Vino a verme un tal general O’Daly. Es uno de los generales constitucionales de España, mejor dicho de la Junta de Cádiz, obra de Riego 1(Rafael Riego y Núñez [1785-1823], general y político español que se rebeló en Cabezas de San Juan en 1820 para restablecer la Constitución de 1812. Fue presidente de las Cortes de 1823. Se rebeló otra vez en Málaga contra las tropas de Angulema. Fue condenado a la horca por órdenes de Fernando VII) y Quiroga 2(Antonio Quiroga [1784-1841], general español que combatió durante la guerra de Independencia y era partidario de la rebelión del general Riego. Tanto Riego como Quiroga eran miembros de la Junta de Cádiz) Venía a decir que se iba a embarcar para Francia en un buque que debía ir a parar allí, pero podía tocar el puerto de Santander, en España, y que siendo él uno de los sentenciados incluso a muerte, me rogaba que le extendiera un pasaporte de súbdito británico, al que tenía derecho pues su padre había sido nativo de Irlanda, mientras que él había nacido en las Islas Canarias. Le dije que desde luego, y le pedí detalles de su nombre, etc.., etc.; pero me dijo que el pasaporte debía hacerse para él y su familia, a nombre de Blake, en lugar de O’Daly, pues bajo este estaba condenado a muerte si se le atrapaba. Al decirle yo que esto era imposible pareció bastante sorprendido, y hasta ofendido, como si el hecho de emitir documentos falsos no fuera nada de naturaleza grave. Le dije que si fuera mi padre o mi hermano el que estuviera en su situación, y me pidiera semejante documento, ni para salvarlos arriesgaría mi reputación, u honor, firmando una falsificación, cosa que estaría haciendo al estampar mi nombre en cualquier documento sabiendo que era falso. No obstante, le dije que el pasaporte estaba a su disposición, bajo el nombre de Demetrius O’Daly, cuando lo quisiera.
He aquí un héroe reformista, y además perteneciente a la noble profesión de las armas, cuyo concepto del honor es muy, pero muy bajo.
Jugando al tapicero chez moi, subido en una escalera para colocar a mi gusto un papel [tapiz] francés en mi despacho, se vino abajo todo el aparato y me desplomé, gracias a Dios sin romperme los huesos, pero me siento bien golpeado y sacudido. No disponiendo del bálsamo del Caballero de la Mancha 3(Referencia al bálsamo de Fierabrás, «... con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay que pensar en morir de ferida alguna», de acuerdo con la imaginación de don Quijote. Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes. Cap. VIII. Cualquier edición), tuve que recurrir a una inmediata fricción con aguardiente de caña, admirabilísimo remedio este para semejantes percances o para la eliminación de la fatiga después de un día cabalgando por la montaña. Espero, pues, que dentro de unos días esté en condiciones de volver a moverme como de costumbre, y me olvidaré de la caída.