La señora Skinner me llevó al Foreign Office, donde recibí una asombrosa comunicación oficial de lord Dunglas, que decía que en vista del estado de las cosas en Venezuela, lord Aberdeen deseaba saber si yo querría volver allí, pues pensaba que sería para bien del servicio público en el estado existente de las cosas, por la probabilidad de una separación permanente entre ese país y Bogotá, etc., etc. Esta petición me causó el efecto de un rayo, pero por muchas razones no tenía alternativa y le dije a su señoría que le daría mi respuesta oficial el sábado siguiente. Cené en casa del señor Henry Cayley, mi viejo amigo y banquero de San Petersburgo. Fue una cena pequeña pero agradable.