Esta mañana a las 8 salí de Londres en coche para Esher, deprimido por las tristes noticias que tenía que comunicar a mis siempre queridas hermanas y, en particular, a mi venerable madre, a quien tendré que dárselas con cuidado, pues me temo que será para ella un triste y profundo golpe. Pero, que se haga la voluntad del cielo, y Dios la guarde hasta mi regreso. Espero que este terrible sacrificio pueda resultar, a fin de cuentas, ventajoso para mis deseos de ser nombrado en San Petersburgo. Pongo mi fe en los ministros y espero que no me decepcionen. Cuando di la noticia de mi partida a María y Jane, no hay palabras que puedan describir la impresión que les causó, particularmente a María, pero sus corazones educados en la justicia y voluntad del cielo pronto les trajeron paz y resignación: nuestro único temor era el de cómo se iba a ver afectada nuestra amada progenitora. Decidimos no decirle nada hasta que prudentemente pudiéramos, y dejar que las circunstancias se lo hicieran entender a medida que se acercase el momento de mi partida.
Respondí oficialmente al despacho de lord Dunglas, sellando así mi regreso al nuevo mundo por un corto período, y voy a empezar a prepararlo con toda celeridad.