Hoy llegó el correo de Bogotá trayendo noticias fechadas hasta el 9 de febrero. Mi amigo Wilson que está más cerca del sur, parece pensar que esa división de los republicanos no se mantendrá mucho tiempo, pues es solo el respeto al Libertador lo que impide la separación. Si es este el único motivo que mantiene la lealtad al centro y al norte, pronto se hará a un lado. Que Bolívar se encuentre de nuevo lejos de la capital y la intriga pronto pondrá el sello a su acto. Añade: a la larga, la firme determinación de su jefe de no reconciliarse jamás con el vicepresidente, le privaría en el acto de la ayuda del general Flores, que ahora manda en Guayaquil, y el Sur se perdería irremediablemente. Páez y todos sus adictos le abandonarían y Venezuela se declararía independiente, dejando así a Santander como rey de Cundinamarca, que es lo que él quiere. Wilson agrega que el arzobispo de Bogotá había preparado un plan para llevar a cabo, de ser posible, la unión amistosa de los dos principales magistrados de la República, en una gran comida ofrecida al vicepresidente por el mitrado personaje, a la cual había sido invitado el Libertador. Pero S. E. envió uno de sus edecanes a informar al obispo «que S. E. lamenta decir a Vuestra Ilustrísima que no puede asistir a su comida del 10 porque S. E. nunca consentirá sentarse a la mesa con un hombre al que considera su mayor enemigo y de quien sabe que intriga permanentemente contra él, pero a fin de que Vuestra Ilustrísima no piense que S. E. trata de ofrecer a Vuestra Ilustrísima ningún desprecio, me ha ordenado decir que vendrá cualquier día que Vuestra Ilustrísima elija para invitarle, así sea para agasajar a uno de vuestros sirvientes». Es singular que, el 9 de febrero, Bolívar no parecía tener intención de salir de Bogotá tan pronto.
Di un largo y decepcionante paseo a caballo y regresé a casa a las 6 para cenar. Velada en casa de O’Callaghan. Termómetro, 18° a las 7, 23 a las 12 y 22 a las 4.