A las 11 fui a visitar al general Páez quien, como de costumbre, me recibió con las más calurosas atenciones y sentimientos de respeto y amistad. Con él estaba el doctor Peña, y hablamos largo y tendido sobre el estado actual de las cosas. Me dijo que Bolívar le había pedido que fuera a Bogotá para hacerse cargo de la Alta Corte de Justicia y ser uno de los 12 miembros del consejo que se iba a establecer para el gobierno de la República, cosa que rechazó por razones de salud... pero seguramente estará mejor cerca de Páez. Castillo, me dijo, sería el presidente de esta Junta; el general Carabaño iría al Brasil en misión especial y Mariño regresaría a Cumaná como jefe. Salom, su gobernador actual, ha sido llamado al ejército que se destina al Perú: 10.000 hombres del sur. El Libertador definitivamente se propone ir a ese país a poner fin a la anarquía y restablecer el orden. También me mostró dos documentos oficiales, uno por parte del gobierno de Francia y el otro por la del de Inglaterra firmado por lord Dudley: el mismo (en copia) que el señor Campbell me dijo haberle comunicado a Bolívar y a los entonces ministros en funciones. Ambos Estados están ansiosos de ver al general como jefe permanente a la cabeza de Colombia, y solo a él consideran capaz de establecer un estado permanente de cosas, siendo él el único hombre del hemisferio capaz de poner orden político y tranquilidad. No comentaré sobre estas informaciones hasta haber recibido el correo de Bogotá, pero espero que el Libertador no sea lo suficientemente insensato para abandonarnos de nuevo a la intriga y la ruina. Oraciones en casa del coronel Stopford, como de costumbre. La junta de ayer debe reunirse de nuevo el miércoles: son doce miembros y un presidente. Tiempo pesado y desagradable. Dos respetables temblores de tierra esta mañana: aquí, sin importancia, pero en Europa lo suficiente para causar sensación durante varios meses.