A la una de la mañana su excelencia estaba de pie para despedirme y despedirse, y el café y las muestras alimenticias de hospitalidad estaban listos. Les hice honor, y una media hora después me despedía de mi ilustre e inestimable amigo. Una hermosa Luna alumbraba el camino de nuestra pequeña caravana. Viajábamos guiados por uno de los hombres del general, que tenía órdenes de llevarnos hasta el camino real a través de la llanura sin caminos, hasta llegar directa e imperdiblemente a la población de Ortiz. Al fin llegamos, y despedimos a nuestro guía llanero. No nos detuvimos en Ortiz sino que seguimos camino directamente a Para Para, donde entramos a las 8 de la mañana. Allí desayunamos, después de haber cabalgado siete buenas leguas. A las 12 volvíamos a estar montados y en camino hacia el pueblecito de Flores, que distaba cinco leguas de esta última parada. Este lugar está compuesto por unas pocas chozas, hermosamente diseminadas sobre un talud situado al pie de una montaña muy boscosa. La pulpería es muy buena, aireada y limpia; la gente educada y amable. Colgamos mi hamaca para la noche, y me acosté después de una sabrosa cena de pollo sancochado y batatas, cuyo olor, por cierto, no es nada agradable en la mesa.