He visto a Michelena esta mañana, y me dice que a pesar de que el presidente y sus colegas del poder están convencidos del mal que se ha hecho al acceder el general Páez a todo lo que ha querido Monagas, no tienen el valor (y bien flacos principios) de decirle a ese jefe el daño que resultará para el país. Quieren aprobarlo, y al mismo tiempo quieren que el señor Michelena permanezca en el cargo. Dice que no lo hará si el Consejo y el ejecutivo toman la responsabilidad de sancionar el indulto, un indulto contrario a la Constitución y a las leyes sobre los conspiradores, según las cuales todos los jefes revoltosos deberían ser juzgados y sentenciados. Sin embargo me dijo confidencialmente que había sometido una propuesta al Consejo, y que si era aceptada, entonces permanecería en el cargo, y es que en este momento la única decisión que se tome sobre la cuestión sea la de dejarla totalmente al arbitrio del próximo Congreso; y que solo así permanecerá en su cargo. En el curso del día vino a verme el Sr. P. P. Díaz, el caballero que cumplía los deberes de Michelena mientras este estaba en Bogotá negociando los tratados dobles entre Venezuela y Nueva Granada, sobre amistad y la división de las deudas nacionales. Su objeto era el de pedirme que usara mi influencia tanto con el Ejecutivo como con Michelena para tratar de encontrar algún medio de evitar un suceso que inevitablemente habrá de ocurrir si no se aprueba el decreto en cuestión porque, si no se hace, evidentemente Páez se disgustará, y en las circunstancias existentes los resultados podrían ser aun peores que los del 8 de julio. Este Sr. Díaz parece un jesuita, y estoy seguro de que no es ni política ni patrióticamente venezolano en el fondo del alma, y quiso insinuarme que la renuncia de Michelena estaba basada solo en que se había metido en dificultades en el Ministerio de Finanzas y sentía que no tenía los poderes suficientes para liberar al país de ellas; pero pronto desengañé al caballero diciéndole que no se trataba de nada semejante sino de los principios más puros y honorables, y que perdería el respeto que le tenía si obraba de forma distinta a la que había prometido, cosa que estaba cumpliendo al presentar su renuncia. Sin embargo, espero tener la suerte de encontrar al presidente en casa mañana, y le hablaré del asunto, así como los resultados fatales que afectarán a Venezuela dentro de los próximos veinte meses, si este primer acto de extemporánea e impropia piedad es continuado por los jefes y jefecitos que están a punto de volver la mirada y operaciones hacia el resto de los escorpiones políticos que están en Puerto Cabello.