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Capítulo IV Páez, el hombre fuerte
1827 julio 06 - 1829 diciembre 31
Páez, el hombre fuerte
1827 julio 06 - 1829 diciembre 31
Subcapítulos
Caracas

Nada nuevo de ninguna clase, salvo que el ladrón Cisneros, acompañado por un fuerte grupo de acólitos, atacó el pueblo de Baruta situado a unas 5 millas de aquí, y amarró a todos los hombres. Era mediodía y fiesta, y todos celebraban un baile en la plaza, de modo que la parte masculina de los habitantes fue fácilmente llevada, cual rebaño de ovejas, a un rincón. Los ladrones hicieron entonces lo que les dio la gana con el sexo de belleza más o menos blanca, saquearon las casas, espantaron los cuadrúpedos, y dejaron que las seducidas casadas y solteras desataran a sus maridos y hermanos. Nada puede describir la debilidad de las leyes, lo supino de la autoridad (sin excluir a la militar), así como la conducta cobarde de los jueces principales al no hacer ejemplos sangrientos de los varios ladrones pertenecientes a la pandilla que han sido atrapados de vez en cuando, por estar demasiado borrachos para seguir a sus compinches.

Me molesta la bilis desde hace tres o cuatro días, pero la experiencia me dice que una o dos píldoras azules y un poco de ejercicio con Epsom siempre me curan de este peligroso dardo de los climas calientes; pero no puedo evitar hacer una observación sobre el sol de este lugar, y es que a pesar de que el termómetro esté tan bajo por la mañana, tarde y noche, aun así los rayos del sol me parecen diez veces más poderosos y abrasadores que en las más cálidas regiones del Oriente que he visitado, donde el termómetro, a la sombra, más de una vez ha marcado 37 grados. La inmediata proximidad de la línea [ecuatorial] puede ser la causa. Aquí estamos bien dentro de los 11 grados de su latitud norte, y en Persia lo más cerca que he estado ha sido a 30 grados norte. Antes de que el sol suba a muchas yardas por encima de las montañas, nada puede ser más balsámico y refrescante que el aire: pero cuando ha ascendido media hora más ya se vuelve abrasador. Lo que reduce mis paseos por la mañana y por la tarde es el salto casi absoluto de la noche al día y del día a la noche. El crepúsculo no dura mucho más que el pestañeo de un ojo perezoso. Pasé la velada en casa del señor O’Callaghan. No ha llovido. Termómetro, 23° a las 7 y 24, a las 4.

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