111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
Capítulo III La última estancia de Bolívar en Caracas
1827 enero 08 - julio 05
La última estancia de Bolívar en Caracas
1827 enero 08 - julio 05
Caracas

El día de hoy despuntó con todo el ajetreo y preparativos para el triunfo: tambores y trompetas; el pueblo de toda clase dentro y fuera de su casa acicalándose, decorando sus ventanas y la calle, la gente vestida con sus prendas más alegres, las mansiones cubiertas con ramas y palmas entretejidas con flores y las ventanas con banderas de todos los colores, y los trajes al estilo del país y con los colores de la bandera nacional, mientras cientos de personas se ocupaban en complicar los arcos de triunfo de ayer que se levantan a casi cincuenta yardas uno de otro, todos ellos con laurel y palmas enroscados. Algunos estaban drapeados con festones irisados cubiertos de lemas patrióticos sobre los últimos acontecimientos, victorias pasadas de Bolívar y Páez, y vivas a los dos en letras gigantescas por todas partes. Los militares tomaron sus posiciones a las doce, partiendo de la catedral y hasta la misma entrada a la ciudad de la carretera de Valencia, y se componían de la milicia de los valles, la de la ciudad, y un cuerpo de lanceros de los llanos, los mismos que hace solo unos días ejercían toda la severidad e insolencia de tropas en la ciudad, en una tarde casi a esta misma hora. También todos los extranjeros residentes en la ciudad, a caballo o a mula —uno de cada país con la bandera nacional— se dirigían en masa a recibir al héroe de la república, y el señor Mocatta, encabezando la van [guardia], era portador de lo que bautizaron bandera general, supongo yo que como representación alegórica de Europa, y había de ser el orador de este epítome del viejo mundo. Poco después siguió el señor Joseph Lancaster, montado en una mula, con toda la pompa de la pedagogía, y a su zaga, en orden solemne, sus muchachos, alzando las banderas de aquellos países que habían adoptado su sistema de educación. Después venían los funcionarios municipales y liberales de la ciudad con sus maceros; y los colegiados y sacerdotes en sus trajes respectivos, y una infinidad de personas de todas clases, colores, e inclinaciones políticas y religiosas, borrachas y sobrias, a amontonarse, apretarse y transpirar en la gloriosa entrada que iba a escenificarse. Cerca de las dos se anunció que Bolívar ya no estaba muy lejos. Antes lo habían recibido los extranjeros, y el portavoz se dirigió a él a su llegada, y él le respondió de la manera más lisonjera hacia los europeos. No he podido saber qué fue lo que se dijeron en el fondo, pero puede pensarse que ni uno ni el otro tuvieron mucha profundidad en su elocuencia. Un carruaje pequeño tirado por dos caballos, guiado, si no me equivoco, por un comerciante alemán, los recibió, a él y al general Páez, ambos espléndidamente vestidos con sus uniformes más elegantes. El vehículo iba inmediatamente precedido por las autoridades constituidas, rodeadas de oficiales, edecanes, etc., à cheval. Después venían los extranjeros con sus estandartes, la caballería voluntaria de la ciudad, Lancaster y sus chicos, y multitudes de gente regocijada, gritando locamente ¡viva Bolívar, viva Páez, viva Colombia!, disparando pistolas, escopetas, cohetes y haciendo otras varias demostraciones de alegría y lealtad o, mejor dicho, afecto.

Las ventanas, balcones y plataformas temporales estaban repletos de damas en sus más alegres y ricas ropas, lanzándole flores de todas clases, y no fueron pocas las botellas de agua de rosas que se vaciaron sobre los héroes y los dormanes de sus dorados uniformes. Hacía un calor y varios otros etcéteras propios de las calles estrechas atestadas de personas que iban desde el negro azabache hasta lo que se llama blanco aquí. Fue, sin embargo, un pequeño sacrificio que hacer ante el verdadero placer de ver tan abundante alegría y entusiasmo, vociferado y expresado en el comportamiento de cada una de las almas que asistía a la gloriosa y nunca tan apropiada llegada del Libertador. Eran muchas las damas que lloraban lágrimas de alegría, y el mismo sentimiento rodaba incluso por las mejillas de sus hermanas más oscuras. Bolívar mantuvo un semblante solemne pero afable, inclinándose ante todos y, de vez en cuando, quitándose el sombrero. El rostro del general Páez era todo animación, y en verdad parecía un ser distinto del que —encargado como había sido dos veces de tan precaria y peligrosa posición, habiéndose impuesto el establecimiento de la independencia y la separación de una división de la república de su lealtad y relación integral con ella— ahora, libre de su responsabilidad revolucionaria y de nuevo relacionado con el Libertador y estando en tan buenas relaciones con él en cuanto a sus partidarios, le llevaba solo a expresar felicidad en su rostro y como hermano héroe y segundo del Libertador en mérito y gloria, compartir su triunfo y los gozosos sentimientos del pueblo. La procesión se dirigió a la catedral donde se cantó un tedeum, y se pudo observar, al entrar el presidente en la iglesia, una lágrima grande cayendo de sus ojos: en verdad sus sentimientos eran envidiables en el grande e inmortal nombre que se ha labrado. De ahí caminó hasta su mansión, donde esperaban su llegada multitudes de parientes y amigos con varios etcéteras alegóricos, hechos de banderas e inscripciones llevadas por ninfas, cupidos y otras muestras análogas de sus méritos y el regreso de la paz a Venezuela. Tan pronto como terminaron los primeros abrazos de afecto de los parientes, le fueron presentados los oficiales y funcionarios presentes en la estancia. Él y el general Páez estaban sentados al final de una larga serie de habitaciones llenas de damas, entre las que se levantaba su lecho oficial, y todo se veía muy alegre. Me adelanté y le fui presentado por una de las autoridades y me senté a su lado, y allí conversé con S. Excelencia por espacio de casi 20 minutos, felicitándole por su regreso, etc., etc., y durante este lapso expresó la gratitud de Colombia así como la suya por la firme amistad que Inglaterra siempre había demostrado al país desde el logro de la independencia. A las 7 los dos héroes fueron conducidos con la misma pompa y entusiasmo à pied, a la Sala de la Alta Corte, donde se les había preparado una espléndida cena. Se hicieron brindis patrióticos, se dijeron discursos y la mayor armonía y unión parecían animar los sentimientos de todos. Casi al final de la recepción, entró un grupo de damas vestidas de ninfas llevando varias banderas, algunas de naciones, otras con palabras, y algunas de ellas se las obsequiaron a él. Una, que llevaba la palabra Valor, se la entregó a su compañero de armas Páez, diciendo que más de una vez había sido el libertador de su país y que, muy de verdad, merecía el lema que llevaba inscrito. Cuando recibió otra bandera que llevaba la palabra ¡Gloria!, exclamó: «Esta se la dedico al único país que se lo merece: Inglaterra», y la apretó sobre su corazón. Al dirigirse a Páez con la banderita, este dijo: «¡No! que Bolívar había sido mil veces el libertador de Colombia y, además, un millar de millares de veces su libertador». Hacia las nueve se terminó el festival y los dos jefes se fueron caminando a casa, por supuesto rodeados de miles de regocijados ciudadanos; y la noche se cerró con iluminación, petardos, fuegos artificiales, ruido y vivas. El coronel o general Carabaño fue desplazado anoche y el general Ibarra nombrado comandante de armas, según se dice por haber permitido aquel el violento proceder al recoger los caballos y las mulas y por haberse ausentado a La Guaira durante su ejecución, dejando el cumplimiento de la orden en manos del brutal y salvaje coronel Farfán, el llanero. No hay que sorprenderse de que los sentimientos de alegría sean tan violentos e ilimitados cuando se considera que el pueblo ha estado bajo la bota del temible gobierno militar desde hace algún tiempo y que, por lo tanto, la reacción ha sido tan violenta como deprimidos y oprimidos han estado durante la reciente administración marcial.

1
111
111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
U