Ha llovió un poco, el general Páez vino a visitarme esta mañana para decir que se iba a las 4 de la tarde al Valle a apadrinar otro hijo de Cisneros. Deseando mucho conocer a este bandido de los montes prometí al general acompañarle a pesar de mi escaso tiempo (pues estoy ocupado con muchos documentos relativos al asunto de los tenedores británicos de bonos colombianos), pero tuve la buena fortuna de que el archiladrón viniera a Caracas para acompañar al presidente al lugar del bautizo. Su excelencia tuvo la amabilidad de informarme de su venida y de que en ese momento estaba desayunando en su casa. El señor Lievesly y yo no perdimos tiempo en acudir a casa del general. Encontramos la casa llena de visitantes curiosos de conocer al que había sido su terror durante doce años. Transcurrió una hora para que saliera de su desayuno este personaje. El general Páez me lo trajo y me lo presentó formalmente, así como a varias otras personas de la ciudad. Este hombre extraordinario es indio, oriundo del pueblo de Baruta, como de 5 pies ocho pulgadas [1,72 m], de contextura fuerte, y con hombros extremadamente redondos. Estaba vestido con un simple uniforme azul, sin sus charreteras de coronel, calzones de lino blanco muy sucios o mejor dicho pantalones, con zapatos y polainas por encima, costumbre muy común entre los nativos que cabalgan mucho. El rostro de nuestro exladrón estaba compuesto por una colección de facciones duras, ojos pequeños, oscuros, vivaces, de mirada villana y suspicaz, con visos solapados de ferocidad indomada. Estos ojos de tigre eran aún más sombríamente expresivos por estar algo opacados por unas cejas salientes y pobladas. Tenía la boca bastante grande y los labios finos, con una expresión indescriptible; le faltaba la mayor parte de los dientes; la nariz un poco aquilina; los pómulos bastante altos; la frente baja, el cabello, de un negro intenso, muy grueso y cortado bien corto, como el de los soldados europeos; las mandíbulas más bien arrugadas y, de hecho, su expresión y semblante general presentaban una especie de obstinada reserva, sin la sombra de una sonrisa. Me fijé en los movimientos de su rostro cuando se le hablaba, y no vi ni un asomo de placer por su cambio de vida conforme respondía a las diversas personas. Cisneros ha cometido innumerables asesinatos, robos y violaciones, no solo durante los años recientes de tranquilidad, sino también durante los de fines de la guerra de Independencia, cuando abrazó la causa de los españoles. Tiene unos 39 años, pero parece muy destrozado por su modo de vida y por varias heridas graves recibidas en el curso de su carrera depredadora. Qué cambio singular parecen haber producido en este bandido la clemencia y la buena fe. El general Páez, con estos medios, ha realizado lo que el general Bolívar, con todos sus talentos y grandeza trascendentales, no pudo conseguir, después de intentarlo año tras año por la fuerza y la argucia. Estos fueron los medios que empleó el Libertador contra este azote de Venezuela durante diez años, en los que se gastaron decenas de miles de dólares en la persecución del bandido, además de miles de soldados destrozados en la lucha: todo en vano, todo. De modo que el actual fundador de nuestra nueva república, ¡bien merece que se le llame igualmente Libertador de su país! Habiendo satisfecho mi curiosidad y excusándome de asistir al bautizo, me ausenté.