Fui a visitar al almirante sir Robert Stopford y excusarme por no haberlo hecho antes, pero es que no tenía ropa apropiada para comer, pues estaba ya toda embarcada, y no quería arriesgarme a que se me invitase sin tener el atuendo apropiado. El señor Brenton me informó en la oficina que no había que esperar al señor Mackenzie: ¡¡Tant mieux!!, y que el North Star zarparía por la tarde. Con esta información fui a ver a lord William, quien me dijo que definitivamente zarparía a las 7 de la tarde, a no ser que yo tuviera algún inconveniente en hacerme a la vela un viernes, que no es el día más apreciado por la gente de mar. La pobre lady William le miró con sus ojos todavía más brillantes por las lágrimas, pero su señoría dijo que nada debía detenerlo, pues sus órdenes eran de «hacerse a la mar sin demora». Escribí un adiós a mis queridos parientes de Esher, y a las 4 el señor Brenton me llevó al buque en el Gossimer, un yatecito propiedad de sir Robert Stopford. El North Star, como suele suceder en estas ocasiones, era todo confusión, actividad y desorden. A las 5 comí en la sala de suboficiales con los oficiales, y a las 7 subió a bordo lord William: se veía, y seguramente se sentía como cualquiera debe de sentirse al dejar por primera vez a una afectuosa y amante esposa, probablemente durante tres años. Se dirigió a mí en los términos más amables y atentos, y durante la tarde se encargó personalmente de que mi camarote estuviera perfectamente preparado y cómodo. Antes de las 9 ya todo estaba en orden, de modo que aquí me tienen, a bordo del buque de su majestad North Star, por lo menos durante un mes. La noche está más negra que el carbón, llueve sin piedad y tenemos el viento totalmente de frente. El día se acaba, y soplando como sopla no hay peligro de que vayamos a perturbar los prejuicios del honesto marinero o incluso de los de tierra por zarpar en un día de mala suerte. Me acosté a las 10 en una cama comodísima y en un camarote que tenía todas las comodidades y adornos necesarios, gracias a su señoría.