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Capítulo I Adieu Inglaterra
1825 octubre 18 - noviembre 26
Adieu Inglaterra
1825 octubre 18 - noviembre 26
Isla de Madeira.

Madeira, a 1.100 millas de Spithead y 900 de Lizard 1(Spithead: cabo en la costa sur de Inglaterra, próximo a Portsmouth. Lizard: localidad y cabo (Point Lizard) en el punto más meridional de Inglaterra, y salida del Canal de la Mancha al Atlántico) A las 8 y media de esta mañana echamos anclas en 34 brazas de agua, aproximadamente a milla y media de la costa, casi exactamente frente a la población de Funchal. El lugar ofrece un hermosísimo panorama: blancos edificios, iglesias, conventos y diversas fortalezas entremezclados con jardines se extienden hacia arriba a lo largo de la escabrosa pero fértil ladera de la montaña. A medida que avanzaba el día, la línea de la cúspide fue perdiendo su brumoso velo y mostró una serie de formas pronunciadas y redondas, cortadas por abismos a causa de alguna extraordinaria convulsión, y desgastadas, hasta convertirse en gigantescos pliegues, por los torrenciales aguaceros de la estación lluviosa. El verdor era claro pero de tinte oliváceo; grupos de espléndidos árboles, interrumpidos por la roca desnuda, dan al escenario un tono de hermoso color realmente encantador. Poco después de nuestra llegada vino un caballero de parte del cónsul señor Veitch, para ofrecernos su casa y hospitalidad durante nuestra estancia. Hacia mediodía nuestro grupo desembarcó en un lugar llamado Lou Rock, bajo una batería que la domina, cerca de la cual se levanta una masa negra separada de la tierra firme y coronada por una extraña fortificación negra como el carbón, cuyos muros están de lo más pintorescamente entrelazados con los agudos salientes de esta roca. El interior de esta población se parece a casi todas las que ya he visto en España y Portugal, no solo por sus angostas calles y sus sucias y destartaladas casas, sino también por sus hedores, hasta un punto sorprendente. Todas las calles están pavimentadas con piedrecitas puntiagudas, ya casi lisas por el constante pasar de las rastras, que sirven para transportar los vinos y para ir y venir del interior. La gente es mucho más morena y de aspecto árabe, o más bien morisco, que ninguno de los habitantes de la península. Algunos de los campesinos son particularmente pintorescos, tanto hombres como mujeres: todos llevan una gorrita azul, que les cubre apenas la coronilla, cuya forma es precisamente la de un embudo de vino, con el tubo hacia arriba (dibujo). El cónsul nos dio la mejor de las hospitalidades, y fuimos a presentar nuestros saludos al gobernador, un noble portugués, que llama primo al rey. Hay un hermoso caminito sombreado cerca de su fortificada residencia y una institución monástica habitada actualmente por monjes y por soldados, indudablemente para bien de unos y otros. En el curso del día visitamos varios de los huertos pertenecientes a personas privadas y que tienen maravillosas vistas al mar, la alta ciudadela, su bronco promontorio, y su correspondiente elevación hacia el oeste. Aquí, un extraño queda no solamente sorprendido sino también encantado al ver crecer, con igual fuerza y exuberancia que en sus lugares de origen, frutos y árboles europeos así como tropicales: la Bauhinia, la papaya, el tamarindo, la alta caña de bambú y, de hecho, todo lo que es de valor, tanto árboles como plantas, en ambos mundos. Hoy comimos con el cónsul, cuyo vicecónsul es un tal señor Porter, hermano de la señora C. Mobedy de San Petersburgo. Este joven caballero debe su posición actual al gentil interés que S.M.I. Alejandro ha dedicado a su bienestar, gracias a la recomendación de la condesa Orloff: el cálido corazón que late en el pecho del monarca y que le impulsa a procurar felicidad, entregando su amistad personal y protección, como soberano que es, a cientos de individuos. Esto, por sus virtudes, se extiende hasta tal punto a todos los rincones de su imperio, que el despotismo, en Rusia, queda reducido a un mero fantasma, demostrando que el gobierno juicioso de una persona que no se deje llevar por el impulso de sus pasiones privadas, puede volver los males del despotismo tan inofensivos como para estimular cualquier cosa capaz de mejorar tanto la moral como las rentas de su país; cuidando a la industria y alentando a la empresa. En todos los gobiernos absolutos en los cuales el jefe posee un carácter contrario al de este emperador, no pueden esperarse sino tiranía y calamidad nacionales, pues en todo momento, la transición propia de tan grandes instituciones políticas, de la prosperidad y el esplendor a la desgracia y la miseria, es súbita y rápida: esto puede esperarse que ocurra cuando él muera.

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