Una triste mañana para todos nosotros. Sin embargo cada cual parecía enfrentarse con valor al momento de la separación, aunque los corazones estaban llenos de dolor. Mi amada madre, llena de resignación piadosa (que Dios la bendiga, y la guarde y conserve para mi regreso y para mucho tiempo más). A las once y media abracé a mi madre y amadas hermanas y acaricié la cabeza de la querida viejecita, y con ojos y corazón llenos de lágrimas me metí en el carruaje, dejando allí a todos mis seres amados así como mis comodidades, para volver a cruzar el Atlántico. El viaje fue triste y solitario. Me pongo en manos de una Providencia generosa, y me voy lleno de esperanzas. Con esto y con paciencia, volveré algún día a encontrarme en el cottage con mis seres queridos. Estuve solo, no, no lo estuve, porque ellas estuvieron conmigo durante el viaje de siete horas. A las seis pasé la reja de Portsmouth y me instalé en el hotel donde estuve cuando desembarqué de Norteamérica en julio pasado. Poco después fui a visitar a Lord William Paget, que no estaba en casa, pero me devolvió la visita mientras estaba comiendo. A primera vista parece ser una persona de lo más amable. Me dice que tiene órdenes de llevarme directamente a La Guaira. No hay más que otro pasajero, un tal señor Mackenzie, que va a Haití como comisario para los esclavos, y por lo que supe en Londres, es posible que se requiera su compañía por parte de los poderes de la cancillería, para alguna transacción pecuniaria importante.