señor Joseph Lancaster con respecto a algunas transacciones monetarias, y me ha dicho que este maestro de juventudes, en una de sus cartas, había jurado lograr la enemistad tanto de él como del coronel Smith con Bolívar, y la mía con mi propio Gobierno. A Stopford, porque no ha querido sacar a sus soldados del cuarto de servicio para hacerle una cocina al maestro y a mí porque, según dice, le pedí que me volviera a visitar cualquier día que no fuera el de la llegada y salida del paquebote. De modo que, con base en estas causas, su generoso corazón ha jurado nuestra destrucción. Y de verdad que ha disparado sus flechas, pero nunca herirán a quienes quieren destruir. Por una parte ha escrito a Bolívar, y por la otra, a lord Harrowby y sabe Dios a quién más. Le perdono, pues está cavando su propia tumba, no la de los demás. Termómetro, 22 a las 7 y 23, a las 4.