Llegó el correo de Bogotá con cartas hasta del 16 de julio, así como el Manifiesto que hace el Gobierno de Colombia de los fundamentos que tiene para hacer la Guerra al Gobierno del Perú. El coronel Campbell, con respecto a las nuevas quijotadas del Libertador, dice:
Mucho me temo que el Libertador está tan inclinado a marchar al Perú, pero siente tanto que estaría mal [hacerlo] que no ha tocado el tema con su ministro. De hecho es una guerra mental que tiene entre su buen juicio y su convicción de lo impropio que es, y su amor propio añadido a su deseo de venganza contra el Perú y de una entrada triunfal en Lima. Todos sus ministros están absolutamente opuestos a que se vaya de la Capital.
La verdad es que yo pienso, como el coronel Campbell, que es una locura: esa especie de insania política que hace que el orgullo herido de un hombre le haga olvidar con frecuencia que se debe por encima de todo a su país. Pero me temo que triunfará ese ardiente deseo, y estará perdido; perdido en la opinión del patriota de buenas intenciones y a los ojos de Inglaterra. Lo que corrobora esto es que ha escrito decididamente a Páez que tan pronto como el consejo de la nación esté establecido en Bogotá, y emitido el plan para la organización de Colombia, se dirigirá al Perú a restablecer el orden, llevando diez mil hombres del sur. El coronel Wilson, su edecán, debe partir inmediatamente a ponerse en contacto con el general Flores en Quito, como emisario suyo. Volveremos a tener anarquía e intriga. Tiene que ser que Bolívar está encaprichado —o asustado de gobernar—, y prefiere este sistema itinerante de jugar al héroe y pacificador, al de una residencia constante y, en verdad, ayudar por medio de un trabajo prolongado a asegurar la prosperidad de este desdichado país. Salí a cabalgar a las 4, contrariamente a mi costumbre, debido a las espesas nieblas matutinas. El joven O’Callaghan comió con nosotros.